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Este animal ha dejado una huella de su existencia en los nombres de los lugares cuando estaban presentes en todos los rincones de sierras y campiñas. 

Junto a las grandes rapaces y los lobos, los zorros han tenido durante muchos siglos la consideración de animales “nocivos” y “dañinos” en cuantos competidores naturales del hombre por la caza de otros animales silvestres y, en especial, en cuanto amenaza permanente de ganados y animales de corral. No es de extrañar por ello, como ya señalamos en otro post dedicado a los lobos, que haya existido siempre una persecución e incluso un intento de exterminación de estas especies consideradas como “alimañas” que, como en el caso del lobo y de otras rapaces, han llegado a desaparecer de nuestros territorios. 

A diferencia de los lobos, que daban cuenta de rebaños (ovejas, vacas, equinos…) y de piezas de caza mayor como venados, corzos y jabalíes, los zorros preferían las piezas de caza menor (conejos, perdices…) y las aves de corral. Por esta razón siempre fueron objetivos a batir por cuantos tenían intereses en el medio rural. Los ganaderos, terratenientes o miembros de la nobleza, (para quienes la caza era además una de sus principales distracciones y un ejercicio de adiestramiento en el manejo de las armas), como las clases populares, campesinos y habitantes del entorno natural y rural (quienes encontraban en la caza una fuente de subsistencia, imprescindible para  completar su precaria economía), tenían en su punto de a estos carnívoros. De la misma manera los gobernantes trataron también de poner en marcha iniciativas para intentar conseguir la eliminación de los animales considerados “nocivos”. A diferencia de los lobos, que llegaron a desaparecer, los zorros fueron perseguidos pero no consiguieron ser eliminados y tras esta caza de siglos, aún persiste en las zonas montuosas y agrestes de la provincia de Cádiz y en muchos puntos del término de Jerez. Pero sobre todo, como veremos, los zorros han dejado una huella clara de su existencia en la toponimia que nos revela que en tiempos pasados, estaban presentes en todos los rincones de sierras y campiñas. 


El historiador Bartolomé Gutiérrez (1787) nos recuerda que en el Jerez del último tercio del siglo XVIII, el Ayuntamiento de la época ofrecía recompensas por la caza de “animales nocivos” que tanto daño hacían a los ganados de nuestros montes. Así, a través de una “tasa” con la que se gravaba la venta de carnes en las “carnecerías municipales” -el conocido como “derecho de lobos”-, se recaudaba un “real en cada Rez mayor y medio en la menor”. De estos fondos “…se dá quatro ducados por cada lobo grande que se trae a la ciudad y otros cuatro por tres de los chicos; seis reales por cada zorra y todo con formal registro”. 

Las cantidades asignadas a estos premios, si bien movilizaban a determinados cazadores asentados en el medio rural, no resultaban atractivas y las medidas resultaron ser poco efectivas. Como señala J. Diego Pérez Cebada, para incentivarlas, Carlos II promulga en 1788 una Real Cédula en la que ordena a las autoridades locales la realización de batidas o monterías dos veces al año (una en enero y otra de septiembre a diciembre), estableciendo recompensas para la caza de lobos y zorros durante todo el año a razón de “8 ducados por cada loba, cuatro por cada lobo, dos por cada lobezno y diez reales por cada zorro o zorra y 4 por cada ejemplar joven de esta especie”. Unos años más tarde, en 1795 otra Real Cédula, dobla el valor de los premios para los cazadores, ante la escasa efectividad en la reducción de las poblaciones de “alimañas”. Estas iniciativas tuvieron continuidad en nuestro territorio durante todo el siglo XIX y hasta mediados de siglo XX y si bien consiguieron acabar con los lobos, no se logró lo mismo con los zorros. Pérez Cebada ha estudiado estos registros de capturas de animales nocivos en el Ayuntamiento de Jerez, el último de los cuales, realizado entre 1945-1948, recoge todavía la existencia de pagos por la caza de águilas, turones, comadrejas y zorros. Los lobos ya habían desaparecido hace décadas. 

Los zorros han sobrevivido, pero sobre todo siguen presentes en nuestros montes y bosques, en las campiñas, en la sierra y en el litoral y aún en las cercanías de las ciudades y de sus cascos urbanos… de la mano de la toponimia. En Jerez, laHijuela de la Zorra, calle que rodea la Escuela Andaluza de Arte Ecuestre, da nombre a una antigua vía pecuaria que desde el Camino de Lebrija (actual Avda. Duque de Abrantes), ponía en comunicación el campo y la ciudad. ElArroyo del Zorro (junto a la Cañada de la Loba), muy próximo también a la ciudad, corre en paralelo a la calzada que une las carreteras de Trebujena y del Calvario, a los pies los viñedos de Cerro Viejo y Cerro Nuevo, recordándonos que, junto a los gallineros, las viñas eran también escenarios de correrías de los zorros, como nos cuenta las vieja fábula de “La zorra y las uvas”. También hay en el término jerezano otro Arroyo de la Zorra, que cruza las tierras de Fuente Imbro buscando el embalse de Guadalcín. 

Tal vez las zorras, más que los zorros, han centrado la atención de los habitantes del medio rural por aquello de que cazando una zorra se evitaba una nueva camada. Así lo recoge la toponimia y existe otro Arroyo de la Zorra en Villamartín, cruzado por un Puente de la Zorra, en la carretera que va hacia Algodonales, ambos junto a la Hacienda de Los Huertos. En Algodonales encontramos también un Arroyo de la Zorra, en cuyas proximidades está el Cortijo de la Zorra, al pie de la Sierra de La Nava, y hay otro Cortijo de la Zorra en Espera. En Tarifa se mantiene el topónimo de Los Zorrillos, y en Conil el de El Zorro. El Arroyo de la Zorrilla (Jimena, Espera), La Huerta de la Zorra(Sanlúcar), el Cortijo zorrero (Setenil), La Zorrilla (Arcos, Rota), o el Cortijo de Las Zorrillas (Los Barrios), son otros tantos ejemplos de distantes parajes de la provincia donde persiste la presencia del zorro en la toponimia. 

Muy abundantes son también otros topónimos como Las Zorreras (Medina, Alcalá, Jimena), dando nombre a cortijos o La Zorrera (San Fernando, Tarifa…) que han permitido mantener en la memoria del paisaje la presencia, ya permanente, de los perseguidos zorros.

Sobre el autor:

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María Luisa Parra

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