Crónica desde el albero de una gala en la que los perros reinan y en la que serpientes, halcones, chinchillas, conejos o gatos, atraen todas las miradas.
Una madre abre al completo un paquete de patatas Bonilla y se lo entrega a su pequeño. Este, que mide medio metro, sujeta la bolsa sin ser consciente de que a su alrededor cinco perros babean y se relamen con el olor que desprenden las patatas. Uno de ellos, un pastor alemán, aprovecha un descuido del niño, se aproxima a él y mete el hocico hasta llegar a devorar un par de finas láminas. El niño, ante tal robo inesperado, retrocede, abre los ojos, pega un brinco y se echa a llorar. Hacer una crónica en el día de San Antón desde una mirada humana es insultar al reino animal. Podríamos hablar sobre el desfile, el gran acto que hace que la mayoría de los presentes se mantengan cerca de una valla mientras las mascotas se quedan sin aire, sin hueco donde correr y olfatear a sus compañeros. El cortejo es lo de siempre, aparecen caninos, equinos… y demás seres acabados en “ino”. Lo distinto, lo lógico sería desparramarnos sobre el suelo y avanzar a gatas sobre el parque González Hontoria ensuciándonos de albero, para saber cómo viven los animales la única fecha en la que todos se citan en un espacio concreto.
San Antón podría ser la fiesta de Fin de Año de las mascotas. Un lugar amplio, alejado de petardos y con una gala en la que algunos hacen acto de presencia en sociedad. Por ejemplo, para Frozen, una gatita mitad persa y siamés, es la primera vez que acude a dicho encuentro. Su entrada es triunfal, su familia la trae dentro de un carrito de bebé de juguete. “Como se asusta, preferimos traerla así, pero ella es muy buena”, comenta su dueña mientras la gata se enrosca dentro del carro dejando ver únicamente su peluda cola. Nieves, una gata persa chinchilla, duerme sobre el brazo de su dueño. Ya está acostumbrada a estas fiestas, ella es una de las pocas gatas veteranas, ya que pocos felinos se contemplan en un día copado por perros. Los humanos, entre un sol que ciega los ojos y una brisa inexistente, buscan, algo perdidos por el efecto climático, algún animal fuera de lo común, alguna raza poco habitual y sobre todo, a alguna mascota que no fuera un can.
Se ven varias serpientes, un halcón, una cobaya e incluso más de una señora carga entre sus brazos peluches de perros o primates. Entre tantas escenas que pueden describirse, centramos la mirada en cuadro familiar: un abuelo que pasea junto a su nieto frenan ante el asombro del pequeño. Al niño se le salen los ojos al ver a un conejo con correa entre tanta lengua de perro jadeante. Se para y empieza a pasar su diminuta mano por un mantón de pelo largo y blanco. El conejo comienza a dar saltitos mientras mueve sus enormes bigotes y el niño le persigue. Pero al poco tiempo, el abuelo le da unas palmaditas en la espalda a su nieto y continúan con su paseo. No obstante, el niño, aunque emprenda de nuevo la caminata, no le quita ojo a ese “perro” tan suave.

Unos metros más adelante, un águila de harris se convierte en un photo call sin quererlo. Su dueño, David Velázquez, cuenta que su águila, Banda, majestuosa y con una mirada penetrante, tiene poco más de tres años. Pocas aves se ven en la gala animal del año, pero justo después vemos a una guacamaya habladora posada sobre una rama que porta su “padre”, Daniel Puyol. ¿Pica? “A los desconocidos sí, pero a mí y a mi mujer no. Le gusta que le demos besos”, contesta Daniel mientras le da uno en la cabeza. “Como me pique la echo al puchero”, espeta su esposa. ¿Cómo se llama? “Se iba a llamar Drogo, pero cuando descubrimos que era hembra le pusimos Khaleesi”, responde.
Muchos bull terrier, pit bull, bodegueros, carlinos y, por supuesto, chihuahuas. Son tan diminutos que la mayoría de los jerezanos tienen que andar con cuidado para no pisar uno. Los chihuahuas no son solo una de las razas más populares en el día de San Antón, sino que también son las más creativas. Aparecen con abrigos de plumillas, tutús y vestidos a juego. Pero los que más llaman la atención son los bebés, esos perritos de unos dos meses que son los que realmente disfrutan de esta fiesta prácticamente canina. Maya, una pequeña husky, da inocentes bocados al aire mientras una gran multitud de perros se arremolinan a su alrededor. Un pastor alemán se deja caer sobre el albero y arquea las cejas hacia arriba esperando a que una mano juguetona se aproxime para empezar a agitar el rabo. Los perros se miran, tiran de sus correas y se buscan más entre ellos que sus propios amos.
Más allá de los pequeños, los caninos grandes como el samoyedo, un perro originario de Rusia criado para tirar de trineos como si fueran renos, también llaman la atención de muchos espectadores que únicamente van a contemplar animales. “Este hace más caso que un husky, ¿no?”, le pregunta un curioso al dueño del precioso samoyedo blanco. Las hermanas Lili y Lola son otras dos que atraen todas las miradas. Lili es una terranova, Lola un mastín español y ambas pueden alcanzar casi la altura de un pony. Las pasean una pareja de jerezanos que confiesan que tienen seis perros, cinco grandes que son de la misma raza y un chihuaha. No obstante, lo más probable es que el pequeñín sea el rey entre tanto "mastodonte" perruno. Entre la marabunta, otros se asombran con las habilidades de una pequeña chinchilla que mueve sus bigotes como si fuera un ventilador. "Es una pena que maten a estos animales para hacer un abrigo. Tienen que matar a 300 chinchillas para hacer solo un abrigo", indica su dueño.
El Hontoria se va quedando vacío cuando el reloj marca las dos. Saliendo por el Paseo de las Palmeras hasta la Rotonda de la Venencia, vemos una casa abandonada con una parcela llena de "malas hierbas". Entre el verde del césped silvestre, un gato mal peinado mueve su cola. A su lado, uno naranja se queda inmóvil ante la "estampida" de aquellos presentes en San Antón. Se trata de una colonia de gatos que se dejan ver entre tanta gente para aprovechar los rayos de sol que les brinda el último domingo de enero. Una pareja se queda maravillada con la belleza de los felinos. Uno de los dos introduce su dedo índice entre los barrotes que separan la casa abandonada donde viven los mininos de la avenida, señalando cómo uno de ellos duerme plácidamente. Unos tan abrigados por el calor humano y otros tan felices en los breves ratos de sol. 


