Hace cinco años empezó a hacerse realidad un sueño, una idea que nació en la mente de un joven alemán de padre iraní. Aquel joven, Ramin Anbeh, tuvo que cumplir también con otra misión que fue la de hacerse médico internista, tal y como lo es su padre. Alcanzado ese logro le dijo a su madre que “una vez que he estudiado medicina me busco un sitio cerca de la playa”.
Así empieza la historia vital de Ramin, hoy con 56 años de edad, un recorrido que le llevó desde el país germano a Jerez. Aquí venía porque tenía amigos con los que periódicamente se veía y echaba algunos días en Jerez tocando la guitarra y cantando. Pero volvía a su patria para seguir ejerciendo su profesión: “Lo que hago es una pausa en mi profesión que nunca la dejaré porque la medicina es parte de mi corazón. La medicina forma parte mi vida”, recalca.
Y esa pausa se debe porque hace tres meses abrió en el barrio de San Mateo un establecimiento que es restaurante, bar de copas y al mismo tiempo tiene apartamentos turísticos. Lo llamó Azafrán “porque me encanta la delicadeza de esa flor y de cómo de sus estambres sale esa maravillosa especia que me encanta”, comenta Ramin, una persona de carácter tranquilo, reposado, buen conversador, mientras lo haga posible su pésimo español, y cuya fisonomía, claramente persa, no la heredó de su madre, alemana al ciento por ciento; más bien de su padre.
Ramin Anbeh es médico especializado en Medicina Interna. Incluso en el transcurso de los cinco años que le costó poner en marcha el proyecto Azafrán abrió consulta en Jerez en la barriada del Olivar de Rivero. Atendía esa consulta, supervisaba y trabajaba en el negocio hostelero y viajaba muy a menudo a Alemania para seguir con su profesión en una clínica.
Cuando decide que Jerez es ese lugar de Europa que está cerca de la playa y que estaba buscando, compra un antiguo inmueble situado en la calle Almendrillo, a espaldas de la iglesia de San Mateo, y ahí inició la puesta en marcha de una de sus ilusiones, aunque ahora tenga que “dejar la medicina porque es imposible llevar adelante un restaurante si no estás aquí”. Pero volverá a ejercer “cuando esto esté marchando”.
La inversión que ha tenido que hacer ha sido importante “con mucho esfuerzo y muchas horas de trabajo”. La casa era una ruina, “no funcionaba nada. Ha habido que hacer una rehabilitación importante, pero se ha respetado su fisonomía e incluso se le ha sacado el canto original de las paredes”.
Por sus trazas y ventanales elevados y con aberturas típicas de los cascos de bodegas, se adivina que tuvo que ser un pequeño almacén de botas de vino casi arrimado a las murallas, porque tras el Azafrán corre la antigua muralla de la ciudad. Los apartamentos turísticos tienen una buena aceptación, “son preciosos porque todo esto tiene mucho encanto. Es el barrio de San Mateo que es precioso y con mucha historia”, acentúa.
El Azafrán tiene tres momentos al día. Abre por la tarde a la hora del café donde se encuentran no pocos vecinos e incluso el cura de San Mateo. Cuando cae la tarde la cocina empieza a funcionar con unas propuestas en las que manda la cocina de aquí junto a otras que elabora el propio Ramin Anbeh, que se ha formado en cocina alemana y persa.
De las tierras germanas prepara cerdo asado de una forma especial y con verduras como la col (el nombre original se lo ahorramos; es sumamente complejo de escribir y más de pronunciar). Por supuesto, no faltan las salchichas alemanas. De Persia está especializado en la elaboración de pollo con un arroz condimentado con múltiples especias, de nombre también complejo.
Luisa Díaz Peña es algo así como la encargada del negocio y su hermana es que se ocupa de la cocina. Su sobrino es el que se encarga de la barra “somos casi una familia”, señala. “Nos conocemos desde hace muchos años. Sin ellos esto no funcionaría”, apostilla Ramin. “El público es muy heterogéneo”, en cada etapa del día, explica. “Cuando acaba la cena cambia el ambiente por un lugar de copas”.
Azafrán es un espacio para descubrirlo. Dejando atrás los impresionantes y añejos muros de San Mateo entramos en la calle Almendrillo, que es corta y conducen a la Ronda del Caracol. Está casi unida a la muralla almohade.
Su pequeña puerta, vigilada por un enganche, solo deja intuir su interior. Es así adrede porque se busca sorprender al visitante, que cuando entra ve un amplio espacio con una piscina en el centro, una cuidada iluminación que da vida a los viejos ladrillos que unen los rubios cantos que conforman este atípico rincón de enorme encanto en el Jerez eterno.
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