Las condiciones de vida de una gran parte de la población, con intolerables carencias de todo tipo nos ayudan a comprender la falta de valores y la deshumanización de la economía, sustentada en egoísmos intolerables.

El hombre es un ser extraño, muy extraño. Y complejo también, muy complejo. Cuando camina, sonríe, saluda o actúa, siempre tiene una intención y siempre mantiene una esperanza. A pesar de todo, mantiene una esperanza. Y, consciente o inconscientemente, se mueve desde los rudimentos de la cultura a la que pertenece y desde el código moral que lo impregna. 

Pero el hombre, además, es una búsqueda. Ya lo dijeron algunos eruditos. Y desde Píndaro hasta Fitche, pasando por Rousseau, entre otros muchos, el hombre era originariamente nada, un ser perfectible, que debía hacerse a sí mismo, al contrario de los animales que nacían siendo ya ellos.

Y el ser humano, que se humaniza en su búsqueda, en la relación con los otros y en su abrazo con la naturaleza, fundamenta su proceder en unas reglas, en unas normas, en unos códigos concretos, aunque en demasiadas ocasiones nos cueste tanto descubrir y comprender cuales sean.

La moral, que es de lo que hablamos,  y la psicología (como le oí a Recalcati explicando a Freud), son sociales. Tienen su ámbito natural en la interacción entre la especie. Por eso, cuando hablamos de reglas éticas, cuando hablamos de vida moral, cuando hablamos de talante y de virtudes (prudencia, justicia, fortaleza, templanza, etcétera), o cuando hablamos del mal o de la felicidad, nos estamos refiriendo a todo ello en relación con la sociedad y en la interacción entre sus miembros. Fundamento y causa de su existencia.

Y el hombre creó el lenguaje. Multiplicó, con él, por infinito su crecimiento como especie, y elevó a la máxima expresión su potencial colectivo. Modernizar la comunicación entre los hombres, con el nacimiento del lenguaje humano, convirtió a la humanidad en el dios de la naturaleza, y quién sabe, si también, en su rejón de muerte. Y qué lejos estaba el hombre primitivo, con su recién estrenado invento, de darse cuenta que con el tiempo terminaría volviéndose contra él, o contra una gran parte de ellos, al menos, al ser utilizado como instrumento de dominación de unos sobre otros. Pero, en principio, el lenguaje, como la gran mayoría de la invención humana, nació para mejorar las condiciones de vida de la especie, a través, fundamentalmente, de la cooperación.

Pero el asunto se complica, aún más, cuando nos acercamos a entender las relaciones del hombre con la naturaleza y sus consecuencias en el orden moral. En sus relaciones con la naturaleza y con la técnica y su uso, para ser más precisos. El punto de partida podríamos situarlo en el concepto de utilidad. Y en este sentido, conviene recordar a Snow, cuando hablaba de las dos culturas -la científica y la humanista-, pues parece que la técnica –modo esencial de relación del hombre con la naturaleza- quedaba a la sombra de las reflexiones filosóficas y, por ende, de las inquietudes morales. Pero cuando hablamos de utilidad debemos plantearnos: ¿utilidad para quién? Originalmente, y en el discurso moral, utilidad para construir un mundo más asequible al ser humano. Sin embargo, la experiencia histórica nos ha demostrado, como sucedió con el lenguaje, la rapidez con la que se abandona esta noble aspiración. El desarrollo de la técnica y del capitalismo (sistema bajo el cual más avances ha realizado la humanidad) y el reparto de la riqueza, explican por sí solos la carencias de la moral colectiva, cuya verdadera naturaleza se esconde bajo explicaciones tecnologicistas y un discurso técnico y oscuro (con palabras sofisticadas y vacías) que pretenden justificar, no ya el desigual reparto de la riqueza, que también, sino incluso las lacerantes condiciones de vida de una gran parte de la población (mundial y nacional).

Igualmente, en dirección similar, y como señala Michel Onfray, en su Manual de Antifilosofía, cuando se preguntaba si es el que cobra el salario mínimo el esclavo moderno, “…capitalismo, que en su versión liberal (aunque yo diría ultraliberal), se caracteriza por un uso de la técnica exclusivamente ajustada al dinero, al beneficio y la rentabilidad”.

"Las condiciones de vida de una gran parte de la población, con intolerables carencias de todo tipo nos ayudan a comprender la falta de valores y la deshumanización de la economía, sustentada en egoísmos intolerables"

Y en este sentido podemos traer a colación las palabras de Carlos París, en su Ética Radical, cuando afirmaba, y nosotros con él, que “vivimos bajo el imperio de una economía en cuyo funcionamiento la droga, los armamentos y la prostitución constituyen las fuentes más importantes de negocios”. Y ahonda aún más, cuando según las estadísticas a las que tuvo acceso, afirmaba “que el gasto militar… multiplica por ciento noventa al dedicado a la lucha contra el hambre”. Queda claro, y si admitimos como ciertos estos datos, cosa que hacemos más por intuiciones y experiencias personales que por contraste objetivo, que la moral imperante, en relación con la utilidad y la productividad, está al servicio de las minorías en el poder, apoyados en un uso oscuro y tecnificado de los nuevos lenguajes.

En definitiva, las condiciones de vida de una gran parte de la población, con intolerables carencias de todo tipo, sin importar edad, género o nacionalidad, nos ayudan a comprender, sin temor a equivocarnos, la falta de valores y la deshumanización de la economía, sustentada en egoísmos intolerables, en las que las avaricias -cuasi delictivas- se sitúan por delante de las necesidades básicas de las personas. Y por no parecer un rojo peligroso y extremista, échenle un ojo a un par de encíclicas, la Rerum Novarum, de León XIII, y la Quadragesimo Anno, de Pío XI. Hablábamos de la moral colectiva o de su ausencia, juzguen ustedes.

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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