Visitamos el número 5 de la calle Salvador, una vivienda almohade que aúna el paso de diferentes civilizaciones desde el siglo XII al XXI. 

Toca hablar, para bien, de intramuros. Mucho se ha hablado y escrito sobre su triste estado, sobre su abandono, sus casas que se caen, sus palacios saqueados, sus vecinos que se han ido y no vuelven, los planes que se anuncian y nunca llegan… Pero intramuros es mucho más que eso. Partiendo desde la Catedral, lo que fue la primitiva mezquita mayor de la ciudad, hay todo un entramado de callejuelas que se adentran por la collación del Salvador, San Lucas hasta llegar a la plaza del Mercado. Dada la proximidad de esa mezquita, se considera esta zona la más antigua de Jerez, ya que fue aquí donde comenzaron a establecerse sus habitantes. Hablamos nada menos que de hace 800 años, de ahí que muchas de las paredes de las actuales viviendas escondan verdaderos tesoros, algunos escondidos y otros que poco a poco empiezan a ver la luz.

Lavozdelsur.es inicia con este reportajes una serie centrada en esas viviendas que merece la pena conocer de su centro histórico, ese que, como decimos, a menudo se refleja prácticamente como inhabitable pero que gracias al esfuerzo de muchos de sus vecinos demuestra todo lo contrario. Los centros históricos de las ciudades son los mejores lugares para vivir. Ahí están los ejemplos cercanos de Cádiz, Sevilla, Córdoba, Granada, Málaga…  ¿Por qué no puede serlo el de Jerez? Y si las administraciones no hacen todo lo posible para levantarlo, tendrán que ser sus habitantes lo que lo saquen para adelante. Como Juana y Manolo.

La historia comienza en el año 1999. Aún no se habla del tan temido efecto 2000 -¿recuerdan?- y todavía hacemos la compra en pesetas. Juana y Manolo viven en Holanda, él como profesor de español. Tiene un buen sueldo, pero el nivel de vida es muy alto y prácticamente lo que entra se gasta. Aun así la pareja ha hecho unos ahorros y ya entran ganas de volver a casa. Manolo llama a Jerez y le comenta a su hermana si puede ojear alguna casa por el centro, para ir a verla cuando bajen por vacaciones. Ella, al cabo de unos días, le comenta que ha visto una antigua casa de vecinos en la calle Salvador número 5. Está abandonada y el estado no es que sea el mejor, pero con ganas puede quedar una casa muy apañada.

Juana, en una escapada, es la primera que ve la finca. El PGOU de 1995 la considera Conservación Arquitectónica, pero su estado no invita al optimismo. Aún así, le encanta. Ve posibilidades de convertirla en una coqueta casa andaluza, pese a que su familia consideraba que era una ruina. Juana vuelve a Holanda con fotos, comenta sus impresiones con su marido y en sus vacaciones en Jerez la compran por seis millones de pesetas. “Nadie daba un céntimo ni por la casa ni por nosotros”, recuerda ella. Eso fue antes de empezar a picar las paredes.

Verano de 2000. La pareja ya ha vuelto definitivamente de Holanda y toca empezar a meterle mano al que será su futuro hogar. La finca está dividida en diversas estancias -recordemos que había sido una antigua casa de vecinos- pero a simple vista se divisan algunos elementos que podrían ocultar algo más. Entre las puertas de dos viviendas hay una columna que parece dividir dos arcos que sin embargo, cubiertos por cemento y cal, no parecen gran cosa. Al empezar a picar esas desgastadas paredes aparecen ladrillos y lo que aparentaban arcos efectivamente son arcos. Juana y Manolo se dan cuenta de que ahí, oculto, hay mucho más.

“Ese verano fue alucinante. Éramos como arqueólogos, pero arqueólogos de paredes”, explica Juana, que enseguida se dio cuenta, junto a Manolo, de que el proyecto inicial que tenían iba a cambiar por completo. “Ahí iba a ir el garaje –nos señala desde el patio-, esto iba a ser una habitación y al final ni una cosa ni otra. La casa es la que nos ha ido diciendo lo que teníamos que hacer”.

Aunque por entonces no hacía falta hacer proyectos arqueológicos, la pareja se dio cuenta de que necesitaban ayuda de expertos. Miembros del Museo y técnicos de Patrimonio se plantan en su casa. Uno de ellos, incluso, les dice medio en broma, medio en serio, que si no la quieren, se la compra. Pero la pareja ya había visto el potencial que tenía la finca y se prometió sacar a la luz todo lo que escondía. En ese sentido, agradecen la labor y el trabajo que desempeñó el arquitecto Juan Carlos Cocola, vecino además de la cercana calle Madroño. “Gracias a ese hombre yo duermo en esta casa”, apunta Juana.

Así que, lo que se pensó que sería “un arreglito”, acabó siendo una restauración en toda regla. “Si no es por implicación física y mental esto habría sido imposible sacarlo”, señala Manolo, que recuerda el centenar de cubas de escombros que sacó de la casa. “Aquí entraron el arquitecto, oficiales, peones, pero ni una máquina, sólo una hormigonera. Todo se ha hecho a mano para que no se viniera esto abajo”. Desde entonces, han pasado 16 años de trabajos. Poco a poco, cuba a cuba y “mucho andamio, agua Lanjarón y mortero a mano”.

Entrar por la puerta del número 5 de la calle Salvador es toda una experiencia por lo que significa hacerlo en la que podría ser la casa más antigua de lo que fue la medina, según expertos. “Es una casa en lo que lo realmente sorprendente es que se refleja física y materialmente el paso de distintas civilizaciones”, explica su propietario. Toda la estructura es almohade. Nada más entrar ya hay dos arcos que mezclan los siglos XIV y XVI. El patio, una preciosidad, tiene una arquería del XV, mientras que el acceso al salón, con sus dos arcos que en principio fueron de herradura, datarían de los siglos XII o XIII, mientras que la columna que los sostiene ha sido fechado en la época califal, esto es, siglo X. Pero no sólo las paredes han dejado huella. Los trabajos en el suelo también descubrieron piezas de cerámica almohade, acabando las más significativas en el Arqueológico. El resto, de menor interés, aguardan en el patio trasero a la espera de ser ubicadas en un sitio destacado en el futuro. Pero la obra aún no está conclusa. Aún falta embaldosar el patio trasero y el central, colocar un azulejo a base de antigua cerámica hidráulica e instalar una fuente, “algo que llevamos años diciendo, pero nunca hacemos”, lamenta Juana.

Lo mejor de todo es que el matrimonio no ha concebido la casa como de uso exclusivo para ellos. De manera desinteresada, y a petición del Ayuntamiento, decidieron en su día participar en el programa Conoce tu Patrimonio, y habitualmente sus puertas suelen estar abiertas para que turistas o los propios jerezanos puedan conocer esta joya recuperada del patrimonio de la ciudad. “Creemos que si tenemos las ventanas cerradas nadie va a saber lo que tenemos aquí y una de las maneras de colaborar y de darle al centro histórico un poco de auge es darlo a conocer”.

En total, la pareja, sin querer dar cifras, afirma que ha invertido en la casa “lo que mucha gente en una unifamiliar, aunque ahí te lo dan todo hecho y aquí hay que trabajar un montón”, y animan, dentro de las posibilidades del resto de sus vecinos, ir sacando a la luz joyas como las que escondía su vivienda. “En todas las casas de alrededor puedes encontrar cosas como estas, y muchos, al ver lo que había aquí, decían que nos lo expropiaría el Ayuntamiento. Ese es el miedo de la gente. Eso sí, aquí no puedes hacer lo que te de la gana. Aquí se ha recuperado todo lo recuperable”. E insisten: “Esto existe y lo que hace falta es recuperarlo y que se sepa que aparte de las ruinas y de los edificios que no se han conservado, que hay vecinos, que no somos de dinero como dicen algunos, que queremos recuperar intramuros”. 

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Jorge Miró

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