Pregunta del Trivial: ¿cuántos inventos han surgido en España? Seguro que de pronto le saltan los típicos, como la fregona o el chupa chups, pero quizás no sepa que el inventor más prolífico de las últimas décadas es español y, para más señas, gaditano. Antonio Ibáñez de Alba (Chiclana de la Frontera, 1956) puede presumir de tener más de 300 patentes, de haber trabajado para la prestigiosa NASA o haber cerrado con el mismísimo Muamar el Gadafi un contrato multimillonario en los años 80 para instalar más de 50.000 palmeras artificiales en el desierto libio.

Hijo de agricultores, Ibáñez abandonó su Chiclana natal con apenas dos años, cuando sus padres se trasladaron a Cataluña en busca de una vida mejor, siguiendo los pasos de otros tantos miles de andaluces. Sin embargo, eso no ha sido óbice para que presuma de chiclanero y de la insignia que recibió recientemente de manos del alcalde de la localidad, José María Román, que desde entonces luce allá por donde va. Criado en Barcelona, en la ciudad condal culminaría sus estudios de Ingeniería Industrial antes de partir a Estados Unidos, donde trabajaría tres años para la Nasa, en California, en proyectos de refrigeración de satélites y de confinamiento de partículas a través de reactores magnéticos.

De vuelta a España, y tras llevar a cabo diversos estudios, cerró con el por entonces dirigente libio Muamar el Gadafi un contrato por valor de mil millones de dólares para instalar 50.000 palmeras de poliuretano en el desierto que creaban un microclima artificial que permitió el cultivo de árboles frutales. Por esta investigación, Antonio obtuvo en 1990 la Medalla de Oro de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual y el primer premio del Proyecto Eureka de la Unión Europea ese mismo año. “Antes de ir a Libia la prensa española decía que yo estaba loco, que era un iluminado. Cuando Gadafi reconoció que fue todo un éxito tuvieron que callarse la boca”, recuerda.

El chiclanero podría definirse como el Da Vinci del siglo XXI, con el mérito añadido de vivir de la ciencia y de la investigación en un país en el que ya se sabe las pocas inversiones que tienen los proyectos de I+D+I. “De los más de 300 productos patentes, yo considero algunos muy necesarios, otros necesarios y otros simplemente útiles”, declaraba al recibir la insignia de Chiclana. Así, de sus últimos proyectos, destaca un túnel fabricado con materiales plásticos para proteger el AVE entre Medina y La Meca cuya obra, encargado a un consorcio de empresas españolas, está a punto de finalizar. Y es que, las tormentas de arena en el desierto, que pueden alcanzar una altura de hasta 1,6 kilómetros de alto, pueden ser un serio problema para los trenes, de ahí que su túnel evitaría la construcción de costosos muros que, además, serían inútiles ante estas inclemencias.

De sus últimos proyectos, destaca un túnel fabricado con materiales plásticos para proteger de arena el AVE entre Medina y La Meca

Pero si de algo está satisfecho Ibáñez es de sus proyectos relacionados con el agua y, en este sentido, uno sobre todos los demás, el agua flotante y sin sal. Obsesionado con evitar las muertes por ahogamiento en las piscinas, sobre todo en niños, ha ideado un producto muy soluble que en apenas 24 horas convierte cualquier piscina en un Mar Muerto en miniatura, con la diferencia de que su invento no tiene ni pizca de sal. De esta manera, cualquier persona podrá zambullirse, bucear y disfrutar de un refrescante baño, pero teniendo además la tranquilidad de saber que nunca se hundirá en caso de sufrir un desmayo o cualquier otro problema físico. “El producto dura de dos a cinco años. Lo único que hay que hacer es renovarlo en un diez por ciento cada cierto tiempo, porque si bien no se evapora con el sol, las personas se llevan una parte cada vez que salen de la piscina”, explica.

El prolífico inventor ha presentado su producto —que ha bautizado como Happy bath (Baño feliz) en la feria Piscina & Wellness 2017 celebrada en Barcelona. Aquí, asegura que ya le han salido varios pretendientes interesados en comprar su patente para fabricarlo y venderlo a nivel mundial. De hecho, apunta a que una empresa española está a punto de cerrar el acuerdo de comercialización. “Mi deseo es que la primera planta de producción y distribución se levante en en Cádiz y si fuera en Chiclana, mucho mejor. Daría muchos puestos de trabajo y además contaríamos con la ventaja de tener buenos puertos cerca. Esa ventaja logística por mar nos vendría de maravilla”.Pensando también en los niños, Antonio ha presentado igualmente un sello serigrafiado, parecido al que usan las discotecas para controlar la entrada, pero incoloro. Se aplica sobre la nuca y gracias a una tinta conductora asociada a un algoritmo controla en tiempo real los tiempos de inmersión de los bañistas, tanto de una piscina como en mar abierto. “Es incomprensible que cada vez haya mayor tecnología en el campo de los móviles pero no en áreas vitales para la seguridad de las personas”, razona.

Pero la capacidad inventiva de Antonio no se queda en el agua: una pantalla protectora para el césped de los campos de fútbol que además puede proyectar publicidad; neumáticos conductores de corriente para uso en vehículos eléctricos fabricado con partículas conductoras; combustible basado en materiales energéticos; y hasta una cápsula que, insertada por vía subcutánea, puede alertar del cáncer de mama y de ovario en sus fases iniciales. Todo un ejemplo de que inventar no ha pasado de moda.

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Jorge Miró

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