Cómo estudiar los tesoros hundidos de Cádiz sin salir del agua

Investigadores de la UCA determinan gracias a una novedosa técnica las condiciones físicas, químicas y biológicas que influyen sobre los pecios bajo el mar

Un investigador, trabajando bajo el agua. FOTO: UCA
Un investigador, trabajando bajo el agua. FOTO: UCA

La milenaria historia de Cádiz, con diferentes civilizaciones que se echaron a la mar para pescar, comerciar o batallar, han favorecido que sus costas guarden cientos de tesoros hundidos en forma de pecios. Se calcula que entre Tarifa y Sanlúcar de Barrameda hay unos 820 barcos hundidos censados, la gran mayoría, aquellos que realizaban la llamada Carrera de Indias, y casi una cuarta parte de ellos, navíos procedentes de América cargados con oro, plata, perlas y piedras preciosas que aún descansan en el fondo del mar.

Precisamente, hace unos días se conocía que las obras de la nueva terminal de contenedores del puerto de Cádiz, que ejecuta la Autoridad Portuaria, han permitido localizar al San Jorge y San Telmo, el primer navío de los al menos veinte que el pirata inglés Francis Drake hundió durante su sorpresivo asedio a las costas gaditanas en abril de 1587, con el objetivo de debilitar a la flota española de Felipe II, quien tenía entre ceja y ceja atacar Inglaterra con la mal llamada Armada Invencible.

Ahora se conoce que la Universidad de Cádiz, a través de sus departamentos de Ciencia de los Materiales e Ingeniería Metalúrgica y Química Inorgánica y Física Aplicada han desarrollado un primer protocolo de monitoreo basado en técnicas de conservación y documentación arqueológica in situ. El objetivo es evitar poner en riesgo los yacimientos y favorecer su estudio en el medio marino sin tener que alterar su entorno. Este método, que combina varias técnicas, se ha empleado ya para el estudio de dos navíos franceses, el Bucentaure y el Fougueux, hundidos en el litoral gaditano durante la célebre batalla de Trafalgar de 1805.

De esta manera, se ha recabado valiosa información de las distintas partes del pecio sin modificar su posición ni destruir su composición. El estudio ha deparado conclusiones publicadas en la revista Science of the Total Enviroment, que apuntan a que las condiciones ambientales bajo el mar han influido para que los restos metálicos del Bucentaure estén mejor conservados que los del Fougueux.

Trabajos con un pecio en aguas de San Fernando. FOTO: CAS

Según el investigador y catedrático de la Universidad de Cádiz Manuel Bethencourt, “el agua del mar, la presencia de algas y deposiciones calcáreas de moluscos o gusanos poliquetos parecen contribuir positivamente a la conservación de los yacimientos existentes bajo del mar”

Y es que, a pesar de que ambos fueron hundidos prácticamente en las mismas fechas —se estima que apenas con 48 horas de diferencia— y lugar, los materiales que componían los barcos, siendo iguales, no se habían comportado de la misma manera. “Aplicamos una práctica denominada levantamiento no destructivo sobre los cañones y anclas, que implica obtener información de estos elementos sin alterar su condición ni su posición y que respeta su conservación futura en el medio marino”, explica Bethencourt, que añade que “esta práctica que controla la corrosión se basa en que un metal, denominado ánodo de sacrificio, actúa como protector de otro al que va unido y que tenderá a desaparecer tras oxidarse. Los más habituales son el aluminio, zinc y magnesio, muy comunes en la protección de los cascos de los barcos, en sus hélices, en tuberías enterradas o en tanques de almacenamiento”.

Durante tres años de experimentos, los científicos han recreado partes de los pecios hundidos con materiales similares a los que se pueden encontrar en los yacimientos subacuáticos para observar su comportamiento. Además, para simular los efectos que la corriente de agua, sedimentos, algas y otros seres vivos marinos provocan en estos yacimientos, sumergieron esas réplicas a un metro y medio de profundidad sobre el fondo del mar, directamente sobre el lecho marino y también enterradas en unas cavidades excavadas en el sedimento para asegurar una condición continua de enterramiento.

Desconcrección in situ de la faja alta de culata de un cañón. FOTO: CAS

Para ello, recrearon con materiales similares a los que se pueden encontrar en un yacimiento partes de los pecios hundidos en la costa gaditana y observar así su comportamiento. Además, para simular los efectos que la corriente de agua, sedimentos, algas y otros seres vivos marinos puedan provocar en estos yacimientos, sumergieron esas réplicas a un metro y medio de profundidad sobre el fondo del mar, directamente sobre el lecho marino y también enterradas en unas cavidades excavadas en el sedimento marino para asegurar una condición continua de enterramiento.

Así, mientras las pruebas realizadas con los cañones del Fougueux determinaron que se corroían debido a los altos niveles de movimiento del agua, perdiendo entre 0,180 y 0,246 milímetros de metal al año, los del Bucentaure se corroían menos por la acumulación de sedimentos y seres vivos sobre su superficie, lo que aumenta su conservación y garantiza mayor información arqueológica a los investigadores. “Mientras los cañones del Bucentaure no presentan un peligro inminente de colapso, los esfuerzos para el mantenimiento in situ deben centrarse en las piezas de artillería del Fougueux”, manifiesta el responsable de este estudio.

Otra de las pruebas que realizaron fue evaluar la efectividad de la protección como una medida temporal para la conservación in situ en un cañón. “Aplicamos esta técnica y después de 9 meses, vimos que hubo una reducción de casi el 38% en los niveles medios de corrosión, mostrando así que esta práctica resulta bastante útil para evitar la degradación de estos yacimientos”, asegura Bethencourt.

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Jorge Miró

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