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Nos montamos en autobús con Inmaculada Moreno, una jerezana con espina bífida que relata su calvario cada vez que intenta usar el transporte público. Tarda unos 20 minutos en conseguir montarse en uno y suele salir con dos horas de antelación para llegar puntual a su cita médica, que es para lo que lo usa normalmente. Desde Adifi aseguran que en Jerez “no se cumple con la normativa vigente” y que el Ayuntamiento no ofrece soluciones, sino “parches”.

Un gesto tan simple como montarse en autobús se convierte en una odisea para Inmaculada. “Cada vez que tengo que cogerlo le temo, porque no sé lo que me voy a encontrar”, dice. Esta jerezana nació con espina bífida (una malformación congénita en la espalda) y desde muy joven ha utilizado sillas de ruedas para desplazarse. De pequeña cuenta que era su madre quien la llevaba y ahora siempre va acompañada de su inseparable marido, que también tiene problemas de movilidad, ya que necesita una muleta para poder andar. Pero gracias a él puede usar el transporte público. "Menos mal que lo tengo", dice.

Manuel Guzmán e Inmaculada Moreno viven cerca de la estación de tren desde hace poco tiempo. Allí, nada más llegar, tuvieron que luchar con el presidente de la comunidad de vecinos para que instalara una rampa en la entrada del edificio. “Estuve 15 días encerrada”, asegura. Aunque no desistió hasta conseguir lo que consideraba que era justo. “El presidente de la comunidad me dijo que por qué me fui a vivir allí…”, añade. Con situaciones como ésta lleva lidiando toda su vida.

“En Semana Santa no pude subirme a un autobús porque ya había dos carritos de bebé”, cuenta Inmaculada. “¿Qué quiere que haga?”, asegura que le dijo el chófer. Y no fue la primera ni la única vez. Cada vez que tiene que desplazarse en transporte público sale al menos con dos horas de antelación de su casa.  Acompañándola se entiende por qué. En la parada de la calle Diego Fernández Herrera, enfrente de Díez Mérito, tarda unos 20 minutos en montarse en un autobús.

Es un día entre semana, primera hora de la tarde. Inmaculada quiere ir a Esteve con su marido. Pero no se lo ponen fácil. El primero en llegar es un autobús de la línea 2. Pasa de largo. “Se ha ido y no ha dicho nada”, comenta resignada Inmaculada. Con el segundo tampoco hay suerte. Intenta parar pero dos coches mal aparcados impiden al chófer acercarse más a la acera para poder desplegar la rampa instalada en la puerta trasera. Tras un breve intercambio de palabras sigue su marcha. Tampoco logra subirse al tercero que pasa, ni al cuarto. Es a la quinta cuando Inmaculada puede montarse por fin en un autobús. Pero no sin dificultades. Tiene que ser su marido quien la ayude porque, una vez desplegada la rampa, se encuentra con un escalón justo en la puerta del autobús que hace que le sea imposible acceder por ella misma. Al recogerla, la rampa se atasca y tiene que ser el conductor, con el pie, quien la recoja.

Con Inmaculadalla van Ana García y María del Carmen Menacho, miembros de la Asociación de Discapacitados Físicos (Adifi), quienes llevan muchos años reclamando mejoras en cuestión de accesibilidad. Menacho, que es la presidenta, asegura que en Jerez “no se cumple con la normativa vigente” y que el Ayuntamiento no ofrece soluciones, sino “parches”. En la ciudad hay muchos autobuses que no tienen rampa, o que la tienen y no funcionan. Por eso desde Adifi proponen que se haga como en Sanlúcar, donde hay muchos vehículos con rampas manuales, más económicas y menos costosas de mantener.

“Las personas con discapacidad estamos muy desprotegidas”, se queja Menacho, que destaca que para las pedanías y barriadas rurales “no hay ni un autobús adaptado”. Ahora que queda poco para la Feria llega otra de las épocas complicadas para ellas. “Te planteas si irte en taxi o andando, pero muchas veces ni eso”, dice Inmaculada. “En Jerez debería haber nueve taxis adaptados, tenemos el compromiso de que hubiera cinco y en realidad hay dos”, cuenta María del Carmen, que explica lo difícil que es poder coger uno de estos. Y lo que les supone económicamente. “Nos cuesta el doble, porque si tiene que venir al centro y está en Hipercor, nos cobra la carrera desde allí y luego hasta el destino”, dice Menacho.

El autobús que cogieron en Diego Fernández Herrera llega a Esteve. Allí deben bajar de espaldas. El pronunciado escalón que tiene la puerta trasera así lo aconseja. “¿Ves lo que pasamos cada vez que cogemos el autobús?”, dice Inmaculada. Ella asegura: “Me da igual que me pongan de protestona, pero tengo derecho a usar el transporte público”. Lo utiliza “casi siempre para ir al médico” e incluso en una ocasión no pudo llegar a una cita: "Me tuvieron que tomar la tensión en la calle", cuenta. Cada vez que usa el autobús urbano acaba "agotada", aunque cuenta que muchas veces recibe ayuda de otros usuarios, algo que agradece. En Esteve se queda con su marido tomando café. A la vuelta tuvo los mismos problemas. ¿Hasta cuándo? He ahí la cuestión.

Sobre el autor:

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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