Dana tiene 14 años y hoy le toca cuidar de su hermano, un bebé de 8 meses, y de sus otras dos hermanas pequeñas. Sus padres pasarán el día trabajando en la Feria de Jerez, vendiendo claveles. Pese a su juventud, Dana se desenvuelve con el bebé como si hubiera sido madre toda la vida. Se lo carga a la cadera y lo lleva de un lado al otro sorteando las carreras y juegos de la carpa organizada para entretener a los niños de las familias feriantes  durante la jornada del miércoles, a la espera de que sus padres vuelvan. Esto no es así siempre, en otras ferias les toca estar sobre el albero, acompañando a sus padres. En Jerez, la delegación de Bienestar Social del Ayuntamiento habilita este espacio para ellos dentro de la Iniciativa de Atención a las Familias Itinerantes, que tiene como principal objetivo prevenir la mendicidad y el trabajo infantil. En esta iniciativa participan técnicos del Ayuntamiento, el Cuerpo de Policía, Distrito Sanitario, la empresa de Animación Infantil Senda y Ceain.

Cada feria es un destino, algunos vienen de Madrid, otros de Sevilla... Son familias nómadas que van buscando el sustento en caravanas y furgonetas con toda la vida a cuestas. Tienen muy poco, y necesitan muy poco también. Cuando llegamos, algunos niños reconocen en seguida a las educadoras de años anteriores. Alejandro, de 5 años, levanta los brazos recordando emocionado el juego de los sentidos que hicieron el año pasado: “¡Vosotras erais las de ojos, nariz, manos..!” . Los niños dibujan y hacen manualidades en unas mesas preparadas con materiales escolares que gestionan cada día los animadores infantiles de Senda, empresa seleccionada este año para  estar con los niños durante la semana.

Macarena García, educadora social de Ceain, se sienta con los más pequeños del grupo y les cuenta la historia de la familia Telerín, una familia divertida y diversa, donde el amor da lugar a una mezcla única de colores. En otro lado de la carpa, Manuela Jurado, estudiante de Trabajo Social que hace prácticas en Ceain mediante la Fundación ONCE, hace una actividad sobre igualdad de género con niños y niñas algo más mayores. Los pequeños tienen que descubrir si los personajes misterios son hombre o mujer, según las pistas:” ¿le gusta ir de compras? ¿le gusta el fútbol? ¿sabe cocinar?...” Entre ellos debaten y se dan cuenta de que sus gustos o aficiones no les encasillan, pueden ser cualquier cosa.  Cuando por fin se desvela el misterio deciden ponerles nombre a los muñecos, pero algunos de los chicos sólo saben escribir el suyo propio, en mayúsculas muy grandes. “Si supiera escribirlo, lo llamaría Alex”- dice Rocío con una sonrisa de media luna.En un rinconcito tranquilo de la carpa me topo con Ramsés, de unos 4 años, que parece concentrar toda su atención en conseguir recipientes huecos, ha traído algunas cajetillas de tabaco vacías y las analiza minuciosamente, como si sujetara delicados tesoros. También ha encontrado una botella de agua vacía e intenta gastar un bote de pegamento escolar, para añadirlo a su colección de tesoros vacíos.

Mientras ellos están aquí, sus padres, tíos y abuelos recorren la Feria en busca de sustento. Algunos venden flores, otros pulseras, otros tabaco… Lo que pueden.

En la zona exterior, Rosana Robles, educadora de Ceain, ha desplegado con los más mayores un Atlas del mundo y los chicos hablan de los continentes. Resulta irónico lo poco que saben de geografía sobre el papel, siendo expertos ya a sus pocos años en ir de un sitio a otro. Acuden a la conversación clichés que poco o nada tienen que ver con ellos: “En Australia están los canguros, y esto tan grande de aquí es América…” “¡De este continente vengo yo!”- explica Rosana, que intenta organizar un juego con ellos en el suelo. Pero con los mayores es complicado, los cortos ratos de atención parecen sacudidos de pronto por oleadas de realismo práctico y desencantado: “¿Y esto para qué lo tenemos que hacer? ¿Para qué sirve?” Es complicado transmitir un valor intangible cuando la vida del adolescente que tienes en frente lleva muchos más kilómetros que tú y en circunstancias mucho más adversas en la búsqueda de bienes básicos, o un puñado de euros. Se les nota en la mirada y en la piel. Es como si creyeran que no les vas a enseñar nada útil o que les sirva para su vida, no obstante ellos te permiten hacer que les enseñas, desde tu mundo privilegiado... Las educadoras se afanan en buscar estrategias comunicativas para hallar el mágico punto de encuentro, de bella y fugaz conexión, trascendiendo las realidades. Y sembrar. Cuando llevo allí un rato comprendo que se trata de eso.

Con los pequeños es otra historia, tienen esa sed inagotable de preguntar  y descubrir. Las fronteras de edad a veces se hacen difusas. Dana parece una joven madre con su bebé en brazos y de pronto me lo deja para convertirse en una niña alocada jugando al bádminton con sus amigos.

Las chicas de Ceain charlan con  un grupito de niñas que son primas, que calculo deben tener entre 13 y 16 años , y cada feria van juntas al aula: “¡Es increíble cómo habéis crecido, si hace poco erais bebés! Pero , falta Rosi, ¿no?” “ ¡Esa ya se casó y está esperando un niño!” Es inevitable pensar que el año que viene, muchas de estas niñas no vendrán porque probablemente estén ya del otro lado, formando su propia familia nómada.

Es un día de contrastes fuertes: La ilusión por aprender algo y  la desidia anticipada, la fraternidad familiar y el conflicto explosivo, las risas a carcajadas y el gesto cansado. La mirada limpia y las manos sucias.

Terminamos la jornada con el tren de la diversidad, un gran photocall hecho de madera y goma eva por un compañero de Ceain con vagones de los diferentes continentes y culturas. Todos quieren hacerse una foto. Tienen una mirada que hipnotiza el objetivo, me hipnotizan a mí, y les prometo que les entregarán las fotos al día siguiente. Aquí no saco sus caritas, al igual que los nombres en este reportaje están todos cambiados, para preservar su intimidad. Las historias son reales, y es una realidad que cala hasta lo profundo. Tantos años yendo a la Feria y nunca me había planteado todo este mundo que había detrás, al otro lado de la valla y las atracciones.

A la vuelta vamos a unas caravanas que están asentadas en un descampado y nos recibe una mujer de unos 50 años que viene cada año con toda su familia: hijos, hermanos, sobrinos nietos…  Una niña de un añito duerme tranquila pese al ruido en el porche de su casa móvil, otra niña se asoma y nos sonríe desde el interior. Dejamos algunas latas de leche en polvo y algunos productos de necesidad básica. No piden mucho más. Por el camino voy charlando con Macarena, de Ceain, que lleva seis años viniendo. “Existe el riesgo de abordar esta situación desde el asistencialismo y el desconocimiento de su realidad y de su cultura, olvidando la escasa incidencia que podemos tener en el corto espacio de tiempo que dura la feria. Cuando llevas tantos años trabajando con estas familias comprendes que debes de evitar hacer juicios paternalistas, sobre todo porque el verdadero trasfondo es la desigualdad social y los mundos paralelos que se viven en la feria. Nuestra misión es informar de los recursos disponibles, acompañar y organizar actividades educativas para los niños"

Y eso hicimos, acompañamos a los niños de la feria aquel día y luego los veremos marchar. Y con ellos veremos marchar a la Feria también, pero esta vez, desde el otro lado. Ceain es una ONG que lleva 25 años trabajando con las personas migrantes en situación de vulnerabilidad, facilitando su integración sociolaboral y comunitaria.

Si quieres colaborar con Ceain o hacerte voluntario puedes hacerlo a través de www.ceain.acoge.org o llamar al 956 349 585. 

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Yolanda Rosado

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