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Los últimos cinco meses de vida de sor Agustina no han sido fáciles. Una enfermedad en el hígado la iba apagando poco a poco, pero aun así, la religiosa, de 86 años, seguía con su labor social y visitando su barriada de Lomopardo, esa que levantó prácticamente de la nada durante su etapa como delegada de Alcaldía. “La última vez que pasó por aquí la vi muy delgada y le dije que se cuidara. Me dijo que de lo que ya tenía ganas era de verse con su esposo”, dice Enrique López, vicepresidente de la asociación vecinal de la barriada rural en los tiempos en que sor Agustina también estaba al frente de este colectivo, aclarando, por si queda alguna duda, que por esposo la religiosa se refería a Dios, ya que ella siempre decía que estaba casada con Él.

En Lomopardo se siente la muerte de la entrañable y luchadora monja. Lo que hace medio siglo era una cañada real, lugar de tránsito habitual del ganado a solo unos metros del río Guadalete, es ahora un coqueto barrio al que no le falta ni colegio ni consultorio médico, a pesar de contar con una reducida población. Todo ello lo peleó sor Agustina, como también que las calles tuvieran su acerado, iluminación y saneamiento, consiguió la legalización de todas las viviendas, trabajó por los más necesitados, puso en marcha una asociación de mujeres y hasta se convirtió en chófer para llevar y recoger a los niños desde Jerez. Todo ello lo consiguió con tesón, sacando en ocasiones el fuerte carácter que, a pesar de su menudo cuerpo, llevaba dentro. “Si en el Ayuntamiento le decían que Pacheco estaba ocupado, entraba y pegaba una patada en la puerta para que la atendieran”, afirma Enrique, que por otro lado destaca que Agustina, con el exalcalde, era casi uña y carne.“Nadie tiene motivos para hablar mal de ella”, considera Antonio Santos, 68 años y mano derecha de la religiosa durante una parte de su etapa como delegada de Alcaldía. El vecino, que conoció la barriada en sus inicios, cuando apenas la conformaban unas pocas y humildes viviendas, destaca de ella su capacidad de lucha para conseguir lo que se propusiese y cómo ayudaba a todo el que se lo pedía. De la misma opinión es Santiago Torreño, otro de los primeros vecinos de Lomopardo. “Ella tiene la gloria ganada”, dice sin dudarlo. Motivos tiene para pensar eso. Emigró nada menos que 13 años a Alemania junto a su mujer en busca del trabajo que no encontraban en Jerez, tiempo durante el que la monja se encargó de sus hijos, recogiéndolos y llevándolos al colegio.

Pero si alguien conoció bien a sor Agustina ese es Rafael Romero, de 34 años. A su padre no lo conoció y su madre murió cuando él apenas contaba con seis meses, así que la religiosa lo acogió junto a su hermano mellizo, les dio una casa, una educación y los trató como si de sus hijos se tratara. “Yo no he conocido a otra madre que ella, ha sido el pilar de mi vida”, sentencia Rafael, Fali en la barriada. Junto a sor Agustina, él y su hermano, ya fallecido, estuvieron viviendo con otras dos hijas de la Caridad, sor Dolores y sor Juana. De su ‘madre’ dice que ha heredado “su genio” y que la mayor enseñanza que le dio es la de “ser generoso sin esperar nada a cambio nunca. Al que ayudes hay que ayudarlo de corazón”. De hecho, afirma que aunque los últimos meses ya estaba mal, ella no ha dejado de lado su labor social porque “la gente seguía pidiéndole”.

Tener una madre monja no es usual, reconoce, “eso a la gente le chocaba un poco”, pero en ningún momento supuso un impedimento en su vida diaria, ni cuando empezaba a tontear con las chicas. “Ella siempre me ha dado mucha libertad, nunca se ha metido en mis relaciones, aunque eso de meter a niñas en casa, como que no. Pero nunca me dijo nada, solo que tuviera cuidadito con lo que hacía”, recuerda esbozando una sonrisa.

Rafael, técnico en electrónica, ha formado una familia. Nada menos que cinco hijos tiene junto a su mujer, muy afectada tras la muerte de su suegra. Él también lo ha pasado mal, pero sabía que la enfermedad, que se la ha estado llevando poco a poco los últimos meses, la había hecho sufrir más de lo necesario. “Ya está descansando”, dice. De hecho, tanto él como sor Agustina veían el final cerca, por lo que hace apenas unos días se despedían en el hospital San Juan Grande, donde ha estado ingresada. “Las últimas palabras que me dijo fue que quisiera mucho a mis niños y que lleve la mejor vida que pueda”. Eso sí, Rafael no acude al sepelio de su 'madre' porque no quiere “pasarlo mal”. Prefiere quedarse con su recuerdo en vida. Además, y para despedirse, afirma que “ya de chico, con ella, me comí todas las misas del mundo”.

Abarrotado adiós

Mientras tanto, en Jerez, decenas de personas decían su último adiós a la religiosa en una abarrotada parroquia de Madre de Dios. El obispo José Mazuelos, acompañado de otros siete sacerdotes, oficiaba una eucaristía en la que se recordó su gran labor social a favor de los más necesitados. Hasta allí acudieron representantes de la vida política local como Carmen Collado, teniente de alcaldesa de Medio Rural y Acción Social, que la considera “una gran mujer con mayúsculas que ha sabido enfocar su vida a favor de las personas más desfavorecidas”. Collado destaca sobre todo su “lucha contra la violencia de género. Siempre se puso de parte de las mujeres maltratadas, enfrentándose incluso contra los maltratadores. Para mí es un modelo a seguir de solidaria, de luchadora y de mujer”.Santiago Sánchez, portavoz de Ganemos Jerez, que también acudió al sepelio, destaca de sor Agustina que “era una mujer que transmitía, que tenía mucha energía, que enfocaba hacia cosas positivas. La conocimos luchando para que las mujeres de Lomopardo tuvieran un trabajo digno y me quedo con su buen humor, su capacidad de ver siempre el lado positivo de las cosas y de luchar por conseguir sus objetivos”. Por el Partido Popular, Isabel Paredes destacó que fue “una gran mujer que luchó por la igualdad de género y de oportunidades, entregada a todos los jerezanos y jerezanas que necesitaban de su ayuda”. Recordó también que “hasta los últimos días ha estado luchando” y destacó que fue “una mujer que nunca se dejó llevar ni por intereses políticos ni por una ideología”.

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Jorge Miró

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