Cuesta abajo y sin frenos

Un vendedor de globos, a la espera de algún cliente en el Real del Hontoria: FOTO: MANU GARCÍA.
Un vendedor de globos, a la espera de algún cliente en el Real del Hontoria: FOTO: MANU GARCÍA.

Moteros, Márquez, una cerveza, una jarra de rebujito —¡qué de tiempo!— , la primera sevillana…

Siete y media de la mañana. Suena el despertador. Ligero dolor de cabeza y uno intenso en los pies. Los primeros segundos te sientes desubicado. Necesitas un minuto para concienciarte de que hay que trabajar. La Feria es un monstruo, un dragón de siete cabezas que acaba devorando a todo el mundo por igual. Los recuerdos se entremezclan y uno ya no sabe en qué día vive. ¿De verdad hice esto? ¿Y esta foto qué tengo en el móvil?

La comida de empresa, una cerveza, otra jarra de rebujito, el queso, el jamón, el adobo, la tortilla, más rebujito, un serranito, chocos fritos, fideos con gambas, oootro rebujito, una sevillana —¿bailamos?—, el alumbrado —¡oooooh!— un selfie…

Una mujer, acariciando a un caballo en un descanso del paseo. FOTO: MANU GARCÍA.

A estas alturas, la Feria ya ha abrazado a todo el mundo, autóctono o no. Famoso o desconocido. El faranduleo también ha tomado el Hontoria. En la ya madrugada del jueves —porque ya es jueves, ¿no?— Chabelita Pantoja, vaso en mano, móvil en la oreja, camina por la calle José Mercé rodeada por cinco maromos más o menos de su edad, rodeándola para que la plebe no ose mezclarse con ella. También hay grandes hermanos que solo —o casi— se conocen ellos, presentadores de televisión adictos a la exclusiva del “a Pepito se le ha visto con Pepita”…

Ligera resaca —ya no bebo más—, paracetamol, ducha, camisa, pantalones, zapatos —joder, qué de albero—, el Hontoria —hogar, dulce hogar— un pinchito, tortilla, tengo sed —¡un rebujito por favor!—…

El día —creemos que es jueves, aunque uno, vuelve a repetir, ya tiene dudas de todo— vuelve a amanecer fresquito y con nubes, pero abre más tarde para dejar un bonito día de mayo. El albero del Real aún está virgen de boñigas de caballo cuando entran los primeros enganches. A esta hora en la Feria hay poco más que grupetes de jubilados y jubiladas, todas ellas perfectamente vestidas de flamenca. Los jardines que dan al Bosque, botellódromo oficial durante la fiesta, aún descansan tranquilos. La marabunta, cargada con bolsas con lotes de fino, ron, ginebra o whisky tardará un poco en pisar el césped. Los primeros guiris del día —cara sonrosada, gorra, camiseta, bermudas, zapatos cómodos (ellos sí que saben)— se aposentan en la rotonda del Paseo de las palmeras para tomar las mejores fotos con cámaras réflex de inmenso objetivos que luego enseñarán a sus amigos o colgarán en Facebook, mientras comentan la bendita locura que organizamos en mayo.

Bailes por sevillanas en el templete municipal. FOTO: MANU GARCÍA.

Más resaca —¿otra vez, insensato?— un paracetamol… bueno dos; ducha, trabajo, autobús, Feria —ey, ¡he vuelto!— cerveza —hoy sin alcohol— croquetas, revuelto de gambas, salmorejo, otra sin alcohol, flamenquín, un rebujito —pero solo uno, ¿eh?, un paseíto, “no quiero un clavel, gracias”, cacharritos…

En la calle Manuel Soto ‘Sordera’ luce una caseta totalmente desmontada. Era la de una peña rociera que, por lo visto, poco beneficio le estaba sacando a la Feria. Triste imagen para una fiesta que muchos consideran que se está vulgarizando a pasos agigantados. A unos metros de allí, una despedida de soltero y hasta una fiesta de cumpleaños, tarta incluida, en la terraza de una caseta. El respetable ya ha inundado el Real y come, bebe, canta y baila a todo tren. Paloma San Basilio, una asidua de la Feria, vuelve a dejarse ver por el Real, igual que el exbanquero Mario Conde en la caseta del Casino Jerezano. Aficionados del Xerez —no pregunten cuál— se toman una foto con Esteban Vigo, el hombre que nos llevó a la gloria futbolística y al que luego dimos una patada para contratar al infame Cuco Ziganda.

Jóvenes, descansando en un banco de la calle Paquera de Jerez. FOTO: MANU GARCÍA.

Hoy no estoy del todo mal —¡vamos pa la Feria!— la Tere con la tartana, la papasá, “ay, que te como”, la pesada de los claveles, rebujito ven a mí, un cartucho de pescaíto, el globo transparente con lucecitas, el amigo que no ves nunca y te invita a su caseta, otro rebujito, los súper éxitos de Enrique Iglesias, Melendi, El Barrio…

Hay tarde de toros en la calle Circo. Aficionados cruzan el Real con sus almohadillas en la mano para soportar la dureza del cemento del centenario coso. La tarde va cayendo, pero no el ánimo de fiesta. El templete de González Byass es un hervidero donde el metro cuadrado se cotiza más que en la Castellana. En lo que uno se despista, no solo ha terminado el paseo de caballos, sino que ya se ha encendido hasta el alumbrado. En la Feria, la noche no es oscura, pero también alberga horrores según el lugar y la hora. Unos ya no pisarán más el albero, otros lo harán hoy por última vez y los más jartibles repetirán el sábado. El que más o el que menos, ya va cuesta abajo y sin frenos.

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Jorge Miró

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