Tosantos: la tradición que sobrevive a Halloween entre flores y rezos en el cementerio de Sevilla

El romanticismo de la capital hispalense sobrevive a la creciente tendencia de la incineración, aunque el Ayuntamiento se gastará un millón de euros en la renovación del crematorio municipal

El cementerio de San Fernando, en Sevilla, uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad.
El cementerio de San Fernando, en Sevilla, uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad. FERNANDO VÁZQUEZ
01 de noviembre de 2025 a las 08:15h

Sería absurdo negar que en la romántica Sevilla de toda la vida hay dos Sevillas como mínimo cuando irrumpe la noche de Halloween. El destacamento de 260 policías locales para velar por la seguridad en las calles de la capital hispalense es el principal argumento frente a la superviviente Sevilla tradicional que no le da calabazas a sus muertos, sino que los vela de día y de noche, les lleva flores, les limpia las lápidas y les reza durante este fin de semana que enlaza la fiesta de todos los santos (hoy sábado) con la de todos los difuntos (mañana domingo).

El cementerio municipal de San Fernando, uno de los lugares más monumentales de la ciudad, con 28 hectáreas de terreno destinadas a las tumbas desde el año 1852, vive desde el comienzo de esta semana un trasiego inusitado de familiares que honran a sus seres queridos de esa última forma en peligro de extinción que es adecentar los nichos, blanquear los muros, limpiar los mausoleos, escamondar las criptas e inundarlo todo de flores frescas en una exagerada operación capaz de salvar semestralmente a un sector económico que hunde sus raíces en los viveros e invernaderos y termina dando el cambio en los quioscos de flores, como los cuatro que llevan casi un siglo en la misma puerta del camposanto y que el Ayuntamiento ha renovado hace solo unos días con una inversión de 344.000 euros para hacerlos más accesibles y para dotarlos incluso de una cámara frigorífica que garantice la conservación de las flores en óptimas condiciones.

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El cementerio de San Fernando, con 28 hectáreas, recibe hoy en día a la mayoría de sus difuntos en forma de cenizas. FERNANDO VÁZQUEZ

En realidad, la otra gran inversión municipal, que ronda el millón de euros, es la que revela hasta qué punto la relación con los muertos y la gestión de sus restos ha ido cambiando con el discurrir de estas últimas décadas. El gobierno de José Luis Sanz ha iniciado la renovación completa del crematorio municipal. Actualmente existen tres hornos en funcionamiento, pero van para el medio siglo de antigüedad y urge incluso un nuevo edificio que los albergue pero con nuevas dependencias (vestuarios, duchas, zona de personal, sala de despedida, almacenes, oficinas, espacios técnicos e instalaciones auxiliares) cuya licitación se hará precisamente en estos días.

El Ayuntamiento calcula que el nuevo crematorio –de casi 500 metros cuadrados— se inaugurará a finales del próximo año. Además, acaba de adquirir un cuarto horno de incineración de restos por 125.000 euros que comenzará a funcionar el mes que viene. Todo lo cual es indicativo de lo que las funerarias de toda Sevilla confirman cuando se les pregunta por esa tendencia a la incineración frente a la tradicional inhumación (enterramiento).

En efecto, más del 70% de los fallecidos en la capital de Andalucía se terminan ya incinerando. En la provincia, algo menos, pero la tendencia al alza de que los féretros terminen en el crematorio y no bajo tierra facilita la previsión de que también en Sevilla lo que hacen falta son más crematorios y no más espacio en este gigantesco camposanto de 173 años de historia.

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El edificio del crematorio situado en el cementerio sevillano será reformado ahora por el Ayuntamiento. FERNANDO VÁZQUEZ

Las cifras corroboran esta tendencia de que casi ocho de cada diez fallecidos en la ciudad terminen convertidos en cenizas. Si en el año 2014 en el cementerio de San Fernando se enterraron 1.684 personas, este número ya había bajado en 250 en el año 2019, un lustro después. El año de la pandemia, 2020, se saldó ya con 1.386 inhumaciones, según datos municipales. En 2023, los enterramientos habían descendido hasta los 1.197. El año pasado se contabilizaron 1.131. Y este año, a falta de dos meses, se han inhumado 920 personas.

Estas cifras descendentes en Sevilla contrastan, por supuesto, con las de las incineraciones, que vienen superando las 3.000 desde el año 2014 y que este ejercicio, a falta de dos meses para cerrarse, ya ha alcanzado las 2.400. También va aumentando el número de crematorios, por supuesto, y en torno a la capital hispalense ya hay cada vez más pueblos que tienen su oferta privada: Dos Hermanas, Alcalá de Guadaíra, La Algaba, La Rinconada, Sanlúcar la Mayor, Olivares, Carmona, Gelves o Camas, sin ir más lejos.

El negocio de los muertos

“Ya ha pasado la época en que los descendientes estaban dispuestos a pagar lo que fuera cuando fallece algún ser querido”, explica Juan Blanca, gerente de Fuascen. Con la incineración, aunque el entierro en sí cueste prácticamente lo mismo, se termina el mantenimiento de un nicho, la custodia de una plaza y, en algunos casos, hasta la tasa municipal, que aunque en Sevilla ronda los 250 euros, en municipios cercanos demuestran una exagerada oscilación: de los 92 euros que cobra el Ayuntamiento de Bormujos a los 1.500 que cobran en Pilas o San Juan de Aznalfarache.

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Los sevillanos de todas las partes de la ciudad acuden estos días al cementerio para honrar a sus difuntos. FERNANDO VÁZQUEZ

Una funeraria tipo suele cobrar sobre 1.200 euros por los servicios básicos que requiere un día tan señalado como es el último de la vida: un féretro, un sudario, la tramitación administrativa del fallecimiento, un vehículo especial y el traslado a la iglesia, al crematorio o al cementerio. Pero para certificar que uno se ha muerto de veras hace falta que lo firme un médico, y eso suma 100 euros más.

La misa por el eterno descanso del alma del muerto suele costar, según tarifa general del Arzobispado, otros 115 euros más. Y la corona,  o coronas —porque suelen ser varias—, entre 180 y 260 euros más cada una; y la lápida, unos 385 euros. A todo eso, más la tasa municipal correspondiente, hay que sumarle el IVA del 21%. De modo que un entierro sin demasiadas alharacas no puede costar hoy menos de 3.200 euros… Techo presupuestario tampoco existe, pues en los últimos años, con la proliferación de los crematorios y los columbarios, también se han puesto especialmente de moda el musicalizado servicio de contemplación por parte de los familiares de cómo entra el féretro en el horno, la retransmisión en streaming

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Los quioscos de flores a la entrada del cementerio municipal son propiedad del Ayuntamiento y han sido renovados recientemente, aunque las familias que los regentan llevan muchas décadas al frente de los puestos. FERNANDO VÁZQUEZ

Los profesionales de la cosa funeraria suelen tenerlo todo calculado. Saben, por ejemplo, que en Sevilla se mueren, de media, 16 personas cada día. Y saben también que esa media sube notablemente con los cambios de temperatura, ya sea en invierno o en verano. “Las personas mayores necesitan más imperiosamente la luz del sol”, explica el empleado de otra funeraria que prefiere no dar su nombre, “y si hace mucho calor en verano, no salen. Y si hace mucho frío porque es invierno, tampoco, y, si salen, apenas hay luz, con lo cual sabemos cuándo va a haber puntas de fallecimientos”.

El batallón de las limpiadoras de tumbas

Hasta las limpiadoras de tumbas que pululan por el cementerio de Sevilla insisten en la tendencia a la incineración. “Ocho de cada diez muertos que aparecen por ahí”, asegura con desparpajo Angelita, una de ellas, “giran a la derecha, hacia el crematorio”. Aun así, la tarea de estas limpiadoras profesionales no falta, porque 1.716 panteones, 29.612 sepulturas de tierra y 30.630 de pared y 1.526 columbarios dan para mucho mármol, azulejo y barandilla y, por lo tanto, también para muchos cubos de agua, mucha aljofifa y mucha brocha.

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Una mujer adecentaba la tumba de sus seres queridos esta semana en el cementerio sevillano. FERNANDO VÁZQUEZ

Angelita lleva 45 años limpiando tumbas en el cementerio de San Fernando. Ha aprendido a bromear en la frontera de la muerte y de la vida, acostumbrada como está al oficio, y se ríe hasta de su propia sombra mientras disfruta de la hora del descanso con sus compañeras, todas sentadas sobre el filo de la tumba donde les pilla. De jovencita trabajó en el campo, pero pronto le salió faena en este cementerio donde comparte trabajo con hasta 90 limpiadoras más –no suele haber hombres- que acuden aquí por libre, enviadas por familias de toda la ciudad que les encargan limpiar el nicho una vez al año o que le confían el saneamiento del mausoleo de sus seres queridos durante todo el año.

“Yo voy una vez al año a Los Remedios y les llevo la cuenta a unas cuantas familias por haberles mantenido limpio lo que me encargan”, explica Angelita, y matiza: “Pero si me sale una clienta de repente, como la de ese mausoleo grande de ahí” –y lo señala- “le llevo 50 euros”. La experimentada limpiadora suspira, algo cansada de la jornada ya bien pasado el mediodía, y apuntilla: “Y que no nos falten nuestros muertos, que de algo hay que comer”.

“Es que no puede ser lo mismo unos clientes de una sola vez que las familias con las que nosotras llevamos tantos años ya”, tercia Míriam, que lleva 20 años limpiando lápidas y heredó el oficio no solo de su madre, sino de su abuela y de su bisabuela. “Mi abuelo estaba contratado aquí por el ayuntamiento para el mantenimiento”, dice mientras deja un momento su cubo, su fregona y sus trapos sobre el mármol para abrirse el bocadillo.

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Angelita, que lleva 45 años limpiando tumbas en el cementerio, con algunas de sus compañeras de oficio, en un receso de la jornada previa a Tosantos. FERNANDO VÁZQUEZ

La sobrina de Angelita se enorgullece de que todas las mujeres que limpian en el cementerio se conocen y hasta están vinculadas familiarmente. “Cuando la pandemia del Covid”, cuenta, “se le ocurrió a uno montar una empresa de limpieza de tumbas, como si no hubiéramos existido nosotras de toda la vida”, se ríe con sorna ella, y las demás le siguen el argumento con gestos de desaprobación por la ocurrencia del presunto emprendedor. “A nosotras nos contratan desde una familia normal hasta los herederos de difuntos ricos”, explica. Y enseguida mete baza Angelita: “Yo tengo a clientes de todo tipo, pero me he llevado muchos años limpiando los monumentos de Marifé de Triana y de Juanita Reina…”. Desde luego, este tipo de clientela tiene una edad ya, el tipo de anciana que no le falla a la tumba de su ser querido y está dispuesta a pagar porque ya no está para una bayeta, una espátula, una brocha, una escalera…

Un cementerio de artistas

Puede hacerse una ruta cultural o turística por los monumentos funerarios a personajes célebres de la ciudad: del flamenco, como La Niña de los Peines -y sus hermanos, Arturo y Tomás-, El Carbonerillo o Chocolate; de la guitarra, como Niño Ricardo; del baile, como Antonio El Bailarín o Manuela Vargas; del humor, como Paco Gandía; de la copla, como Paquita Rico o María Jiménez; del fútbol, como el jugador del Sevilla FC Antonio Puerta; y sobre todo del toreo, empezando por Joselito El Gallo, cuyo fastuoso panteón tuvo el Ayuntamiento que apuntalar de urgencia a comienzos de este año y cuyos trabajos de consolidación estructural van a suponer ahora una inversión de 18.231 euros.

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El espectacular monumento funerario a Joselito El Gallo es obra de Mariano Benlliure. FERNANDO VÁZQUEZ

En torno al monumento de aquel matador al que Rafael Alberti tuvo que escribirle en 1920 un poema encargado por su cuñado Ignacio Sánchez Mejías (“Cuatro arcángeles bajaban / y, abriendo surcos de flores, / al rey de los matadores / en hombros se lo llevaban”) también pueden verse las impresionantes tumbas de otros toreros como su hermano Rafael o  Gitanillo de Triana. Enfrente, manteniendo la pose, Paquirri. Y más allá, Juan Belmonte, Espartero o Pepe Luis Vázquez.

El Cristo de las Mieles

La mayor obra de arte de este cementerio único en el mundo es, sin duda, el gran crucificado facturado sobre la rotonda principal del camposanto por un escultor sevillano enterrado bajo el mismo y que constituye una de las leyendas más hermosas de la ciudad. Se trata del popularmente conocido como Cristo de las Mieles, obra de Antonio Susillo, nacido en la Alameda de Hércules en 1855 y a quien la mismísima infanta Luisa Fernanda de Orleans le cambió la suerte cuando se lo encontró, tan de niño, jugando con un poco de barro por la calle.

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El impresionante Cristo de las Mieles, del escultor sevillano Antonio Susillo, tiene su empaque y su leyenda. FERNANDO VÁZQUEZ

La infanta, admirada con una figurilla que le hizo, lo tomó bajo su protección y le pagó los estudios de arte para que aquel niño prodigio estudiara en París y Roma y recibiera encargos de la alta aristocracia europea, hasta el punto de que el Zar de Rusia o Isabel II fueron clientes suyos. Susillo se convirtió por mérito propio en el gran escultor de esta ciudad, que hoy se enorgullece, por ejemplo, de sus doce estatuas en la fachada del Palacio de San Telmo, del Miguel de Mañara frente al Hospital de la Caridad o del Velázquez de la Plaza del Duque.

Tal vez forma parte de un relato ya legendario el hecho de que le encargaran ese Crucificado gigante para el cementerio en el momento más complicado de su vida, endeudado hasta las cejas, viudo de su primera esposa al morir de tuberculosis y maltratado psicológicamente por su segunda mujer. El caso es que, al montar la escultura, Susillo se dio cuenta que le había elaborado las piernas al contrario, de modo que al pie izquierdo que debía quedar debajo del derecho le colocó ya el clavo, así que terminó clavándole, de modo independiente, también el otro pie.

Suicidas literarios

Al contemplar su obra terminada con aquel supuesto fallo que no se ajustaba a la tradición del crucificado con solo tres clavos, se angustió tanto que se pegó un tiro en su estudio, como había hecho otro romántico anterior, el periodista Mariano José de Larra, quien precisamente firmó uno de sus artículos más famosos con el título de “El día de Difuntos de 1836”, donde cuenta su experiencia en el cementerio aquel 2 de noviembre el que el padre del periodismo moderno da cuenta de cómo se dirigían “las gentes por las calles en gran número y larga procesión, serpenteando de unas en otras como largas culebras de infinitos colores: ¡al cementerio, al cementerio! ¡Y para eso salían de las puertas de Madrid!”.

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Columbarios de Sevilla, a la entrada del cementerio, adornados estos días con flores frescas. FERNANDO VÁZQUEZ

Aquel artículo de Larra continúa con estas tenebrosas preguntas: “¿Os movéis para ver muertos? ¿No tenéis espejos por ventura? ¿Ha acabado también Gómez con el azogue de Madrid? ¡Miraos, insensatos, a vosotros mismos, y en vuestra frente veréis vuestro propio epitafio! ¿Vais a ver a vuestros padres y a vuestros abuelos, cuando vosotros sois los muertos? Ellos viven, porque ellos tienen paz; ellos tienen libertad, la única posible sobre la tierra, la que da la muerte; ellos no pagan contribuciones que no tienen; ellos no serán alistados ni movilizados; ellos no son presos ni denunciados; ellos, en fin, no gimen bajo la jurisdicción del celador del cuartel; ellos son los únicos que gozan de la libertad de imprenta, porque ellos hablan al mundo”.

La historia del pobre escultor Susillo no terminó con el tiro que se dio, pues la autoridad eclesiástica de su época se negó a que, como suicida que era, pudiera ser enterrado en suelo sagrado, a pesar de que los sevillanos de la época creyeron que el mejor homenaje que podía hacérsele a aquel hombre era enterrarlo bajo los pies de su Cristo. Pero hubieron de pasar 44 años para que sus restos se trasladaran de una tumba junto a la de su amigo el pintor Ricardo Villegas a su actual ubicación.

Lo más sorprendente, en todo caso, es que, a los pocos días de su entierro, muchos sevillanos empezaron a percatarse de que su Crucificado lloraba miel. El supuesto milagro tuvo que ser comprobado por un delegado del Vaticano que la Iglesia española se encargó de traer a Sevilla. Y finalmente se averiguó la verdad del caso: lo que manaba de la boca del Cristo era miel de abeja, efectivamente, pero no porque el Señor llorara la muerte de Susillo, como empezó a decirse por toda la ciudad, sino porque el escultor había dejado un hueco en el interior de su escultura para evitar un peso excesivo, y en ese hueco habían hecho una colmena las abejas, de modo que cuando el sol calentaba, la miel de los panales se derretía y le chorreaba al Crucificado por el rostro.

Cementerio de San Fernando en Sevilla, el Dia de Todos los Santos.
Una señora aguardaba este viernes en la calle principal del cementerio sevillano para colocar unas flores a sus seres queridos. FERNANDO VÁZQUEZ

Precisamente bajo este Cristo de las Mieles oficiará el Arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz Meneses, la solemne misa por el Día de los Fieles Difuntos mañana, día 2 de noviembre, a las 9.00 horas de la mañana.

No deja de ser curioso que “el Día de Difuntos” de aquel artículo del también suicida Larra fuera el de 1836, el año en que nació el poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer. Y que el día en que Susillo se suicidó, el 22 de diciembre –de 1896-, fuera el mismo –pero de 1870- en que murió el poeta de las Rimas y las Leyendas. Fue el sevillano y también periodista Bécquer, que conoció de adolescente el estreno del actual Cementerio de San Fernando, quien ya en Soria publicó en El Contemporáneo una de sus leyendas más famosas, la de El monte de las ánimas, que cuenta lo que le ocurrió a un joven enamorado de su prima cuando, en plena noche de difuntos, se atreve a ir a aquel cementerio de antiguos templarios para recuperar una cinta del pelo de la muchacha…

Desde luego ningún lugar tan romántico, desde el personaje sevillano Don Juan Tenorio, como un cementerio, tan protagonista hoy y mañana en el devenir social de una ciudad como Sevilla. Un sevillano que la tuvo siempre en sus labios, el palaciego –de Los Palacios y Villafranca- Joaquín Romero Murube, a la sazón conservador del Alcázar de Sevilla durante todo el franquismo, dedicó en su obra cumbre, Pueblo lejano, un capítulo a un señor de su localidad natal, albañil de oficio, que se esmeró durante toda su vida en construirse su propio mausoleo hasta gastarse allí todos los ahorros de su vida. “¡Pobre Pepe Nieto!”, escribirá Murube para finalizar aquel capítulo. “Un día fue a un quehacer a Sevilla, lo trompicó el tren al apearse en la estación y murió en el acto. Nadie reclamó su cadáver en el departamento anatómico. Le dieron tierra en la enorme fosa común de la ciudad…”.

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Calle del cementerio San Fernando con nichos antiguos. FERNANDO VÁZQUEZ

Esa fosa común referida por Murube debió de ser una de las ocho que se fueron usando en el cementerio desde 1852 hasta los años 60 del pasado siglo. El fatídico año de 1936, tras la represión de Queipo de Llano al comienzo de la Guerra Civil, se enterraron concretamente en tres fosas comunes –Pico Reja- a los represaliados, unas 4.500 personas, entre los que se encontraba el padre de la Patria andaluza, Blas Infante. En la totalidad de las fosas comunes se calcula que hay más de 30.000 cuerpos.

Más seguridad para los vivos y los muertos

El Ayuntamiento sevillano ha reforzado el sistema de seguridad del cementerio con un nuevo contrato por valor de 325.000 euros, que incluye vigilancia presencial las 24 horas, instalación de luminarias LED solares y 35 videocámaras con detector de presencia que se están instalando precisamente en estos días y que se suman a las 20 instaladas el año pasado.

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Dos señoras abandonaban el cementerio de San Fernando este viernes, víspera de Tosantos, al mediodía. FERNANDO VÁZQUEZ

Por otro lado, el Ayuntamiento ha iniciado la licitación de las obras de demolición de las sepulturas de pared de la calle San Clemente del cementerio. La intervención cuenta con un presupuesto de 159.000 euros y un plazo estimado de ejecución de tres meses. Se trata de un conjunto de más de 500 sepulturas construidas en la primera mitad del siglo XX, que actualmente presentan graves problemas estructurales y suponen un riesgo de colapso inminente. En total, se extienden a lo largo de 539 metros lineales y han sufrido un fuerte deterioro tras décadas de uso, con múltiples ciclos de inhumación y exhumación, además de la exposición continua a las inclemencias climáticas.

La Iglesia prefiere el ataúd

Pese a la opción mayoritaria de la incineración, la Iglesia católica sigue prefiriendo la inhumación, si bien no prohíbe la cremación. En 2016, el propio Vaticano publicó una Instrucción Pastoral sobre la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de cremación. La instrucción corroboraba lo que ya se recogía en el Código de Derecho Canónico, es decir, que la inhumación es la forma más adecuada para expresar la fe y la esperanza en la resurrección de la carne para la Iglesia, que, sin embargo, no encuentra razones doctrinales para evitar la cremación, pues esta práctica no influye en el alma y tampoco, explican fuentes eclesiásticas, impide la resurrección de la carne.

En cualquier caso, las cenizas de un difunto, según la Iglesia, deben mantenerse en un lugar sagrado -un cementerio, una iglesia o similar- y evitarse así los planteamientos panteístas, naturalistas o nihilistas que dispersan las cenizas por el aire, por la tierra o por el mar o las conservan en un jarrón de lujo. Al margen de la doctrina eclesiástica, lo cierto es que cualquiera de estas opciones también es posible porque no están reguladas.

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Álvaro Romero Bernal.

Álvaro Romero

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