Las reducidas dimensiones del casco antiguo de Cádiz suponen inconvenientes pero también aportan ventajas. La densidad de población puede ser notable pero la de tesoros artísticos, también.
Esta primera semana de agosto, un crítico de arte de gran prestigio nacional daba forma a este prodigio en sus redes sociales, a sus seguidores de forma (relativamente) particular.
El paso de creadores y culturas por un lugar de tránsito durante siglos lega como herencia prodigios que ni los propios gaditanos, en muchos casos, conocen o disfrutan.
Este experto en cuestión celebraba poder ver en una sola mañana, en un paseo de apenas 500 metros, en poco más de una hora, un Goya, un Zurbarán, un Greco y un Murillo. Así, sin apresurar el paso, pagar un pavo ni soportar aglomeraciones. Ventajas de estar informado.
Para que esos datos -públicos desde hace varios siglos- estén al alcance de todos basta con revivir ese paseo del aristarco. Suficiente con algunas señas básicas, direcciones y horarios, no hace falta más. Un punto de curiosidad, quizás.

Desayuno con El Greco y sin diamantes
Si el visitante (o lugareño) inicia el recorrido alrededor de la plaza de la Libertad, Mercado Central, tras un apacible (o no tanto en estas fechas) desayuno merece la pena comenzar por la calle Hospital de Mujeres, apenas a 50 metros.
En ese enclave se encuentra La visión de San Francisco una magna obra de Domenicos Theotokopoulos, aka El Greco, que deja boquiabiertos a los que la ven durante sus frecuentes viajes a Madrid, Toledo y Milán para restauraciones, préstamos internacionales o muestras temáticas e itinerantes. En la capilla del Obispado de Cádiz, en esta calle, tiene su sede permanente. Puede visitarse gratuitamente de lunes a viernes, de 10 a 14 horas.
El maestro de la oscuridad, el luto y las figuras afiladas, considerado el más grande representante de la escuela veneciana en España de todos los tiempos, vivió afincado en Toledo durante la mayor parte de su vida pese a ser cretense de nacimiento. Su inmenso talento puede comprobarse con este cuadro, restaurado hace menos de diez años, de grandes dimensiones y estructura vertical. Así de fácil, cualquier día.

Murillo en casa de La Pepa
Bartolomé Esteban Murillo tiene sitio en la memoria colectiva y popular de Cádiz gracias al carnaval y a la copla de Paco Alba que le rindió tributo. Su trágico final -un accidente laboral, en plena faena, en la gaditana capilla de Capuchinos- aporta épica a una obra religiosa magna que no necesita de tales adornos. El paseo desde Hospital de Mujeres puede continuar, por la calle Sagasta, para girar apenas a 50 metros por la calle Santa Inés ("sitio de muy poco tránsito", según el tango).
En el altar del oratorio de San Felipe Neri brilla con asombrosa luz La Inmaculada. Entre 2005 y 2012, la obra fue restaurada en Valladolid (Fundación Las edades del hombre) y pasa con regularidad por varias exposiciones itinerantes o extraordinarias de temática religiosa, consagradas a la advocación que le da nombre o dedicadas al autor sevillano-gaditano. Se considera que esta obra de trazos suaves y tonos claros, fue realizada entre 1665 y 1670, en la etapa de madurez creativa del pintor.
Ya de paso, el visitante puede admirar el histórico templo, con su particular bóveda ovalada y su coro superior, mientras recuerda el origen de la España democrática (adáptese el término a la época). En el suelo que pisa se lanzó al aire la primera carta magna española, la tercera en Europa, un 19 de marzo de 1812, día de San José y, por tanto, de La Pepa. Aunque su vida práctica fue breve, es un texto esencial que conllevó mucho progreso irreversible, como los procesos de independencia de casi toda la América hispanohablante.

Goya en la Santa Cueva
Aunque hay que hacer un pequeño desvío (en el centro de Cádiz no los despachan grandes), merece la pena recorrer otros 200 metros y coger un par de esquinas (Sagasta hasta San Pedro) para llegar a la calle Rosario. Una de las más bellas y hosteleras de la ciudad, en cuesta, esconde el célebre tesoro de la Santa Cueva, el templo oculto descubierto por casualidad durante unas obras cuando un mulo más cargado de la cuenta rompió el suelo con su peso.
Apareció entonces la capilla subterránea en la que se habían refugiado genios de la música (Haendel compuso aquí sus Siete palabras) o de la pintura. Entre los últimos, Francisco de Goya y Lucientes, el aragonés iracundo, fecundo y como una tapia que le disputa el pincel de oro cada año a Velázquez o Picasso.
En la capilla alta (tiene varios niveles) aparecen tres fantásticas pinturas de Goya, bajo la cornisa que recorre toda la capilla y entre los intercolumnios. Tienen forma semicircular y representan El milagro de los panes y los peces, La pradera de San Isidro y, la más celebrada, La última cena. Todavía queda otra obra, independiente, del mismo genio, El Convite del padre de familias.
Curioso que las obras sean de temática religiosa porque era la menos frecuente en el aragonés. Su relación con la iglesia, como con los dirigentes políticos y sus colegas, fue convulsa. De hecho, realizó estas obras cuando estuvo semioculto en Cádiz, durante varios meses, para aislarse de una de las muchas polémicas públicas en las que participó.
Zurbarán duerme en la sede de los prodigios
El Museo Provincial de Cádiz -nacido del colindante convento de San Francisco a partir de 1835 con varias sedes y fusiones hasta su configuración actual- ofrece decenas de atractivos para la visita (como los sarcófagos antropoides fenicios hallados en 1887) pero si de maestros de la pintura española se trata, uno de los mayores podría ser la serie de Francisco de Zurbarán procedente de la Cartuja de Jerez.
El milagro de la Porciúncula (datado alrededor de 1630 por los expertos) puede ser una de las obras más asombrosas, de obvio contenido religioso, aunque cuesta elegir. Se trata de un imponente lienzo de dos metros y medio de altura (por metro y medio), en el que San Francisco de Asís tiene una visión con Jesús de Nazaret y la Virgen María como protagonistas.
El Museo Provincial de Cádiz está sumido este mes de agosto en obras de mejora parciales -reparación de cubiertas- que se suman a los trabajos en la zona de pintura desde hace años por lo que este tesoro permanece latente, como otros, a la espera de mejor ocasión. Mientras vuelve a ser visitable, buena parte del recinto puede disfrutarse de martes a sábado de 9 a 21 horas. Los domingos y festivos de 9 a 15 horas. Los lunes cierra. La entrada es gratuita para todos los residentes en España y el resto de la Unión Europea. Los ciudadanos con otro origen deben abonar 1,50 euros.


