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Teatro Estudio Jerez imparte clases a un grupo de mujeres desde hace 14 años que ha encontrado en esta disciplina la medicina necesaria para afrontar los mazazos del día a día. Actualmente tienen dos obras en cartel, pero la mayor satisfacción de estas actrices es acabar con la monotonía y olvidar por unas horas los ‘sinsabores’ de sus vidas.

Querían activar su memoria y ahí surgió la idea de hacer teatro. Gabriela, Pepi, Carmen, Loli, Antonia, mujeres cansadas de hacer siempre manualidades, decidieron ejercitar su mente disfrutando con el teatro. Desde hace 14 años mantienen un acuerdo de colaboración con Teatro Estudio Jerez (TEJ) en virtud del cual abonan como asociación una mensualidad en concepto de formación teatral. Todas han desarrollado actitudes a nivel artístico a lo largo de este tiempo, pero sobre todo, a nivel personal. “Ahora las veo más equilibradas, no quiero decir con eso que estuvieran locas. Al principio no había concentración y eso pasa cuando hay factores externos que alteran a esa persona, en su familia o en su trabajo”, recuerda Alberto Puyol, coordinador de TEJ.

“Como la realidad de mi vida no me gusta soy feliz cuando estoy representando a un personaje porque puedo vivir otra vida y me evado”, afirma Loli, de 58 años, una de las últimas en incorporarse al grupo, y puede que de todas ellas la que más necesite de él. Estudió ya mayor, y consiguió ejercer de auxiliar de clínica con personas autistas, con discapacidad y esquizofrenia. “Cuando estaba más feliz, comencé a encontrarme muy mal de ánimos y yo no me daba cuenta, me diagnosticaron depresión y cirrosis biliar primaria”, se confiesa tímidamente. Desde entonces, hace 12 años, sólo sale de casa para asistir a clases de teatro. “Parecerá una tontería, pero si no estuviera en el teatro, la verdad, no sé qué sería de mí”, afirma Loli profundamente agradecida a Alberto por confiar en ella. Sus compañeras también la animan, a pesar de que cada una de ellas ha superado diferentes situaciones delicadas en todo este tiempo en el que han compartido estudio, ensayo y estrenos.

“Como la realidad de mi vida no me gusta soy feliz cuando estoy representando a un personaje porque puedo vivir otra vida”

Durante sus años de matrimonio, Gabriela dejó de lado su afición por el teatro. “Era muy moro”, dice del que fuera su marido. “Cuando me separé y me quité ese muerto de encima ya fui yo”, apostilla. “Me siento mucho mejor y más segura que cuando comencé las clases, más cuerda, me desinhibo”, añade. Aunque, como toda actriz seria que se precie, intenta controlar los nervios cuando se aproximan las fechas de las actuaciones. “Tenemos una responsabilidad y lo hacemos bien o no lo hacemos”, afirma Gabriela.

Catorce soles dan para mucho. Y si al embarcarse en esta iniciativa lo hizo asfixiada por la monotonía de su día a día y la absoluta dedicación a su familia, la interpretación ayudó a Antonia en el 2006 a superar un cáncer de mama. “Yo con mi quimio y mi peluca allá que iba a ensayar y el teatro ayudó a llevarlo mucho mejor. Me ha enseñado que hay vida más allá de mi hogar”, explica Antonia con un tono de voz que revela cierta emoción.

Por su parte, otra de las componentes, Pepi, cuenta que le dio un infarto hace cinco años y poco después murió su madre. “Me dio un poco de ansiedad, aunque yo no me amedrento y no dejé el teatro. Creo que lo nuestro tiene mucho mérito porque no repetimos como en las grabaciones de las películas”, presume. En general, las obras que representan están conformadas por personajes femeninos, y suelen ser contundentes. Reivindican la figura de la mujer y la igualdad, y temas actuales, como el maltrato o el desapego de la sociedad con el fin de entretener y hacer que el público reflexione. Para ella, uno de los momentos más especiales sobre las tablas fue durante la representación de Hay motín, compañeras, de Alberto Miralles, donde se metía en el papel de una mujer maltratada que estaba presa. “Yo sentía el teatro en silencio, atento, mientras yo contaba cómo había matado a mi marido. Cuando acabé aplaudieron, ese momento te sube la adrenalina”, narra Pepi, reviviéndolo.

Carmen, matrona jubilada, fue la propulsora de la iniciativa. También es la presidenta de la asociación que constituyeron las componentes del grupo de teatro  hace cinco años, Frasquita Larrea, nombre de una escritora gaditana del 27, muy poco reconocida. Precisamente por su trabajo reconoce sentirse una persona muy matriarca y se define como "protectora de los demás y como todos tenemos problemas, para mitigarlo, nos reunimos en el teatro”.

A base de mucho trabajo, esfuerzo y compromiso a la hora de interpretar respiran mejor, memorizan más rápido los textos, y se meten de lleno en el pellejo de sus personajes, aunque pueden mejorar. “Tenemos un lenguaje común y eso hace que todo sea un poco más llevadero. Todavía tengo que ejercer a veces el papel de director malo y decirles: ¡señoras, que hay que estudiar!”, dice Alberto, coordinador de TEJ. En este aprendizaje, tan arduo como terapéutico, las alumnas no han sido las únicas beneficiadas. “De ellas he aprendido que hay que aprovechar la vida por segundos, que no hay que tener miedo a tomar decisiones. Todas te enseñan que merece la pena seguir luchando”, asegura Alberto.

Sobre el autor:

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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