El sol aprieta con fuerza en el Real. El martes de Feria del Caballo en Jerez arranca con una sevillana con andadores y sillas de ruedas. El arte no tiene límites. Después, una foto de rigor junto a las botas y rumbo a la caseta. “Ajolá pudiera bailar yo”, dice Ángeles Carrera, jerezana de 87 años que forma parte del grupo de mayores de la residencia San Juan Grande que disfruta este 20 de mayo de una bonita convivencia.
Junto a ella, María, de 94 años, contempla el baile de sus compañeras. “Estoy sola en mi casa, y para estar allí sola, estoy en la residencia”, dice esta mujer que no pierde la sonrisa. Flora, de 90 años, asegura que le encanta venir a la Feria y que se lo pasa muy bien. “Me encanta ver los caballos”, dice.
Para que estas mujeres vivan esta experiencia con casi un siglo de vida a sus espaldas -que se dice pronto- ha sido necesario un gran esfuerzo. “Es un despliegue importante”, comenta Paula Aparicio, coordinadora de la residencia. Primero, han tenido que movilizar varios vehículos para trasladar a los más de 40 mayores que hoy pisan el albero. Uno de ellos, cargado con todos los andadores y sillas de ruedas imprescindibles para su movilidad. En total, tardan sobre una hora en llegar desde la residencia a la Feria.


“La logística empieza casi un mes antes, tenemos que solicitar los permisos al Ayuntamiento para poder acceder con los vehículos al recinto”, explica Paula. En torno a las 11.30 horas, la comitiva ha entrado en el Real y ha dejado al grupo en el templete con el objetivo de facilitar su llegada a la caseta. Como cada año, la número 75, Bondad y Misericordia, perteneciente a esta hermandad muy vinculada a la orden hospitalaria San Juan de Dios.
“Lo más cerca posible para que no tengan que caminar tanto con esas temperaturas, el suelo es irregular y es complicado manejar las sillas de ruedas y andadores en este terreno”, comenta la coordinadora, que lleva 14 años en el centro.
Así, esta mañana se ha podido ver una fila de mayores, acompañados de varios voluntarios, abanicos en mano.


Ellas, con flores en la cabeza, y, algunas, incluso con sus trajes de flamenca y mantoncillo; y ellos, de punta en blanco. La peluquera ha ido a primera hora a la residencia para maquillarlas y ponerles la flor. Que puedan vivir las tradiciones sin que les falte un detalle. “Muchas se van al patio a tomar el solecito para ponerse morenas”, dice Paula, que explica que piden a sus familias los trajes, que el personal de la residencia lleva a la lavandería para prepararlos y plancharlos.
Ángeles y Charo, de 87 y 89 años, son de las que quieren ir bronceadas al Real. Sentadas en las mesas cuentan a lavozdelsur.es cómo viven este día tan especial. “Como la feria de Jerez no hay ninguna. Tiene fama Sevilla, pero como la de Jerez no hay otra”, expresa la más pequeña de ellas. Es la primera vez que participa en esta convivencia desde que está en el centro, donde asegura que “no puedo pedir más”.
Ángeles está en su salsa. “Yo he sido siempre de las que se montaban en todos los cacharritos, menos los tropezones. A mí la feria me gusta de noche, con el alumbrado. No me importaba quedarme hasta las 3 y las 4 de la mañana”, recuerda.


A su lado, Charo sonríe al escuchar a su amiga. Ella cuenta que acumula “muchísimas ferias” en su memoria. “A mí me da pena venir y no poder bailar sevillanas, con las piernas de trapo que tenemos ya. Ya el cuerpo no responde igual”, comenta.
Eso sí, las ganas no hay quien se las quiten a estas vecinas que van a comer, además de aperitivos típicos de feria, carrillada. Según explica la coordinadora, con antelación, se encargan de preguntarles sus preferencias para el menú de este día. Este año, la ganadora ha sido esta tapa que acompañan con patatas.
En la caseta, tocan las palmas, conversan y ríen mientras suenan las sevillanas de fondo. En el grupo está Paquita Rodríguez, la modista que ha cumplido 107 años, o José Rodríguez, que se mudó a esta residencia para estar junto a su mujer Plácida tras 63 años casados.


De pronto, José de los Camarones, cantaor flamenco de La Plazuela dedica unas letras a los presentes. Resuena “tirititraun traun traun” en la voz de este artista y modelo que también es voluntario de la hermandad.
“Tuve el placer y honor de cantar con Montserrat Caballé”, cuenta mientras reparte cestas con picos y pan por las mesas. Pronto llegan las jarras de rebujito y las papas aliñás. Después es el turno de la carrillada.
La imprescindible ayuda de los voluntarios
Los rostros de estas personas se iluminan en estas horas de alegría y de desconexión. Buenos ratitos que son posibles gracias a voluntarios que no dudan en empujar sus sillas de ruedas hasta donde haga falta con tal de verles sonreír.
“La verdad es que merece la pena”, dice Jose, uno de los que colaboran en la logística. “Luego llegan a la residencia con cansancio pero de haber disfrutado. Por verles las caritas, merece la pena”, añade Paula.
Tras los cantes y la comilona, es momento de volver. Para ello, toca organizar la salida, que se realiza por la calle Córdoba, hasta donde pueden acceder los vehículos. “Este año hemos conseguido cuadrarlo todo con un vehículo más, así no hay que dar dos vueltas”, añade la coordinadora. Toda una odisea que a nadie le importa asumir cuando se trata de hacer feliz a los veteranos. Una manera de brindarles la oportunidad de seguir creando recuerdos.




