La Viña: paro y arte distribuidos a partes iguales

El Gobierno prosigue con el decreto de ahorro energético.
El Gobierno prosigue con el decreto de ahorro energético.

El barrio más conocido de la capital gaditana batalla contra la falta de un empleo estable al tiempo que encierra el compás y el arte del carnaval de Cádiz, el señorío de la Hermandad de La Palma y la idiosincrasia de la playa de La Caleta.

El arte se palpita en cada esquina del barrio. Atraviesas sus fronteras y te embarcas en una dimensión paralela a la del resto de la ciudad. El gaditanismo, expresado en forma de carnaval en su máxima potencia, impregna todos los rincones de una zona de la ciudad especialmente conocida más allá de los límites de la urbe sureña. La Viña, receptora por excelencia de los piropos carnavaleros recitados en forma de pasodobles castizos, pioneros e incluso foráneos, desafía el transcurrir del tiempo aferrada a la idiosincrasia gaditana y a la lucha por los tradicional. La calle de La Palma, la arteria principal del barrio, rezuma vitalidad gracias a la ingente cantidad de bares que allí se alojan. Las reuniones alrededor de una barra y las juergas flamencas se convierten en el mejor antídoto para combatir el problema del paro y la falta de recursos, principales obstáculos de un lugar muy sobrado de patrimonio histórico.

Valcárcel, la playa de La Caleta, el Hospital de Mora, la iglesia de La Palma..., lugares, todos ellos, ubicados entre las fronteras de un barrio que no guarda ningún tipo de relación con aquel que se inscribiera en la división administrativa del consistorio allá por el siglo XVIII. En aquellos años, como su propio nombre indica, La Viña era un lugar de viñedos que comenzó a ser edificado debido al espectacular crecimiento demográfico de la ciudad, beneficiada por el incremento del comercio con América.

Sin embargo, el barrio no interesaba a las clases pudientes, por lo que se concibió como una zona para los estratos sociales más bajos, además de acoger diversias industrias molestas que no se querían en otros lugares. Así las cosas, La Viña adquiere desde el principio un carácter periférico con unas cincurnstancias concretas que marcaron la vida de todos sus residentes, como el hecho de estar poblada de casas de vecinos de barata construcción y que han acabado siendo fundamentales para que los viñeros tengan, prácticamente, una personalidad propia marcada por un tipo de relación cotidiana entre sus habitantes muy estrecha.Fe de ello da Catalina Cárdenas, presidenta de la AVV Gades La Viña desde hace nueve años, y miembro de la citada asociación desde hace 18. 'Caty' o 'Nina', como la conocen sus vecinos, se desvive por todos aquellos que tienen en el barrio sus hogares, sus trabajos y sus vidas. "Yo, por suerte, tengo un piso en condiciones y no me falta para vivir, podría estar tranquila con mis cosas pero prefiero estar aquí [en la asociación] con ellos", explica la presidenta. Hablamos con ella de paro, de limpieza y del problema de los sintecho, extendido por el resto de la ciudad pero focalizado especialmente en las calles del barrio. Sin embargo, el tiempo se detiene cuando relata que, desde la sede -situada en la calle Doctores Meléndez-, dan de comer "a 300 familias al mes". "La Cruz Roja nos dona 27.000 kilos cada tres meses" a repartir entre todos aquellos que acrediten la falta de ingresos para alimentarse. "Lo hacemos a primeros de cada mes, en enero tenemos el último reparto que nos queda de esta tirada", explica Catalina, que narra la situación con una naturalidad que asombra.

Las 1.200 personas -aproximadamente- que se nutren gracias a la ayuda que les presta la asociación son, además de viñeros, "gente de la calle, como todos nosotros, que somos quienes pagamos las consecuencias de la crisis siempre", se lamenta Cárdenas, que se queja de que este equipo de gobierno, que se caracteriza por tener en los servicios sociales uno de sus pilares, solo se haya interesado por los problemas del barrio "una vez a principios de la legislatura, cuando vino Adrián (Martínez de Pinillos, por aquel entonces concejal de Participación Ciudadana)".

Y es que los obstáculos con los que lidia el barrio continuamente apenas han cambiado. "Aquí hay muchas fincas vacías y casas apuntaladas que tienen la fachada muy decorada para que no se note", explica Catalina, sentada en una de las sillas de la gran sede que tiene la asociación desde que el Ayuntamiento, con el anterior equipo de gobierno, le cediera a los vecinos viñeros tras pasar por manos de Procasa. La Viña, al fin y al cabo, no tiene problemas diferentes a los que podría tener cualquier familia de Puntales o del Pópulo, pero a la presidenta la "duele" no recibir contestación cuando "solicita cambios para mejorar el barrio", como ha sido el caso de la petición realizada pidiendo "la instalación de una cancha deportiva junto al parque de la plaza de La Reina".Las singularidades de esta parte de la ciudad han acabado forjando el carácter de todos los residentes. A Manuel, un veterano vecino de 81 años, se le ilumina la cara cuando le preguntan por el barrio que lo vio nacer, crecer e incluso casarse. "La Viña para mí es mi vida, quiero mucho a Cádiz, pero dentro de ese amor a La Viña le tengo un cariño todavía más especial", explica con un brillo en los ojos que le otorga una credibilidad absoluta al relato. Pintor de profesión, ha pasado los días entre pinturas y escaleras "por toda la provincia". Ahora, acostumbrado a la jubilación, se dedica "a dar paseos" saludando a vecinos y conocidos "por todas partes". 

Porque si algo tiene La Viña es ese duende especial que innegablemente habita sus calles y que se hace latente a cada paso que se da hacia el interior del barrio. Tal es así, que hasta el maremoto de 1755 tuvo su final en la calle de La Palma, y cuenta la leyenda que el padre Bernardo de Cádiz y su ayudante Francisco Macías, que se encontraban oficiando la misa en el interior del templo, sacaron fuera el estandarte y el crucifijo al enterarse de lo sucedido mientras exclamaban: "¡Hasta aquí, Madre Mía!", comenzando a retroceder las aguas. Desempleo, arte, sintecho, compás, fincas vacías, solidaridad, maremoto... Diferentes términos y sucesos para describir a un barrio que, como la presidenta de su asociación de vecinos sostiene, "no se puede describir, esto hay que vivirlo viniendo aquí porque no existen palabras".

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Jesús Mayone

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