Los seminaristas de la generación Z: "Tenía novia y trabajo, lo dejé todo por seguir la llamada de Dios”

Tres 'centennials' originarios de El Puerto, Rota y El Bosque, cuentan a lavozdelsur.es por qué dejaron todo por entregarse a ser el futuro de la Iglesia

Los seminaristas de la generación Z: "Tenía novia y trabajo, lo dejé todo por seguir la llamada de Dios”. En la imagen, de izquierda a derecha, Juan, Carlos y Pablo.
Los seminaristas de la generación Z: "Tenía novia y trabajo, lo dejé todo por seguir la llamada de Dios”. En la imagen, de izquierda a derecha, Juan, Carlos y Pablo. CANDELA NÚÑEZ

Meterse a cura no es cuestión baladí. Las exigencias a día de hoy son importantes conforme los tiempos han ido pasando y la Iglesia actualizando métodos, estudios y la cuestión fundamental, la observancia del aspirante, es decir, si su vocación es real y su futuro compromiso tiene todas las dosis de seriedad. Este domingo, la Iglesia dedica la jornada al seminario y a las vocaciones.

Desde que se entra en el seminario hasta la ordenación sacerdotal puede pasar un mínimo de siete años, un tiempo dedicado al estudio, la oración y la formación. Actualmente, en el de la Diócesis de Jerez hay 16 seminaristas con una edad media entre los 18 y los 20 años de edad.

Para entrar en el seminario se requiere tener hecha la Selectividad, o sea 18 años o cumplirlos en el año en que se entra. También existe el seminario menor, para los menores; es externo y en su disciplina hay dos seminaristas.

Los tres seminaristas en el antiguo coro de Las Clarisas, hoy capilla del Seminario.     CANDELA NÚÑEZ
Los tres seminaristas en el antiguo coro de Las Clarisas, hoy capilla del Seminario.     CANDELA NÚÑEZ

Las etapas son la admisión a órdenes, sigue con los Ministerios Laicales: Lectorado y Acolitado, el penúltimo paso es el Diaconado y concluye con el Presbiteriado. El día a día de un seminarista se ubica en el antiguo convento de las Clarisas de Madre de Dios, a donde se trasladó la institución.

La sociedad aparca cada vez más mitos o tópicos sobre este mundo; pero ese halo místico que rodea a un seminarista sigue fluyendo cuando se ven juntos en una procesión o acto litúrgico: “Tan joven y tan guapo y se mete a cura”. Es una expresión que fácilmente se oye en las aceras cuando estos aspirantes al sacerdocio van revestidos y pasean su juventud y su vocación cara a la gente.

En el seminario nos reunimos con tres seminaristas que se podrían encuadrar en lo que hoy llaman la generación Z o centennials (personas que nacieron a partir de 1996 y que tienen hoy entre 18 y 26 años). Llevan unos tres años: Juan de 23 años, natural de El Bosque; Carlos, de 20 años, y procedente de Rota, y Pablo, 28 años de edad, de El Puerto de Santa María. La vocación es la clave. La llamada de Dios al sacerdocio, un ‘toque’ que llega y que en principio deja una gran incertidumbre.

Juan, seminarista, natural de El Bosque.     CANDELA NÚÑEZ
Juan, seminarista, natural de El Bosque.     CANDELA NÚÑEZ

En los tres coincide una primera reacción de rechazo, de que su vida no va por ese camino: “Tenía claro que no quería ser sacerdote. Eso es lo último que quería hacer”, confiesa Juan. Era una idea obsesiva “que me empujaba a entregarme cada vez más en mi relación con Dios. Yo le decía ‘Señor, porque me pides esto? Yo no quiero”.

Le lleva a entrar en el seminario del que se sale tras dos años y se puso a opositar para entrar en el Ejército, “pero no encontraba la felicidad en el mundo, no aportaba lo que mi alma deseaba. Entonces volví al seminario mayor y llevo tres años”, concluyendo con una idea: "Quiero hacer feliz a Dios. Al final lo dejé todo y lo seguí. No me arrepiento”.

"Tenía claro que no quería ser sacerdote (...) al final lo dejé todo y lo seguí" 

“En mi casa no éramos practicantes”, explica Carlos, que en la parroquia conoció a catequistas que estaban muy implicados en la vida de la Iglesia: “Fui a una misa de mi hermandad con mi primo y vi al sacerdote confesando. Me acordé de aquello que me había dicho mi catequista, que no me podía acercarme al Señor sucio. Entonces me confesé. La experiencia del perdón y de que el Señor me quería tal y como era, para mí fue una experiencia que me marcó el alma”.

Carlos tiene claro que la llamada empieza en ese momento “¿por qué no sacerdote? Me preguntaba. Mi vocación cada vez se iba haciendo más grande. Entonces se lo planteé a mis padres. Se quedaron un poco impactados, pero no se disgustaron, no lo esperaban. Yo estaba muy contento y ellos están contentos de que yo esté feliz sobre todo. Veía confirmado lo que Dios quería para mí”.

Pablo, scout y cofrade, de El Puerto de Santa María.    CANDELA NÚÑEZ
Pablo, scout y cofrade, de El Puerto de Santa María.    CANDELA NÚÑEZ

Pablo sí se crió y creció en una familia cristiana y practicante. Forma parte de los scout y del mundo de las hermandades, “esos dos carismas me han ido encaminando hacia la fe. En mi hermandad me pidieron ir de acólito para el triduo y la función principal. A partir de ahí empecé a acolitar todos los fines de semana en misa y me surgía la pregunta al ver al sacerdote ¿por qué yo no un día…?”.

El rechazo fue lo primero que sintió al hacerse esa pregunta: “Tenía mi plan de vida ideal en mi cabeza, estaba estudiando, tenía mi pareja y quería esa vida”. Con 18 años, dos sacerdotes me contaron su experiencia de misión “y sentí ahí como una primera llamada del Señor. Un año después me fui a Perú de misionero y a la vuelta sentí que quería ser misionero”, porque “el plan de vida mío no me terminaba de hacer feliz”.

"Llevaba mucho tiempo peleándome con el Señor en un tira y afloja: Yo sé que Tú querías esto, pero yo no"  

Sin embargo no hizo caso a esa vocación, quería terminar sus estudios, encontró un trabajo y visualizó una vida de familia, pero no el sacerdocio. “No me entraba. Con el tiempo, un Domingo de Ramos, salgo en la Hermandad de la Borriquita de El Puerto como costalero, en la que la Virgen se llama de La Entrega. Desde ese domingo me quedé con la advocación y la palabra Entrega y esa Semana Santa medité mucho sobre que no me estaba entregando, que había dejado de lado ese plan que había tenido con 19 años de ser misionero”.

Volvió años después al Perú, “después de ver varios acontecimientos que van pasando en mi vida, a la vuelta empecé con una dirección espiritual y entendí que llevaba mucho tiempo peleándome con el señor, como un tira y afloja: Yo sé que tú querías esto, pero yo no”. Decidió ingresar en el seminario “y la verdad es que estoy muy contento”.

El roteño Carlos, también cofrade, tres años en el Seminario Diocesano.       CANDELA NÚÑEZ
El roteño Carlos, también cofrade, tres años en el Seminario Diocesano.       CANDELA NÚÑEZ 

En este relato de la vida de estos seminaristas hay un factor que llama la atención, la felicidad. Ser feliz es la clave por la que ven confirmadas su vocaciones: “Si te llama el Señor tú te sientes realizado y te sientes bien. Entonces hay un signo, que el Señor te va a ir acompañando y te va guiando. Sabe que realmente sientes que es tu sitio”, señala Juan. Hacer este camino es algo duro, romper con un plan de vida soñado, dejar trabajo, novia e ingresar en el seminario con su día a día, sus dudas… Carlos lo tiene claro, “a veces es muy duro, pero Dios te da la gracia y te ayuda a sobrellevar eso y a que salga todo según su plan. Ahora, si no tienes vocación, no aguantas”.

Para Pablo, “el Señor tiene para cada uno un camino diferente. A lo mejor no el que tú tienes pensado y después te llevas un chasco. Intentaré ser el mejor sacerdote que pueda ser y con la ayuda del Señor, ir a donde me llamen”. Juan entiende que debe pensar en el hoy, “lo de mañana, ya se verá, aunque también es bueno ilusionarse, una ilusión tan natural como la que se siente  en un noviazgo cuando los dos se ven casados y se ven con sus hijos”

No temen a la soledad tan inherente al sacerdocio. No tendrán una familia propia: “Hay que tener claro que el sacerdote no va a tener una mujer, unos hijos, ni de vivir con alguien más. Estamos llamados a vivir un celibato y entregarle al Señor eso. Esos vacíos, esas soledades, entregárselos. No hay que temerle, hay que saber vivirlo bien”.

Conversando en el coro de la iglesia donde celebran misas y oraciones cantadas.      CANDELA NÚÑEZ
Conversando en el coro de la iglesia donde celebran misas y oraciones cantadas.      CANDELA NÚÑEZ

Precisamente, el celibato es un factor del que hay que convencerse pese a la juventud que tienen y las aspiraciones que antes de la ‘llamada’ pudieran tener en sus vidas. Recientemente, el Papa Francisco, con motivo del décimo aniversario de su pontificado, hizo unas declaraciones a una televisión de Argentina en la que cuestionó este voto exigido para el sacerdote. Dijo que no es un dogma de fe. Ser célibe se acordó en el siglo IV en el Concilio de Elvira, celebrado en la entonces Hispania. La Iglesia de aquel entonces asumió la idea como una regla propia.

"No es que no podamos amar a una mujer, preferimos amar a todos y preferimos no tener hijos para tener un montón de hijos"

Carlos, Juan y Pablo tienen clara su postura en torno al celibato. El primero de estos razona que “es un don de Dios, es un regalo que hace Dios a su Iglesia. Y yo creo que la Iglesia tiene que cuidar ese celibato que ha mantenido durante muchos siglos y ha cuidado con mucho cariño, porque uno no está solo por ser un solterón y no esta solo porque quiere: es vivir para sí mismo y poder dedicarse mejor al ministerio. El celibato es para ser esposo de Cristo”.   

En conclusión, entienden y quieren el celibato, “porque si tuviésemos una familia igual no llegaríamos a darnos por completo, porque tienes el corazón dividido y el sacerdote está llamado a tener el corazón en Cristo”. Juan añade que “es la entrega total de un corazón indiviso. Imitamos ese celibato que el mismo Cristo tuvo para entregarse completamente al plan de Dios y dándole todo, alabándolo con su mente, con su corazón, con toda su fuerza”.

Las manos de Pablo en un instante de la entrevista.     CANDELA NÚÑEZ
Las manos de Pablo en un instante de la entrevista.     CANDELA NÚÑEZ

La aventura del sacerdocio es intensa más aún en los adentros del aspirante. Confiesan que hay temores y miedos, más a no responder a lo que se les pide que a haberse equivocado: “Es el miedo a ser mediocre a no cumplir y estar a la altura de la vocación. Creo que es el mayor miedo que debe temer un sacerdote, crisis de identidad, de no sentirte totalmente identificado con Cristo sacerdote, con Cristo célibe y con Cristo Esposo de su Iglesia”, considera Pablo.

Los tres coinciden en que vienen del mundo cofrade, algo que lo fortalece a ojos de la Iglesia que ven cómo a los seminarios llegan jóvenes de ese perfil. Pablo, Juan y Carlos no dudan en afirmar que las hermandades son un arma grandísima para evangelizar y para formar a un cristiano. Cuestión aparte es  la escasez de vocaciones. La Iglesia ve cómo envejece la edad media de los sacerdotes y que la necesidad de renovar o al menos cubrir las necesidades, no se produce.

Cada vez más los laicos toman un mayor protagonismo ante una crisis “que nace de una crisis de madurez en los jóvenes. Cada vez se nota que estamos más aterrados con el compromiso. Y esto no solamente se traslada al sacerdocio o a la vida religiosa, sino que también se ve en el matrimonio. Cada vez se casan menos porque asusta ese compromiso para toda la vida”, expresa Juan.

Carlos, Pablo y Juan ocupando sitiales en el coro.      CANDELA NÚÑEZ
Carlos, Pablo y Juan ocupando sitiales en el coro.      CANDELA NÚÑEZ

Lo pasan “muy bien” en el seminario con todos los compañeros. “Tenemos nuestro tiempo lúdico, de recreo. Y lo que más valoramos, más que salir, es estar aquí con mis hermanos”. Los seminaristas les pide a los que estén en la pelea de si tienen o no vocación, "que no tenga miedo, que cuando se le entrega al Señor todo lo que tienes, te devuelve el ciento por uno en la vida eterna. No nos arrepentimos para nada de todo lo que hemos dejado atrás. El Señor le irá marcando el camino. Él irá diciendo por dónde tiene que ir”.

"Le pedí al Señor que me pusiera un pósit en la nevera para ver si era mi vocación o me equivocaba"

Las dudas es un frente complicado al que se tienen que enfrentar. Reconocen que las crisis las tienen y que han rogado porque les llegara algún signo que les confirmara o no seguir adelante: “Me preguntaba de si el Señor de verdad me está llamando a esto. De salirme incluso. Al final Dios te confirma las cosas si estás atento”. “Si te vas sintiendo más feliz, te vas sintiendo más realizado. La alegría es el signo más clarividente de la vocación, porque al final uno va viendo que sí, que el Señor le va confirmando la llamada”

“Yo le pedí al Señor que me pusiera un pósit en la nevera para ver si era mi vocación, si no me estaba equivocando”, revela Pablo: “Mira, si es o no mi sitio, pídeme que me salga. Hasta ahora no me ha respondido a eso, así que la cosa va bien”.

Sobre el autor:

KIKO ABUIN 1

Kiko Abuín

Periodista.

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