Entre la playa de Mangueta y el chiringuito Amara, en Zahora hay un rincón secreto que no todos los bañistas conocen. Subiendo por un discreto montículo de arena, entre las dunas, se esconde una cruz solitaria mirando al mar. El lugar, apartado de las miradas desde la orilla, ofrece vistas despejadas al horizonte africano.

La cruz está delimitada por tablas de madera y rodeada de plantas crasas —principalmente cactus—, dispuestas con esmero. A sus pies, pequeñas ofrendas de conchas marinas y restos de moluscos crean un pequeño altar natural en medio del paisaje. A ambos lados, dos tablones recogen frases lapidarias que rinden homenaje a personas fallecidas, aunque no se especifica su identidad.

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La zona donde está ubicada la cruz.

El conjunto, improvisado pero cuidado con mimo, transmite una profunda carga simbólica: un lugar de despedida, de recuerdo y conexión con el mar. No hay carteles, ni nombres reconocibles, ni explicaciones. Solo el silencio, el viento y la certeza de que alguien quiso rendir homenaje desde la arena, seguramente a quienes ya no están.

Una localización muy estudiada

El espacio, cuidadosamente dispuesto, parece haber sido creado con la intención de mantener la intimidad y el recogimiento. La localización, alejada del paso habitual de los veraneantes y parcialmente oculta por las dunas, sugiere que no se trata de un lugar pensado para ser descubierto fácilmente, sino más bien para ser encontrado por quien se adentra a pie por la arena.

Las frases inscritas en las tablas a ambos lados de la cruz evocan un tono de despedida y reflexión. Se describen en pocas palabras a quienes "nos dejaron", sin más datos, dejando que el paisaje y los objetos hablen por sí mismos. Todo el conjunto genera una atmósfera de calma, memoria y respeto frente al mar.

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Francisco J. Jiménez

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