Viernes feriante, principio del fin de una fiesta que pocos cuerpos aguantan si uno se aventura a disfrutarla todos los días.
Querida Feria:
Llegaste en mayo como flor de primavera, pero yo, que te cogí fresco como una rosa, ya estoy marchito como el clavel de una rumana en mi solapa a las tres de la mañana.
He vuelto a sucumbir. A mi edad creía conocerte, pero me he dado cuenta de que todavía no te conozco. O más bien, me obligan a olvidarme de cómo eras. Porque acostumbrado como estaba a disfrutarte de menos a más, ahora me subo a una montaña rusa —no el Ratón Vacilón, precisamente— que me hace exprimirte en los tres primeros días, para tomar velocidad de crucero a mitad de semana y llegar al viernes otra vez con la intención de disfrutarte de principio a fin.
Y uno no sabe si será la edad que uno ya va teniendo, el cansancio acumulado o una mezcla de todo, pero cuando llego al viernes soy un quiero y no puedo. Quiero aguantar hasta que la policía ordena el cierre de las casetas, pero no aguanto más allá de las tres de la mañana. Esta nueva Feria, de sábado a sábado, me lleva loco. Es como tener jet lag tras cruzar el Atlántico. No acabo de recuperarme de la paliza de los primeros días cuando, casi sin darme cuenta, ya ha llegado el segundo fin de semana.A estas alturas de la película mi cuerpo ya está machacado. Pues aunque le he hecho caso a un amigo sobre no beber más allá de fino o cerveza para evitar resacas y demás problemas, el calor abrasador y las interminables horas de fiesta me obligan a sacar la bandera blanca. Aguanto el tipo como puedo, sí, pero me doy cuenta de que tengo que plantearme cómo afrontarte en los años venideros. ¿Un comienzo fuerte y una despedida a mitad de semana? ¿O mejor arrancarte de manera más moderada para ir de menos a más, como siempre había hecho? De una manera u otra, sé que al final pasará igual.
Porque cuando hablamos de un viernes de Feria, es ya sinónimo de despedida. Y no soy el único al que veo desgastado. En las caras se notan las horas de fiesta, aunque en realidad se sufran más en los pies. Arrancarse por sevillanas ya cuesta el doble, así que ni te digo ‘perrear’ por Enrique Iglesias, Shakira o Luis Fonsi. Uno ya no sabe si ir despacito o rapidito.
Me cuentan también que en Sevilla has causado estragos este año. Allí, acostumbrados a un día menos que en Jerez, ahora se han visto igualmente con dos fines de semana y a más de uno has cogido con el pie cambiado. ¿Quiere eso decir que son muchos días de fiesta? Más bien, somos muchos los ‘jartibles’ que te queremos disfrutar todos los días: llegar al Real con el sol dándonos en la cara; disfrutar del paseo de caballos y dar una vuelta en un enganche si se tercia; comer y beber acompañado de buenos amigos y luego buscar buen flamenco en directo en tal o cual caseta; seguir disfrutando cuando el calor y la tarde van cayendo; volver a maravillarse con el alumbrado y terminar la noche entre los Cherokee y los churros de los hermanos Pernía.
Y mientras te escribo, querida Feria, queriéndome concienciar de que debería ya decirte adiós, sé que todavía me ensuciaré los zapatos de albero este sábado, que aún bailaré por el Mani o por los Cantores de Hispalis y que al final aguantaré hasta que mi cuerpo diga basta. Me rindo... ante ti.


