Una vez más, el mundo de los certámenes de belleza se tambalea por dentro. Esta vez, no por un vestido o una corona, sino por un gesto de dignidad colectiva. Fátima Bosch, representante de México en Miss Universo, se levantó y abandonó un acto previo al concurso tras escuchar cómo el organizador, el empresario tailandés Nawat Itsaragrisil, la llamaba “tonta” delante de sus compañeras. Su salida no fue en solitario: casi todas las misses decidieron acompañarla en señal de apoyo, dando lugar a una escena que ha recorrido el planeta.
El detonante fue un reproche del propio Itsaragrisil a Bosch por no haber promocionado un sorteo entre los fans cuyo premio era una cena con él. La situación, según relatan medios internacionales, desató la indignación entre las participantes y ha puesto en evidencia las formas del organizador, conocido por su afán de protagonismo.
Ángela Ponce, en el ojo del huracán
En medio del revuelo, Ángela Ponce, modelo sevillana y primera mujer trans que participó en Miss Universo, ha alzado la voz para contar su propia experiencia con el mismo empresario. En una intervención en el programa El tiempo justo, la andaluza aseguró haber tenido “muchos encontronazos” con él tanto “por redes sociales como en prensa internacional”, a raíz de su postura “un poco transfóbica”.
Ponce explicó que el conflicto con Itsaragrisil viene de otro concurso que él también dirige, en el que -según denuncia- se opone a la participación de mujeres trans. “He tenido muchos encontronazos con él muchas veces... está en desacuerdo con la participación de mujeres trans”, declaró la sevillana, recordando sus desencuentros con el empresario tailandés.
"Solo le interesa la viralidad"
Pero sus críticas no se detienen ahí. La modelo describe a Itsaragrisil como alguien que “disfruta siendo más estrella que las propias candidatas”. En ese certamen paralelo, relata, ha llegado a organizar pruebas en las que las concursantes deben “bajar escaleras de 50 escalones” para generar un momento viral si alguna cae, o competiciones absurdas en las que “ganan las que se coman fideos tailandeses más rápido”.
“Le interesa la viralidad para que su concurso gane prestigio en poco tiempo”, sentenció Ponce, convencida de que el ego del empresario pesa más que el respeto a las participantes.
El gesto de Fátima Bosch y las palabras de la sevillana han reabierto un debate incómodo dentro del mundo de los concursos de belleza: el de los límites del espectáculo, la discriminación y el trato hacia las mujeres que deciden competir por una corona.



