Ubicada en las antiguas instalaciones que acogieron a las Hermanitas de los Pobres, en la jerezana calle Domecq, esta casa acoge a una treintena de personas que trabajan por escapar de la calle y de sus adicciones.

Todo comenzó hace casi ocho años. El sacerdote pacense Juan Carlos Durán, procedente de la orden de San Juan de Dios, se reunía con el obispo, José Mazuelos, al que proponía volver a darle vida a las instalaciones que en la calle Domecq habían acogido a las Hermanitas de los Pobres, que acababan de abandonar Jerez ante la falta de vocaciones. Él, casi toda la vida ligado a tratar con los más desfavorecidos, quería llevar a cabo un “proyecto de vida”, un lugar en el que dar acogida a personas sin hogar, adictos a las drogas o al alcohol, gente en definitiva “perdida” y que necesitaba reengancharse a la vida.

Nacía así el Hogar San Juan, un lugar que hoy da cobijo a cerca de una treintena de personas con diferentes necesidades, pero que también atiende a otras muchas diariamente que buscan una ducha con agua caliente para asearse, un peluquero que les corte el pelo, un desayuno o una cena. “Hablamos de personas con necesidades especiales, algunas con una edad elevada que no tienen medios para pagarse una residencia, otros con problemas de salud mental…”, resume Durán, fundador de la Fraternidad de la Misericordia y trabajador social.

A lo largo de todos estos años, el objetivo del hogar ha sido distanciarse de todo lo que es un albergue al uso, si bien refuerzan ese servicio municipal con trece camas más cuando se acerca el invierno. “Lo más importante es que estas personas sin hogar puedan hacer un proceso de salir de la calle, porque si no los convertimos en esclavos nuestros. Por eso el objetivo de esta casa siempre ha sido el de ser un punto de encuentro, una respuesta amplia, porque si no al final siguen en el mismo sitio”.Un claro ejemplo de las palabras del hermano Juan Carlos lo aporta Miguel López, 45 años, los dos últimos en el hogar. Llegó aquí de la mano de un voluntario, tras perder su trabajo fruto de sus adicciones al alcohol y a la cocaína, y después de quedarse en la calle al perder la vivienda familiar cuando murieron sus padres. Su vida ha dado un giro de 180 grados. Durante 14 meses estuvo en el llamado “grupo de cambio”, donde, junto a otras personas con situaciones similares a las suyas reconocía el porqué había caído tan bajo para atacar ese problema. Superado esa primera fase pasó al grupo de reinserción o grupo de apoyo a la autonomía, donde puso en práctica todo lo aprendido. Ahora, prácticamente recuperado aunque todavía bajo supervisión, ayuda en la tienda de ropa de segunda mano que mantiene abierto el hogar para recaudar fondos. “De estar tirado y de desconfiar hasta de mi sombra ahora tengo ganas de vivir, confianza en mí mismo y en las personas”. “Lo importante es que ellos sean personas que puedan sentir, que vean que su vida merece la pena y que tengan sensación de pertenencia con una comunidad, no que asuman que son meros consumidores de servicios”, añade el hermano Juan Carlos.

La labor del Hogar San Juan no sería la misma sin sus voluntarios, unos 180, que se turnan para acudir, al menos, una vez a la semana a echar una mano, preferiblemente en la cocina y en el ropero. Aquí encontramos a María José Campos, cerca de tres años como voluntaria. Explica que le trajo al hogar su “inquietud por hacer algo por los demás”. María José se encarga de clasificar la ropa que los ciudadanos donan. La más nueva o la que se encuentra en mejores condiciones acaba en la tienda solidaria del hogar. El resto se ordena por categorías y se reparte a los usuarios que llegan a diario, aunque eso sí, de manera controlada para evitar la picaresca, como la reventa de estas prendas. Desde que arribó al hogar, reconoce que lo que más le ha llamado la atención son “los problemas que trae la gente, desde jóvenes marroquíes que al cumplir los 18 años se han visto abandonados a su suerte a personas con múltiples adicciones”.Otra de las funciones de los voluntarios del ropero es la de atender a aquellos que vienen para ducharse y asearse. Se les suministran toallas, gel, hojas de afeitar, espuma… Uno de estos usuarios es Juan Antonio, 61 años, parado de larga duración, buscavidas y cantaor que pide que se cite su nombre artístico, El Tomate de Jerez. Afortunadamente no duerme en la calle, sino en su vivienda de la zona Sur, pero acude a diario al hogar para asearse, ya que tiene cortada el agua y la luz en su casa. “Hace seis años que no cobro nada. No tengo ni para renovar el DNI”.

A eso de las 11 de la mañana la actividad también es frenética en cocina. Mientras un voluntario descarga fuera cajas de frutas y verduras donadas por un supermercado, dentro, Roberto García, 32 años, coordina el trabajo de los voluntarios mientras termina de aliñar unas zanahorias que se servirán en la cena. El caso de Roberto es especial. Él es una de las personas que tiene un contrato de trabajo en el hogar, como jefe de cocina, si bien su mérito es que hace cuatro años llegó aquí como usuario. “Tenía problemas de adicciones, estaba perdido en la vida”, reconoce. Tras hacer el mismo proceso que nos explicó Miguel hace unos minutos, estudió un curso de cocina que le sirvió para encontrar un trabajo en el lugar que lo sacó de la calle. Actualmente vive con su pareja y su hijo en un piso, pero las mañanas las echa en el hogar, coordinando a los seis o siete voluntarios que a diario echan una mano preparando los menús. “Aquí tenemos en cuenta todo, desde las comidas que son aptas para los usuarios musulmanes como para los que son alérgicos a determinados alimentos”, explica.La visita al Hogar San Juan se prolonga a la biblioteca, a los comedores, a las salas de estar, las habitaciones… El hermano Juan Carlos explica las dificultades que encontraron en un principio para amueblar toda la casa. “Las hermanitas se llevaron prácticamente todo, así que tuvimos que ir buscando de aquí y de allí”. Así, los ordenadores que se usan para las clases de informática llegaron de la delegación de Hacienda; las butacas de la sala de estar, de un asilo; las sillas del comedor, del Hotel Palace de Madrid… ¿Cómo es posible coordinar a tantos voluntarios y llevar adelante un hogar con tantos usuarios?, preguntamos. “Al principio fue difícil, porque hubo que ponerlo todo en marcha. Lo que hago es mantener un ritmo, una filosofía, una perspectiva de qué queremos hacer, tanto voluntarios como acogidos, y una vez establecida esa dinámica lo que hay que hacer es mantenerla”.

La visita toca a su fin, no sin antes recordarnos Juan Carlos que el frío llegará —aunque no lo parezca en este aún sofocante mes de octubre— y que es necesario concienciar a la sociedad de que hay personas sin techo sobre las que hay que llamar la atención, porque toda ayuda es poca. “Necesitamos personas e instituciones que nos apoyen económicamente, ya que aunque el Obispado nos echa una mano, de luz pagamos unos 15.000 euros al año y de gasoil para calentar las duchas otros 8.000. Llevamos casi ocho años funcionando, eso ya es un milagro, pero claro, queremos seguir muchos años más”.

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Jorge Miró

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