Hombres y mujeres de todas las edades y diferentes oficios trabajan en la recogida manual de la vid, en igualdad de condiciones. Una temporera: "¿Cómo voy a cobrar menos que él?"

Días previos a septiembre chicos y chicas, hombres y mujeres de todas las edades con distinta formación, recolectan con devoción y esmero la uva a mano. En las viñas se cultiva la vid, pero se recoge algo más. Rocío —auxiliar de seguridad—, Maite —cuidadora de personas mayores— y Lola —que limpia hogares durante el año, coinciden en la la finca El Caribe, con el resto de temporeros y temporeras. Para algunos de ellos es el cuarto año consecutivo en esta viña. Un total de 86 personas trabajan allí en la campaña y ellas tres se incluyen entre el 40% de las mujeres que recoge uva en esas tierras.

A sus 31 años, Maite, vecina de Mesas de Asta, tiene muy claro por qué año tras año, en una u otra explotación, aprovecha estos pocos días de duro esfuerzo desde las 7:30 de la mañana hasta las a 14:45 de la tarde. El dinero que gana tiene una inversión segura: comprar todo lo que requiere la vuelta al cole de sus hijos. “Para que no les falte de , para eso está aquí su madre”. Cuenta que su pareja y padre de los pequeños también vendimia por la zona de Trebujena. Toda la familia se dedica a la recogida de la uva. “Justamente ahí está mi prima, más allá está mi tío, mi primo…”.

Durante tres horas, de hilera en hilera, cortan la uva y la colocan en espuertas que dejan a pie del carril principal, hasta las 11:15 aproximadamente, hora en la que las cuadrillas de hombres y mujeres, riñonera al cinto, se sientan como pueden en torno a una nevera repleta de botellas de agua y toman el desayuno para más tarde continuar con la ardua tarea. Zapatillas deportivas, pantalón largo, camisa, pañuelo y gorra, protegen completamente del sudor y el sol abrasador a Rocío. La joven de 29 años, toma con el bocata, al igual que algunas de sus compañeras, bebida energética, así reponen fuerzas para continuar la jornada. Madre de dos hijos, trabaja el resto del año de ama de casa y eventualmente como auxiliar de seguridad. El motivo que le lleva a echar la vendimia es el mismo que el de su compañera Maite: recoge uva, por necesidad. “Tengo dos hijos que entran en el colegio y son muchos gastos”. Su marido también se gana la vida en este mundo como trasteador de vino en una bodega. “Somos una familia que vivimos del vino”. Cree que si no fuese por la uva y la elaboración de los caldos, emigrarían “porque Jerez depende de sus viñas y de la vitivinicultura”. 

A pesar del esfuerzo físico que requiere la recogida de la vid a mano, en El Caribe, no hay privilegios ni para unos, ni para otras. A hombres y mujeres se les exige lo mismo. “Yo por lo menos no tengo problemas, ni me siento inferior, al revés”, afirma Lola, sanluqueña de 34 años. “Si no, di lo contrario”, espeta jocoso uno de los hombres con los que trabaja, y el grupo rompe en carcajadas.

Mismo esfuerzo, misma recompensa. Ellos y ellas cobran igual. “Que yo sepa sí, y que no me entere de lo contrario porque se la lío al capataz; ¿cómo voy a cobrar menos que él —pregunta señalando a Lito, un vendimiador— si corto más uva que él?”. Lola es consciente del regalo que supone trabajar en la vendimia, de los apuros que le saca, aunque considera que “la peoná debería estar un poquito más cara porque 42 euros diarios es muy poco, te pongas como te pongas, esto no está pagado, no llega ni a seis euros la hora”.

La cooperativa Nuestra Señora de Las Angustias, de la que forma parte la finca El Caribe, la componen 200 cooperativistas. Entre todos suman unas 1.000 hectáreas de las 6.600 que conforman el Marco. Es la más grande de las siete que integran la Denominación de Origen Jerez. El 40% de su superficie está adaptada para ser recolectada a máquina, pero tradicionalmente recogen toda la cosecha de forma manual. Según Salvador Espinosa, uno de sus propietarios, así continuarán haciéndolo "porque se obtiene un producto de mejor calidad”, pero también por el aporte de riqueza que supone para los ciudadanos del entorno.

La recogida manual de la uva saca de apuros a Esaud, de 24 años. El jerezano realizó el grado medio de Carpintería y se estrena en la vendimia. “Mi gente se ha dedicado siempre al campo y yo tenía esa cosita”. Antes ha trabajado en el sector de la construcción, de pintor y en un puesto de mercado ambulante familiar. “Es duro, pero si no hay otra cosa”. A pesar de la crisis y al ocaso del ladrillo, Juan Tomás, capataz desde hace dos años en esta finca, asegura que cada vez son menos los jóvenes con o sin formación que vendimian. Junto a otros cinco hombres prolonga su jornada laboral hasta las seis o las siete de la tarde, una vez que terminan de transportar la uva cortada apilada en los canastos. “Los cargadores las ponemos en el remolque hasta que están cargando los camiones y las llevamos a la cooperativa”. A diferencia de los vendimiadores, se dedica en cuerpo y alma todo el año al cuidado de la viña: poda la casta, se encarga del amarre de vara, recoger leña… “La viña no es solo la vendimia”, apostilla.

El capataz, que lleva toda la vida dedicado a la agricultura, hace hincapié en que cada año se procura realizar la campaña en un plazo de tiempo menor y no lo duda: desde que él tiene memoria la mujer siempre ha sido igual que los hombres en la vendimia. Y el proceso de selección es sencillo porque prácticamente son los propios temporeros y temporeras de una campaña quienes traen a nuevos vendimiadores en las sucesivas, generalmente a amigos y familiares. “Siempre digo que la vendimia es muy dura pero si la haces bien acompañada se hace mucho más amena y más divertida. La amistad es lo más bueno que hay aquí”, concluye Lola con el asentimiento de sus compañeros de campaña.

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María Luisa Parra

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