El Ayuntamiento de Sevilla ha entrado en riesgo de parálisis política. Todo viene del mes de mayo. De la noche electoral. Entonces, José Luis Sanz resultó ganador, pero ganador a medias. Porque la derecha volvía al poder, pero el PP necesitaba mirarse en un Vox cada vez más receloso hacia los pactos. Los de Abascal se lo han puesto difícil al PP en cada batalla, en cada entendimiento. Un partido, Vox, que además no está atravesando su mejor momento, con salidas sonadas como la de la única consejera en el Gobierno de Extremadura.
Ya en septiembre, con el inicio del curso político, Cristina Peláez aseguró que había un pacto oculto entre su formación, Vox, y el PP local para entrar en el gobierno sevillano después del verano. La razón, aseguró la concejala aún en la oposición, es que venían elecciones generales y Sanz no quería aumentar la tensión entre el electorado. Porque todas las partes saben, se infiere de ello, que el pacto PP-Vox no gusta a los votantes, especialmente a aquellos que no son tradicionales de la derecha y pueden optar esta vez por echar del Gobierno a Pedro Sánchez.
Lo que ha ocurrido es que ese tiempo no ha cambiado. El PP sigue siendo el PP, y Vox sigue siendo Vox, y las elecciones en enero siguen siendo una posibilidad. A finales de octubre se verá si Sánchez logra el apoyo de los independentistas catalanes, fundamental para lograr la reelección en la investidura que se debatirá en el Congreso. No será hasta entonces cuando, de verdad, finalice el periodo electoral y arranque, de verdad, el ciclo del gobierno del PP en Sevilla.
El calendario, eso sí, no se detiene. Porque antes de final de año, si quiere ir con las manos liberadas, Sanz debería tener un presupuesto propio y no uno socialista, el de Antonio Muñoz. De no producirse un entendimiento con Vox, o de no permitir su entrada en el gobierno municipal, el alcalde no podrá poner en marcha la revolución prometida y se quedará sin tiempo en el mandato para que sea 'evidente' la diferencia entre el PSOE y el PP. Sanz ha apostado por convertir a Sevilla en una ciudad propicia para la inversión -aunque a la vez esté aumentando impuestos y tasas a la ciudadanía, desde el sello de las motos de baja cilindrada hasta el cementerio, pasando por el agua y, a la vez, la basura-.
Grandes eventos, una limpieza eficaz, inversiones en maquinaria, plazas de aparcamiento, arreglos en plazas, barrios, el centro, cuidar el transporte público... todo eso vale dinero. Un dinero del que no dispondrá si Sevilla entra en 2024 con un presupuesto que hable del Plan Respira, por ejemplo, ese que va de la mano de las zonas de bajas emisiones obligadas por Europa.
Sanz se quedó cerca de la mayoría absoluta, pero no lo consiguió. Quien mejor supo lidiar con Vox en toda España, quizás, fue Juanma Moreno, que salió reforzado y supo comunicar cuándo lo que dejaba de hacer era por culpa de Vox. Si no hubiese negociado con arte, Vox habría logrado eliminar Canal Sur o muchos programas de apoyo a víctimas de violencia de género. Sanz se enfrenta a problemas también terrenales: sacar el dinero para maquinaria de limpieza, por ejemplo, y poner Sevilla como una patena, algo que los sevillanos quieren -quién quiere una casa sucia en lugar de una limpia, lógicamente-.
Ya en su rueda de prensa de 100 días de gobierno, el alcalde mandó un mensaje a la ciudadanía que ha ido repitiendo: queda mucho por hacer. O lo que es lo mismo, no me pidan cuentas si acabo de aterrizar. Cualquier plan pasa por tener presupuesto o su gobierno estará bloqueado, abocado a improvisar partidas. Sanz ya advirtió que nada de pacto oculto, que no hubo pacto. O sea, que Peláez mentía.
El camino es largo hasta 2027. Porque Vox también pide cuentas y medallas al PP, forzar su entrada en gobiernos municipales y autonómicos. Al PSOE solo le toca esperar sentado. Si no entra Vox en el gobierno, Sevilla estará sin presupuesto popular. Si entra Vox, no habrá margen para la paz política en el pleno. Todo va de cuentas. De cuentas pendientes, de darse cuenta y de pedir cuentas para que salgan las cuentas.



