No todo es rehabilitación en el centro de Jerez. Visitamos la casa de Manuel Benicio y Maite Ortiz, en la plaza Ponce de León, un ejemplo de vivienda de nueva planta integrada en el entorno del casco histórico.

Media vida es lo que llevan Manuel Benicio y Maite Ortiz viviendo en el centro. Lo tenían claro desde jóvenes y con 25 años vieron cumplido su sueño. Adquirieron una casa en la calle Almenillas que reformaron y donde además montaron uno de los primeros bares musicales de Jerez, 'El Tragaluz', que acabó convirtiéndose en un clásico hasta su cierre en 1999. A primeros de los 2000 la pareja tenía claro que quería cambiar de domicilio pero sin moverse de intramuros. Fue entonces cuando le echaron el ojo a un solar en la plaza Ponce de León, junto al Salvador, ocupado entonces por una casa abandonada y en ruinas. “Teníamos ya la experiencia de la rehabilitación de la casa de Almenillas, que fue muy bonita, pero es un trabajo realmente duro y tienes que estar muy pendiente del mantenimiento. Además queríamos tener la experiencia de vivir en una casa nueva”, relata Manuel en el salón de su domicilio, el ejemplo perfecto de integración de una vivienda contemporánea en pleno centro de Jerez.

En 2001 adquirieron la finca y encargaron el proyecto a los arquitectos Jesús Orúe y Pedro Ledo, que plantearon un edificio de fachada diáfana, blanca, sin cornisas y sin ventanas a la plaza, pero sí a un patio central en el que llama la atención una frondosa parra virgen que cubre una de las paredes. “Realmente, las antiguas casas de vecinos tampoco tenían ventanas al exterior, sino al patio central, que al fin y al cabo era donde se hacía vida”, recuerda Manuel. La luz solar también entra desde la cristalera de la terraza, amplia, que da a la plaza Ponce de León y desde la que se divisa perfectamente el precioso ventanal del palacio renacentista que ocupa el colegio del Salvador.

Hasta 2008 no pudo entrar a vivir la pareja. La obra en sí duró dos años, pero entre medias hubo que lidiar con licencias, permisos, intervenciones arqueológicas y trabas de Urbanismo, sobre todo en lo relativo a la normativa sobre la construcción de patios. Además del exterior, los arquitectos diseñaron otros interiores, en la primera planta, para que relacionaran las distintas dependencias de la casa. “La normativa dice que un patio tiene que llegar hasta la planta baja, pero luego vieron que era una cosa sin importancia y se pudo sacar el proyecto adelante”, explica el arquitecto Jesús Orúe, que añade que en la vivienda también destacan elementos de cerrajería, como la que se contempla en la puerta de acceso. Lo que a simple vista parecen unas formas hechas sin un trazado fijo no es más que un mapa del centro de Jerez, mientras que en las escaleras también hay unas planchas de aluminio con trazos muy originales inspirados en la cultura marroquí.

Aunque el edificio llegó a ser nominado para ser premiado por el Colegio de Arquitectos, el resultado final no gustó a parte del vecindario, reconocen sus propietarios, que tampoco entienden cómo una casa de paredes blancas, aunque se salga un poco del canon de vivienda típica del centro, pueda llegar a criticarse en Jerez, más si cabe cuando lo que había antes era una casa ruinosa y a escasos 100 metros se encuentra el enorme solar abandonado de la Ciudad del Flamenco.

“Esto de construir una casa desde cero es más complicado, pero también más bonito: buscar al arquitecto, el diseño, la financiación…”, considera Maite, que junto a Manuel entiende que una de las principales maneras de recuperar el centro es atraer a la gente. “El Ayuntamiento debería activar el registro de solares y poner a disposición de los ciudadanos las casas abandonadas o en ruina. El problema es que no se aplica la ley, que dice que no puedes tener un solar ruinoso y sin edificar durante más de cinco años. Y si no se aplica, que salgan a subasta. Aquí se permitió que se compraran casas para especular con ellas en la época que surgió el proyecto de la Ciudad del Flamenco, pero no se obliga a que las mantengan o las tapien. Eso en la calle Larga no se permitiría”, critica Manuel.

Lo que tienen claro es que, tras treinta y dos años viviendo en el centro, no conciben otro lugar donde residir. “Como aquí no se vive en ningún sitio”, aseguran. “El tener todo a mano es lo mejor, y luego el que haya cosas que se hayan convertido en cotidianas, como por ejemplo acudir a una presentación de un libro a cinco minutos de tu casa”, considera. Otro de los aspectos positivos de vivir en intramuros es el de no haber acudido nunca "a una reunión de una comunidad de vecinos. Eso no está pagado", bromea Maite. Su pareja destaca también la tranquilidad del entorno. Enfrente, el convento de Sata María de Gracia, y al lado, el colegio del Salvador, de las hijas de La Caridad, de las que recuerda una graciosa anécdota. "Estábamos viendo la final del mundial en la terraza, seríamos unas 15 ó 20 personas. Marcó Iniesta y empezamos todos a gritar de alegría y cuando nos dimos cuenta, las monjas estaban en el balcón de enfrente celebrando el gol con nosotros".

Junto a su vivienda, Manuel y Maite aprovecharon para construir tres apartamentos a partir de una obra que una promotora de Mallorca dejó a medio hacer tras quebrar. “El 90 por ciento de las personas que los alquilan vienen por temas relacionados con el flamenco”, señala Maite, que por eso mismo piensa que el Ayuntamiento debería aprovechar ese tirón durante todo el año. El edificio también se concibió con una planta baja destinada a fines hosteleros, adquirida en su día por Los Delinqüentes para montar la sala Tío Zappa, ahora con otro nombre y con otra dirección.

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Jorge Miró

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