Josefa Parra, en sus palabras introductorias, nos habló de Antonio Lucas (Madrid, 1975), periodista y poeta. Escribe en el diario El Mundo artículos culturales y columnas de opinión. Ha publicado los libros de poesía Los desengaños (Premio Loewe 2014), Los mundos contrarios (XXX Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla, Visor, 2009), Las máscaras (DVD Ediciones, 2004), Lucernario (Premio El Ojo Crítico 2000) y Antes del mundo (Accésit del Premio Adonáis de Poesía 1995). Sus poemas forman parte de importantes antologías, es uno de los mejores poetas jóvenes, según José Manuel Caballero Bonald y además ha escrito varios ensayos sobre arte.

Vidas de santos (Círculo de Tiza, 2015) consta de cincuenta retratos de personas de carne y hueso, creadores, artistas, escritores, intelectuales… Se trata de semblanzas escritas con el estilo de un poeta apasionado. Así los describe el autor en la primera página: “A estas criaturas, hombres, mujeres y algún casi niño, los entiendo y asumo como santos. Gentes llagadas, sufrientes, vitales y extravagantes. Vivieron (algunos lo hacen) al límite de las convenciones. Deflagran las costumbres respetables. Son santos también por su alto desorden. Son santos por la extremaunción de su valentía. Santos por su milagro del revés. Personalidades dañadas. Huellas luminosas. En ellos cabe una leyenda. Y a casi todos les debemos una fascinación".

Están agrupadas estas biografías en tres partes. En Promesas quebradas figuran los que murieron pronto o abandonaron prematuramente su actividad artística, como Nick Drake o Rimbaud. Las mujeres rebeldes, como Simone Weil o Carson McCullers, las que lucharon contra el machismo estructural, forman el capítulo Heterodoxas. Y en Vidas revueltas escribe sobre esos seres fronterizos, mentes lúcidas, que piensan al margen del rebaño o que poseen una personalidad desbordante, de otro mundo, como Antonio Escohotado o Manuel Agujetas, el último primitivo: “Cuando lo miras de frente, este hombre tiene la hechura de un último bucardo, algo así como la esquirla ya única de cierta especie muy remota. Parece que a su paso saltaran de la roca los bisontes de Altamira dispuestos a seguirlo como a un Hamelín magdaleniense. Manuel de los Santos Pastor es un hombre de caverna capaz de levantar a pulso los cantes de rasgo más duro, agresivos, casi incivilizados, pero dotados a la vez de la mayor solera”.

Antonio Lucas nos concedió unos minutos para dialogar sobre su obra:

¿Qué es un heterodoxo?

Probablemente alguien que está muy fuera de los márgenes y de los cauces de lo habitual, es decir, aquellos que revientan por todas las costuras el protocolo y la normativa de la vida que consideramos normal, esa vida de carácter más o menos burgués que desde el siglo XIX es la que dictamina las normas y los rieles por los que debe ir la sociedad. Son aquellos que no las aceptan –unos porque no quieren y otros porque no saben– y convierten su vida en una condición explosiva, una aventura, una expedición muy explosiva, unas veces con la conciencia de hacerlo y otras por pura inercia de sus demonios, de sus fantasmas y sus deseos quebrados.

He leído que utiliza  la expresión “ángeles jodidos” para referirse a ellos…

Sí, por eso los considero santos. Les aplico esa condición ecuménica que en un momento dado pueden tener esos seres maravillosos, aunque su vida sea de lo más ajena a cualquier liturgia (y más si es católica). Son seres llagados, averiados. Tienen los estigmas en su propia condición y en su biografía. Y eso les convierte en santos porque son seres milagrosos, gente que con toda la adversidad posible del mundo, braceando en dirección contraria, terminan levantando obras o actitudes –porque algunos no tendrán obra pero sí una actitud de resistencia y dignidad– que se convierten en referencias esenciales de la cultura del siglo XIX y XX.Los cincuenta retratos aparecieron en el diario El Mundo, ¿cómo los ha ordenado? No es un orden cronológico…

Cronológico no es. Son cincuenta y es una parte pequeña de mi trabajo en el periódico. Yo no lo veía claro cuando me lo ofreció la editorial. Fue mi compañera la que un día en casa me dijo “si te das cuenta y los leemos de principio a fin, no en orden cronológico, sino cincuenta que has elegido, tienen casi lo condición de una novela coral”. Hay una especie de vaso comunicante entre unos y otros que convierte aquello en una familia, una gran tribu rarísima, quebrada, muy rota, pero, al fin y al cabo, tribu. Hay una atmósfera general en ellos, la del fracaso, la incomprensión y el extravío… Así es como se hizo el libro. Yo participé muy poco. Sólo llevé el material y entre mi compañera y las editoras realizaron la secuencia que se puede ver aquí, un travelling de muchos vértigos.

Algunos de los personajes que describe murieron muy jóvenes, ¿es un requisito para pertenecer a esa nómina?

Los hay que murieron casi niños, como el caso de Félix Francisco Casanova o de Arriaga. No era una condición sine qua non para entrar en la nómina pero inevitablemente cualquier vida quebrada tiene siempre un punto de leyenda. Cuando alguien a los veintitantos años muere, bien porque se suicida o porque es un malogrado y hay un traspiés en la vida que te lleva por delante, eso siempre incrementa el mito, la leyenda, esa cosa icónica que tiene la muerte joven. No hay nada más desamparado que ver a alguien con ganas de vivir o con ansias de hacer algo en la vida… y que de repente cruja todo. Ese era el propósito de la parte que se llama “Promesas quebradas”, reunir a gente que hubiese muerto antes de los veintisiete, un número que ha sido un rehén del rock. Todas las grandes estrellas fueron palmando a los veintisiete. Incluso me propuse buscar personas que hubiesen muerto antes. Y hay una retahíla de gente extraordinaria que si no murieron, sí abandonaron su obra antes de los veintisiete. Como el caso de Arthur Rimbaud: a los veinte deja de escribir aunque sigue viviendo. Es sorprendente. Te lleva a pensar qué habría pasado, pregunta elemental, si esta gente hubiese querido o podido seguir. Porque algunos apuntaron maneras extraordinarias. Otros a esa edad ya cuajaron una obra formal y fuerte. Pero nos preguntamos qué habría pasado con los que apuntaban y nos sabemos hasta dónde llegarían…

Otro de los rasgos es la locura fronteriza, tener un pie en la cordura y otro en la locura…

Aparece en bastantes y a veces es una condición inevitable cuando alguien se entrega a la intemperie. Las conexiones neuronales de una persona que de repente se siente abandonada, sola, incomprendida, alteran mucho los rigores de la mente. Y en cierto momento hay muchos que ya están con un pie en cada uno de los márgenes, entre la lógica y la locura, la razón y la sinrazón. Y sucede porque el daño es así. Esto al fin y al cabo es una alforja de daños. Y el daño no se asume ni metaboliza con una condición natural, como uno celebra o padece otras cosas de la vida. El daño quiebra por dentro y hace mover todas las estructuras que uno tiene. Muchos de ellos están al borde de la enfermedad mental o puramente de la combustión de los nervios.

¿La verdadera creatividad nace en esos terrenos? ¿Lo demás es una mera pantomima?

La verdadera creatividad siempre tiene un punto de patología. Hay grandes autores que a lo mejor han llevado una vida muy formal. Pero cuando uno hurga entre líneas en su escritura, en su cine o en su obra plástica, te das cuenta de que ahí hay algo, sucede algo que va más allá de la formalidad de hombre corriente. Algo pasa dentro: Algo está encajando mal o muy bien como para no asimilar el mundo de la manera en que lo asimila quien no se pregunta demasiado. La pregunta y la curiosidad que estos seres sienten a veces sobre el mundo o sobre sí mismos es lo que manifiesta una cierta extravagancia.

Y tiene que coincidir con el contexto, porque ahora es muy difícil ser una figura de ese tipo: no encaja muy bien…

Nunca han encajado bien, aunque ahora es más difícil que se den. Ahora uno tiene demasiadas hipotecas, de todo tipo, físicas y financieras. Pero alguno queda. Carlos Oroza, un poeta gallego excelente que murió hace unos meses, sí vivió hasta las últimas consecuencias una bohemia extraordinaria, como el último bucardo. Sánchez Ferlosio sigue en pie con plena lucidez, uno de los grandes heterodoxos y extravagantes que tenemos de la inteligencia, de la valentía, de no sumarse a ninguna corriente, sino ser el jefe de expedición de su propia aventura. Alguno queda, pero cuesta muchísimo más que antes. Ahora está penalizada la extravagancia.

Acabamos de presenciar el asunto de los titiriteros: ¿Qué le parece?

Ha sido un delirio, una estupidez y un atropello. Ha sido una estupidez por parte del Ayuntamiento de Madrid no saber a quién contrataban para realizar una obra que iba para niños. Ni era el contexto, ni el tono de la obra era aceptable para críos. Y luego ha habido un atropello insidioso por parte de la autoridad y la administración, que es aplicar la ley antiterrorista a dos chavales que lo único que estaban haciendo era una manifestación artística, más o menos afortunada, pero que no tenía ningún sentido de apología. Forma parte del histerismo ciego que estamos viviendo ahora mismo en España, esa incertidumbre que no sabemos asimilar y que lleva a algunos a malinterpretar y malentender los cauces de la libertad de expresión.En el libro también aparecen ejemplos de mujeres, siempre luchando…

Claro, son importantes. Disfruté mucho escribiendo esa parte, las “Heterodoxas”. La historia del siglo XX está escrita con el escroto. El canon es muy testicular. Te das cuenta de que durante mucho tiempo, muchas décadas, se le aplicó a la mujer que sobresalía la condición denigrante de musa. La musa debía estar siempre al resguardo, al amparo, de un hombre. Y estas mujeres del libro son una muestra de valentía, de osadía, de capacidad de aventura. Porque todas ellas afrontan condiciones que las convierten en heroínas, en un mundo cultural testicular y áspero donde es difícil reivindicar los derechos y la autonomía. Mantuvieron con los ovarios su sitio y a veces les costó a muchas la vida, la salud y demasiados infiernos. Pero ahí están. Y son principales para entender realmente con cierta vocación de pluralidad lo que fue el siglo XIX y XX en la cultura.

Respecto a la forma, estos retratos pretenden mantener un tono poético similar al estilo de las vidas reflejadas…

Cuando me propusieron esta serie en la redacción, lo que se me ocurrió fue intentar hacer una especie de crónica bastarda, fundir un ensayito bonsái con una pequeña biografía, reportaje, crónica o semblanza. Es decir, mezclar todos esos géneros periodísticos extraordinarios para ver si salía algo que fuese potable. Y en algunos creo que se acercó más o menos a lo que yo quería. Es cierto que su biografía, lo que he leído de ellos, marca mucho la temperatura del texto.

Tiene que dar miedo acercarse a estas grandes figuras, tan potentes, intentar describirlas y quedarse a medio camino.

Era un gran reto. Claro, tú no puedes tratar a este personaje como si estuvieses escribiendo sobre Delibes, formalísimo, con todos los respetos. Cada uno te exige, te impone, el reto de su propia voz y de su propio incendio. Son gente que arde en todas las direcciones y tú tienes que estar dispuesto a quemarte con ellos. La escritura era eso. Después de todo lo que has leído: estructura la cabeza, separa lo que no tiene interés y que sea su propia vida la que te impulse a escribir. Como algunos los conocía ya muy bien, era más fácil. A otros no los conocía, como Keith Douglas, que fue un militar de la Primera Guerra Mundial. A éste me lo “presentó” Javier Marías. A Blanca Luz Brum, una mujer fascinante chilena, me la “presentó” Juan Bonilla. Amigos y gente cercana, cuando comenzaron a leer la serie, me iban dando claves. Y ésos eran los más difíciles de escribir, porque eran los que tenías que descubrir. Y aceptar el asombro que ellos te imponen… He escrito todo este libro con el asombro.

Ahí se nota su actividad de poeta…

Inevitablemente aparece esa calentura que hay en mis poemas, aunque no hago periodismo poético ni poesía periodística. Algunos vasos  comunicantes sí que conectan un ámbito con otro. Hay ciertas palpitaciones más poéticas, ciertas licencias… Ellos lo aceptan bien porque son seres tremendamente poéticos.

Por último, ¿es difícil escribir columnas culturales hoy?

No es difícil. Lo que no sé es si estamos en el momento más favorable para la columna cultural. Las que hago son principalmente políticas. Lo intento hacer más complicado y echarme más enemigos… Lo que sí es verdad es que hay un pulso literario en esas columnas.  No hago una columna de análisis, de politólogo, sino que miro la realidad  desde una óptica literaria, porque la literatura ayuda a descifrarla. El estilo, como decía Frank Sinatra: “Yo no vendo voz, vendo estilo”.

Sobre el autor:

juan carlos gonzalez

Juan Carlos González

Filósofo

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