Los cimientos de la Iglesia del Salvador en Sevilla guardan un pasado cargado de símbolos y transformaciones. Este espacio, hoy uno de los templos más visitados de la capital hispalense, se levanta sobre lo que en su día fue una basílica romana y posteriormente un templo visigodo, antes de transformarse en mezquita en el siglo IX.
En este estudio divulgado por la Catedral de Sevilla, tras 118 años de dominación islámica, en el año 829 Umar Ibn Adabbas, cadí de Isbiliya, recibió la orden del emir Abderramán II de levantar una mezquita principal en el corazón de la ciudad. El nuevo templo se construyó sobre el antiguo edificio basilical, respetando así el carácter sagrado que ya arrastraba desde siglos anteriores.
La ubicación no fue casual. El solar había sido identificado por generaciones como un lugar espiritual, y la decisión de reutilizar tanto el espacio como materiales constructivos añadió un poderoso valor simbólico: la superposición de la cultura islámica sobre las anteriores. Con unas dimensiones similares a las de la basílica, la mezquita se convirtió en una de las más antiguas de Al-Ándalus.
Un espacio religioso y social
Entonces, como ahora, el edificio no era solo un centro espiritual, sino también un punto neurálgico de la vida sevillana. A su alrededor se desplegaba una intensa actividad, tanto religiosa como cívica, lo que consolidó a la mezquita como un espacio de referencia para la ciudad.
Durante los primeros siglos de presencia musulmana en la península, las comunidades cristianas e incluso judías lograron sobrevivir en los territorios de al-Ándalus. Eran conocidos como mozárabes, aquellos que mantenían su fe y costumbres pese a vivir bajo dominio islámico. La convivencia se prolongó hasta finales del siglo XI con la llegada de los almorávides y, más tarde, los almohades en 1148.
La restitución cristiana en 1248
La historia dio un nuevo giro en 1248, cuando Fernando III conquistó Sevilla e impulsó la restitución del culto cristiano. Muchas mezquitas se transformaron en iglesias, y entre ellas destacó la aljama de Ibn Adabbas, consagrada como la nueva Colegiata del Divino Salvador.
El monarca ordenó dedicar el templo al Divino Salvador del Mundo, lo dotó de un abad y diez canónigos, y le concedió un rango inmediatamente inferior al de la Catedral. El escrito cuenta que esta transformación no fue inmediata: se reorientó el edificio, se levantó un altar mayor y un coro para la liturgia, se adaptó el patio de abluciones y se instalaron capillas privadas y altares.
Estas adquisiciones por parte de corporaciones y particulares fueron el germen de las primeras devociones y hermandades sevillanas, como la de Ánimas Benditas, que más tarde se integró en la Sacramental. También propiciaron los primeros adornos artísticos del templo, con retablos, esculturas, pinturas y un ajuar sagrado que marcaron el inicio de su riqueza patrimonial.
Hoy, la Iglesia del Salvador se alza como un lugar de fe, historia y arte que resume más de un milenio de transformaciones culturales, convirtiéndose en testimonio vivo de la herencia romana, visigoda, islámica y cristiana en Sevilla.
