La barriada, erigida hace medio siglo por iniciativa de la vecina González Byass para darle un hogar a sus trabajadores, echa en falta mayor limpieza y la urgente mejora de su acerado y mobiliario urbano.

Puerta de entrada al Jerez antiguo desde la glorieta de Cuatro Caminos, la barriada de La Alegría es una de las más pequeñas de la ciudad. Apenas 15 bloques de tres alturas que dan alojamiento a unos 400 vecinos. La barriada, antiguamente residencia de trabajadores de González Byass, fue levantada precisamente por iniciativa de la bodega jerezana, frente por frente a los bloques, hace unos 50 años, ocupando los terrenos que antes lo habían sido de una fábrica de ladrillos. Sin embargo, recuerdan los vecinos más veteranos, fue rebautizada con el nombre de la barriada del polvorón, ya que al poco de entregarse los pisos comenzaron a sufrir desperfectos y desprendimientos de fachada.

Medio siglo después, en La Alegría destacan, sobre todo, la comodidad que supone vivir en pleno centro, junto al Alcázar y la Alameda Vieja, a diez minutos andando del mercado de abastos y de la principales arterias comerciales y hosteleras como Larga, Lancería, Consistorio, Plateros o Algarve. En coche, además, hay fácil salida hacia la costa, el hospital está a apenas cinco minutos y Área Sur también está a tiro de piedra si es que se prefiere echar el día en este parque comercial. Aquí, además, y a diferencia de la gran mayoría de barriadas del centro, disponen de un amplio aparcamiento privado que gestiona la comunidad de propietarios.

Sin embargo, La Alegría también tiene una cara triste, y es la que da precisamente a la calle Puerto. Los vecinos lamentan que la que es una de las vías más concurridas por los turistas que van o vienen de González Byass presente un estado tan lamentable. Acerado picado o directamente con socavones, si no levantado por las raíces de unos árboles que, además, necesitan una urgente poda. Eso sin contar la multitud de cacas de perro. “Esto es un lugar de paso al centro y muchos que vienen con sus mascotas parece que no encuentran otro lugar mejor para que hagan sus necesidades”, señala Enrique Sánchez, el nuevo presidente vecinal. La plaza que da a Puerto también hace años que pide a gritos una reforma. Bancos en mal estado, algunos incluso inservibles, acera también levantada, muros agrietados, alcorques vacíos… “El Ayuntamiento nos prometió un parque infantil y todavía seguimos esperando”. Pero lo que da peor sensación es un acceso al parking situado en una de las esquinas, llena de pintadas y orines.La mayor preocupación en la barriada, sin embargo, no se ve a simple vista. Dos colectores, uno que discurre por la calle Quintos y otro por Puerto presentan daños que hace que pierdan agua, que a su vez se filtra en los bajos de los bloques, ocasionando problemas de humedades. “Lo peor es que está afectando a algunos de los que ya fueron rehabilitados por la Junta recientemente”, indica el presidente vecinal. La solución, por tanto, pasa por levantar las calles y sanear los colectores. Aqualia, al parecer, ya ha planteado la obra en Puerto, momento que además aprovecharía el Ayuntamiento para arreglar la calle, según informó a los vecinos, aunque de momento nada saben de esa intervención.

La Alegría ha ido envejeciendo en todos los sentidos. No solo sus bloques –tan solo dos se quedaron sin intervenir por parte de la Junta-, también sus vecinos. En la barriada quedan pocos de aquellos antiguos trabajadores de González Byass, en tal caso sus viudas. Una de ellas es Salvadora Gil, de 86 años, quien, sin embargo, volvió a encontrar el amor hace una década. Ella, una de las pocas primeras vecinas de La Alegría que aún reside en la barriada, conoció al que ahora es su pareja, Antonio Casas, de 87, siendo una niña. Sin embargo, el discurrir de los años hizo que sus vidas se separaran. Cada uno encontró el amor, se casaron y, con el tiempo enviudaron. Sin embargo hace una década volvieron a encontrarse casi por casualidad y desde entonces ya son inseparables. Antonio, mecánico ya jubilado, sólo tiene buenas palabras hacia ella, aunque reconoce que discuten porque “no para. Yo le digo que descanse porque ya tiene una edad para no tener que estar todo el día haciendo cosas”. Salvadora le responde: “No puedo estar sentada”. Eso sí, ambos se ponen de acuerdo en que echan de menos un ascensor, como otros muchos vecinos ya mayores que se ven casi encerrados en sus domicilios. Desde la asociación de vecinos reconocen el problema, aunque saben que es complicado que algún día puedan llegar a instalarse porque aunque la Junta da subvenciones para ello, una parte del costo de la obra saldría de los propios vecinos, algo que muchos no se pueden permitir.

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Jorge Miró

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