Quince años sin Pepe Antonio González de la Peña: un gran jerezano, en todos los sentidos

Jerez se estremecía hace quince años, tal día como hoy, con la noticia del fallecimiento de José Antonio González de la Peña, nuestro querido Pepe Antonio

Pepe Antonio González de la Peña, durante una de las conexiónes en el Coto de Doñana, en la Romería del Rocío de la Hermandad de Jerez.
Pepe Antonio González de la Peña, durante una de las conexiónes en el Coto de Doñana, en la Romería del Rocío de la Hermandad de Jerez.
20 de mayo de 2025 a las 13:12h

Tal día como hoy, hace quince años, Jerez se estremecía con la noticia del fallecimiento de José Antonio González de la Peña, nuestro querido Pepe Antonio, también conocido con cariño como Pepito Antonio, a los 58 años.

Justo en el momento de la consagración durante la misa de la Hermandad del Rocío de Jerez en Marismillas, en la segunda jornada de camino aquel año 2010, llegaba la noticia de que se apagaba para siempre una voz que no solo narraba con precisión las escenas de nuestra Semana Santa, sino también un corazón generoso, una mente brillante y un espíritu entrañable.

A Pepe Antonio se le veía venir, literalmente. Su estatura, casi dos metros, era proporcional a la huella que dejó en todos los ámbitos de su vida: la abogacía, la docencia, el mundo cofrade y la amistad. Su imponente figura física se acompañaba siempre de una elegancia natural, una sonrisa dispuesta y unos cuellos de camisa impecables.

Era uno de esos jerezanos que destilan clase sin pretenderlo, y que hacen de la educación un estilo de vida. Quienes lo conocimos no lo recuerdan solo como un gran cofrade o un excelente docente, sino como un hombre que sabía escuchar, acompañar y aliviar con una palabra amable o un cigarrito compartido, rubio o negro, según el momento.

Pepe Antonio González de Peña, durante una audiencia concedida por Su Santidad Juan Pablo II en el Vaticano.
Pepe Antonio González de Peña, durante una audiencia concedida por Su Santidad Juan Pablo II en el Vaticano.

Abogado de formación, docente de profesión y periodista por pasión

Abogado de formación, ejerció con solvencia, pero fue en la enseñanza donde desarrolló buena parte de su vocación. Durante años impartió clases en el Colegio Montealto —el mismo que muchos recuerdan por su labor formativa de calado humano—, y allí sembró respeto, cariño y admiración. Supo conectar con sus alumnos como pocos, enseñando no solo conocimientos, sino también valores. Muchos de ellos, hoy adultos, siguen repitiendo con cariño alguna de sus frases, anécdotas o consejos.

Pero si hubo un terreno donde Pepe Antonio fue simplemente inolvidable, ese fue el de la comunicación cofrade. En las retransmisiones de Semana Santa y El Rocío en Radio Jerez de la Cadena SER, su voz se volvió parte del alma de la ciudad. Hablaba sin guiones, con un don para lo sencillo y una claridad que emocionaba sin necesidad de imposturas. Narraba lo que veía, sí, pero sobre todo lo que sentía, y por eso era capaz de llevarnos al humilladero de las Angustias o hacernos andar por las arenas de Doñana sin movernos del salón.

Fue también pregonero del Rocío, aunque nunca llegó a serlo oficialmente de la Semana Santa en el Teatro Villamarta. Aun así, su nombre está en mayúsculas entre los grandes pregoneros sin atril. El telegrama que se le enviaba simbólicamente José Antonio Zarzana desde ese teatro, tras su fallecimiento, decía más que muchas oraciones leídas: era un reconocimiento del pueblo cofrade a uno de los suyos, a uno de los mejores.

Pepe Antonio no fue un cofrade más. Hermano de la Oración en el Huerto, el Soberano Poder, la Borriquita o el Santo Entierro, formó parte también del Consejo de la Unión de Hermandades, donde ejerció como portavoz y tesorero. Pero lo suyo no eran los cargos, sino el cariño. Fue confidente, guía, compañero y amigo. Un radioenlace humano entre generaciones, capaz de hacer de un neófito un apasionado y de un veterano un niño otra vez.

Pepe Antonio González de la Peña, disfrutando con amigos en las atracciones de la Feria de jerez
Pepe Antonio González de la Peña, disfrutando con amigos en las atracciones de la Feria de jerez

Comunicador de voz pausada, con un alma tan traviesa como entrañable

Detrás de sus gafas y su voz pausada, había también una faceta traviesa y entrañable. Las anécdotas lo definen tanto como su biografía: irse a buscar una torrija a casa en plena retransmisión, organizar cenas improvisadas durante el Corpus, montar 'bebe-lucis' en la Feria de Jerez con papeletas de sitio o transformar el coto de Doñana en una 'Alemania rociera' de estrellas, arena y risas. Siempre rodeado de los suyos. Sus amigos eran todos los que querían estar cerca.

Por mayo, arrancaba su 'Romerito', con la ilusión intacta. Era alma imprescindible de muchas caravanas del Rocío, donde actuaba como guía espiritual, técnico, logístico y, por supuesto, narrador improvisado. El destino quiso que su adiós llegara en plena romería, un jueves, cuando la hermandad aún estaba en Marismillas, a la hora del ángelus. La noticia corrió como una ráfaga de viento triste entre pinos y arenas.

Quince años después, aún se le evoca como si no se hubiera ido. Porque hay personas que no se marchan nunca del todo. Viven en la risa que provocan sus recuerdos, en las voces que intentan contar las cosas como él lo hacía, en las miradas que aún buscan entre la bulla a ese hombre alto, de verbo claro y alma limpia.

Pepe Antonio González de la Peña, jurando como letrado en el Colegio de Abogados.
Pepe Antonio González de la Peña, el día de su jura como letrado en el Colegio de Abogados.

Su legado no cabe en un currículo

Su legado no cabe en un currículo. Está en las aulas, en las cofradías, en la radio, en los caminos, en las noches de tertulia, en los silencios compartidos. José Antonio González de la Peña fue mucho más que un nombre o una figura pública: fue una manera de estar en el mundo, con elegancia, con ternura, con verdad.

A menudo, cuando se habla de personas irrepetibles, se recurre al tópico. Pero en el caso de Pepe Antonio, el término se ajusta con precisión. No hubo nadie como él para hilvanar lo tradicional con lo cotidiano, lo solemne con lo festivo. Podía hablar de teología o de la última tecnología, con la misma naturalidad con la que se cruzaba con vecinos por la calle Porvera, saludando a todos con familiaridad y afecto.

Era también un hombre profundamente humano, capaz de abrazar sin decir una palabra, de leer el alma de quien tenía delante y responder con lo justo. No presumía de lo que sabía, pero sabía mucho. De cofradías, de historia, de personas. Su sabiduría era de esas que no se imponen, sino que se comparten. Y por eso, tantos acudían a él como a un faro en los momentos difíciles.

En los tiempos en los que la Semana Santa se convierte en espectáculo y el Rocío en escaparate, Pepe Antonio defendía la autenticidad, la raíz, el sentido. Se alejaba del oropel y buscaba la verdad. Esa verdad que él vivía a pie de calle, de altar y de camino. Por eso, más que un comentarista o un cofrade, fue un testigo. Y eso lo hizo eterno.

Pepe Antonio González de la Peña sentía una pasión desmedida por la Semana Santa de Jerez y la Virgen del Rocío.
Pepe Antonio González de la Peña sentía una pasión desmedida por la Semana Santa de Jerez y la Virgen del Rocío.

Elegante sin esfuerzo y sabio sin soberbia

Hoy, los que lo conocimos y lo quisimos, sentimos su ausencia con la misma intensidad con la que agradecemos haberlo tenido cerca. Porque no todos los días se cruza uno con personas como él: elegantes sin esfuerzo, sabias sin soberbia, amables sin pose, profundas sin aspavientos. Un caballero jerezano, un amigo fiel, un cristiano convencido.

Y aunque nunca llegó a pronunciar su pregón en el Villamarta, su pregón vive ya en la memoria de esta ciudad. Es un pregón hecho de gestos, de palabras sencillas, de historias contadas al calor de la amistad.

Hoy, quince años después, Jerez sigue recordando al gran Pepe Antonio González de la Peña. Porque fue, es y será, uno de esos cofrades grandes. En todos los sentidos. Y porque solo se muere cuando se cae en el olvido y a él lo recordamos constantemente entre risas y recuerdos.

Sobre el autor

David Montes

David Montes

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