Sudando la Feria

Azafatas de Tío Pepe, en un alumbrado de una pasada edición de la Feria del Caballo.
Azafatas de Tío Pepe, en un alumbrado de una pasada edición de la Feria del Caballo. JUAN CARLOS TORO

Jerez, que tiene una Feria del Caballo con más de un millón de bombillas en su alumbrado, tiene unos 33.000 vecinos inscritos en la cola del paro. Jerez, que entiende la alegría y la tragedia a compás como probablemente muy pocos sitios en el mundo, tiene ocho días al año en los que el tiempo se detiene para unos y se hace eterno para otros. Donde unos revientan de disfrute y otros acaban molidos por exigencias del guión. Este domingo inusual de Feria, con el alumbrado ya inaugurado la noche antes y todo el puente por delante, también se celebra el Primero de Mayo en el albero del González Hontoria. Mientras el postureo va haciendo acto de presencia desde el mediodía y los turistas se amontonan ojipláticos, para muchos es otra jornada más de arduo y fatigoso trabajo. Otro día de currelo en esta ciudad dentro de la ciudad que desata pasiones y excesos.

En esa cocina está ella. La misma a la que a su marido le han diagnosticado días antes una enfermedad grave. La misma que ahora se halla entre freidoras industriales sacando platos para fuera como una posesa. Con su mandil y su gorrita humilde, con sus manos curtidas ganándose unos euros en una semana en la que la diversión se disfruta de puertas para fuera de esa estrecha cocina. Va a compatibilizar sus horas de trabajo extenuado en la Feria con lo que tiene en casa. Aunque lo que tenga en casa sea un miura que ni para José Tomás. No le queda otra. Necesita el dinero de esta semana. Tira para adelante, le echa ovarios y se lía a ciegas con su faena. No para quieta en las ocho horas largas de trabajo que le esperan en esa trasera del decorado de Hollywood que nadie puede ver. Los minutos caen a plomo como el tórrido sol que llama al verano.

La cocina es un incendio. El calor es insoportable delante de esa sartén en la que el huevo se funde con las patatas fritas gestando ese milagro que llaman tortilla. Ninguno de sus compañeros tiene tiempo de pestañear: uno apunta rebujitos en la barra; otra, frenética, abre una bolsa de hielo haciendo malabares con una media botella; otro cobra en la caja mientras se percata de que aún no ha ajustado cuentas con ese proveedor que ha vendido tres toneladas de marisco congelado para una semana; otra atiende a quienes se sientan vestidos de boda o a quienes con mala cara aprietan para que acelere la comanda; otro intenta supervisar que nadie se cuele pasado de rosca o saque vidrio a las calles del Real... Estamos ante una perfecta maquinaria al servicio de la juerga. Una legión de sombras que facilita que unos celebren la vida mientras otros sobreviven entre los fogones, las mesas, los tablaos y las tómbolas.

Tiene hernia discal pero está dispuesto a encarar más de 30 bolos tocando el cajón en una semana

Tiene hernia discal pero está dispuesto a encarar más de 30 bolos tocando el cajón en una semana. Son ingresos para una buena temporada que no se pueden desaprovechar. Su grupo va de caseta en caseta, animando y jaleando al personal que corea las canciones o directamente está a lo suyo, oyendo el sonido ambiente. En el exterior de la caseta, una más de las más de 200 que conforman el Real, venden tabaco de contrabando, llevan claveles marcados por el arte de la coba y el regateo, y portan ramos de globos infantiles de todos los colores. Cerca de ellos también están quienes encuentran a niños perdidos y rescatan del coma etílico a adolescentes ciegos. Esos que velan de uniforme por la seguridad de todos los que van de paisano. Esos que regulan el tráfico bajo una sombrilla o te traen de vuelta a casa entre morado y amarillo albero. Otros que dan corriente eléctrica, que riegan el albero o que vacían las papeleras para que al día siguiente la Feria se levante como si no hubiera pasado nada. Tantos cientos de mujeres y hombres que echan la interminable semana de Feria. Esos que sudan la fiesta sin beber ni bailar, solo con su esfuerzo y su trabajo. Que la maquillan y la ponen guapa para que luzca espléndida cada día. Tantos cientos de personas sosteniendo tanto derroche y tanta celebración.

El speaker de esa atracción desfasada, la muchacha del puesto de algodón de azúcar, el fascinante hombre del Fotocolor con su caballo de pega, el chico del enganche que deja a los turistas que se fotografíen junto a sus jamelgos, la guapa azafata que recorre la caseta en el equilibrio de sus tacones infinitos, el pincha discos que no tiene hartura, el barrendero que aguanta al borracho de última hora… Cada caseta, un mundo; cada milímetro de Feria, una historia. Por cada dos que se divierten, uno las pasa putas desbordado por una bulla en hora punta. Es Primero de Mayo en el Real. Nada que celebrar. Ella piensa en su marido y no tiene dudas: tiene que seguir hasta el final. Todo saldrá bien.

Dedicado a todos los que trabajan de una manera o de otra la Feria del Caballo.

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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