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Coge una bicicleta y serás la persona más odiada del mundo.

Coge una bicicleta y serás la persona más odiada del mundo. La inversión europea para que los ciclistas se sintiesen más cómodos en la ciudad es una fantasía para muchos que van a dos ruedas. Los tramos de carril bici están hechos a mala idea. Están pensados para que circules más –para quemar calorías digo yo– y no puedas coger por esos típicos atajos que anteriormente tenías en tu cabeza. No. Los tramos rojos son escasos, dibujados en cuestas y con obstáculos imposibles de sobrepasar. No es raro encontrarse con un camino que no tiene continuidad, y lo más común es que alguien —con una hermosa calle ancha— pasee por encima de ese carril bici.

A los jerezanos les falta educación. Les falta empatía con los ciclistas. Lo más habitual que te puede pasar si circulas en bicicleta por una acera que no tiene carril bici es que te insulten, te chillen o lo peor: que se paren y empiecen a darte una lección de moralidad. Qué sabrán esas personas que nunca han montado en bicicleta. Qué sabrán esas señoras que cuando les dices amablemente: “¿Me permite, por favor?” te sueltan un: “Ni por favor ni nada. ¿Quién te has creído cogiendo por aquí?”. Señora, solo intento circular por donde buenamente puedo. Los peatones quieren que te metas en la carretera y los coches que te montes en la acera. Nadie nos quiere. Somos malas personas para ambos, y coger una bici en Jerez cuesta —alguna que otra vez— un dolor de cabeza.

Esta población de más de 200.000 habitantes quiere parecerse a Sevilla. Pero no. La capital andaluza está perfectamente ideada para las bicicletas, para la vida estudiantil. Prácticamente todas las avenidas y calles céntricas tienen carril bici. No insultan a los ciclistas porque están acostumbrados a ellos o porque quizás también monten en el servicio público Sevici. En Jerez no. Aquí la gente camina por encima del carril bici con orgullo, si les avisas con el timbre de que vas a pasar, te gritan, se ríen de ti o incluso hay veces que te miran con mala cara como diciendo: “Oye, que esto es mío”. Los ciclistas somos personas educadas —generalmente, hay de todo— que damos las gracias si alguien nos ve y nos deja pasar por zonas no habilitadas. Nos saca una sonrisa que haya gente que nos deje un espacio para circular porque normalmente solemos pasarlo mal.

“¡Coge por la carretera, eres un vehículo!”, espetan algunos por la calle. Sí, dile a tu hijo de 15 años que conduzca con su bicicleta entre los coches. O mejor, que sea tu hija. Que parece que si eres una mujer eres más torpe en bicicleta y te vas a caer con una curva estúpida. Lo que hay que aguantar, hasta para montar en bici nos consideran inútiles. En fin. Las anécdotas son muchas. Lo peor sin duda es conducir por el centro. Desistí hace unas semanas de coger por las calles empedradas, mi cuello me lo pedía a gritos. Los tumbos que sufres cuando montas por Corredera o por la plaza de las Angustias es una verdadera tortura para el cuello. Y la gente no lo entiende, te dice que conduzcas por el carril bici de la carretera —ciclo-calle, su nombre técnico—, pero no saben el peligro que es para tu columna. Bueno, y eso si los coches respetan que tienes preferencia sobre ellos. Ni de lejos, siempre buscan adelantarte.

Los peatones no saben que, si cogemos por la acera, vivimos con el miedo de que alguien de espaldas camine hacia atrás. No queremos hacerle daño a nadie. Queremos que nos dejen coger por un trayecto sencillo, que se aparten a un lado si la calle es espaciosa. No pedimos nada más. Y hacia los turismos, que sean conscientes de que existen los pasos de cebra para ciclistas. Las señales están. Son físicas, no abstractas. Así que si hay una señal de esas que pilla por un carril bici, no es necesario que me baje. No tengo por qué bajarme. Estoy en mi derecho de circular sin detenerme. Los ciclistas queremos empatía. No estamos locos. Queremos que se nos respete y poder circular sin tener miedo de que lluevan insultos, no agua. 

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