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Porque las ELA también existen, lavozdelsur.es se desplaza esta vez hasta La Barca de la Florida para conocer mejor su historia y sus gentes. 

Cuenta una historia, quizás más leyenda que otra cosa, que al explorador y conquistador jerezano Alvar Núñez Cabeza de Vaca, el rey Carlos I, como compensación por haber descubierto La Florida en lo que es hoy Estados Unidos, regaló unas tierras junto al Guadalete, a 20 kilómetros de su Jerez natal. Aquel terreno, que convertiría en una finca, la llamaría Alvar Núñez con el nombre de La Florida en recuerdo, precisamente, de su descubrimiento en la costa sur norteamericana.

Siglos después, a escasos metros de esa finca, se apostaría en el Guadalete un barquero, de nombre Francisco Robles Pérez, alias el Benalí, que se ganaba la vida cruzando de orilla a orilla del río a personas y a ganado, dado que por aquí cruzaba la llamada Cañada Real de la Sierra. Aquella barca, de poleas, acabaría conociéndose como la barca de La Florida, y años después terminaría dando nombre a esta entidad local de Jerez.

Si bien fundada oficialmente en 1948 merced a la reforma agraria franquista de finales de los años 40, a través del Instituto Nacional de Colonización, sus orígenes se remontan, al menos, a la época romana. Se conoce que en estas tierras se asentaba una villa romana –restos de ánforas así lo atestiguan- y que barcos romanos pasaban por aquí bajando el Guadalete hasta El Puerto transportando aceite que luego llegaría hasta Roma.

Ya en nuestra época, a finales del XIX empezaron a asentarse personas en el entorno del río, los llamados guardeses del agua, encargados de mantener en perfectas condiciones el tubo que desde Tempul llegaba a Jerez. Eran tiempos de chozas y casas hechas con madera, paja y barro. Lo sabe bien Manuel Ruiz, de 85 años, vecino de La Barca de la Florida mientras echa un rato en compañía de varios amigos en la plaza del Ayuntamiento.

Manuel recuerda esos tiempos de duro trabajo y largas peonadas en el campo cultivando algodón, maíz o remolacha. Luego llegaría el primer hito en el pueblo, como fue la construcción del característico puente de hierro en el año 1936, que sustituiría a la famosa barca de La Florida. Diseñado por el ingeniero Francisco Ruiz Martínez, hoy día quizás se haya quedado un tanto estrecho para los actuales coches. “¡Anda que no se han reventado gomas allí!”, señala Balbino, vecino del pueblo, en la venta El Cruce.

El origen de la actual La Barca lo encontramos en la calle Tempul, donde se edificaron las primeras viviendas y un pequeño edificio que hacía las veces de escuela, de lunes a viernes, y de capilla, los domingos. A partir de ahí el pueblo fue extendiéndose poco a poco, cuenta Santiago Valenzuela Ruiz, acólito lector de la parroquia de San Isidro, asentada frente a la casa consistorial y donde desde su campanario, un tanto castigado por los años, contemplamos las magníficas vistas del pueblo, la sierra y el río.

Santiago nos enseña la parroquia, de la que destaca sobre todo un fresco del artista vanguardista Manuel Mampaso, situado tras el altar, en el que se representa una pintura de la Asunción de la Virgen. “En un principio esta iglesia se iba a consagrar a ella, pero por eso de que La Barca es un pueblo agrario se decidió consagrarla a San Isidro Labrador”, explica.

Actualmente La Barca de la Florida cuenta con poco más de 4.000 habitantes, la mayoría gente de mediana edad y jubilados. La juventud lo tiene complicado para trabajar aquí. Si bien una empresa local dedicada al cultivo de zanahorias da trabajo, la mayoría pasa largas temporadas en Mallorca trabajando en la hostelería. Otros han tenido que desplazarse a localidades de la provincia o de fuera de ella para ganarse la vida, según nos cuenta Toñi Lamela, delegada de Bienestar Social de la ELA.Para ella, lo que más ha cambiado en La Barca son las costumbres, algo por otra parte común en todas las ciudades y pueblos conforme pasan los años. Así, recuerda esos juegos infantiles en el Campo del Muerto, que si bien tiene un nombre un tanto inquietante, se llamaba así porque allí jugaban al matar, ese juego consistente en formar dos equipos y lanzarse una pelota que, si golpeaba a un contrario sin que pudiera cogerla, acababa eliminado. Pero también recuerda otros juegos como el elástico, la lima… “Ahora eso se ha perdido. Ya los niños se quedan en casa con el ordenador o el móvil”.

No podemos dejar pasar el encuentro con esta representante del gobierno municipal para preguntarle por el tema de la independencia. “Todo el mundo quiere que La Barca sea independiente de Jerez”, señala tajante. “Ahora dependemos de Jerez para todo, de la otra manera tendríamos nuestro propio presupuesto”. Hay que recordar que ya en 2014 el pleno aprobó su petición de independencia, por lo que parece que será cuestión de tiempo el que siga los pasos de San José del Valle.

Aún así, su relación con Jerez nunca la acabará perdiendo. La nueva carretera, prácticamente terminada, acerca aún más a ambas localidades, eso sin contar los centenares de jerezanos que cada fin de semana, entre otoño e invierno, se acercan hasta el vecino parque periurbano de La Suara a echar el día entre tortillas y filetes.

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Jorge Miró

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