Teatro Villamarta, Jerez de la Frontera, 11 de febrero de 2017. Concierto de la Orquesta de Extremadura. Director musical: Álvaro Albiach; Violoncello solista: Pablo Ferrández. Brahms: “Obertura Trágica” op. 81. Schumann: Concierto para violonchelo. Zemlinsky: Sinfonía nº 2.

El variado programa del concierto ofrecido por la Orquesta de Extremadura bajo la dirección de Álvaro Albiach es ecléctico desde el punto de vista estilístico, pero tiene como hilo conductor el que todas las composiciones surgen de la órbita germana y, por tanto, proporcionan al oyente un amplio muestrario de la evolución y posibilidades de este singular y poliédrico universo musical.

La Obertura Trágica (Tragische Ouvertüre) de Johannes Brahms (1833-1897) es una pieza instrumental compuesta durante el verano de 1880, pero no estrenada hasta el 26 de diciembre de ese mismo año en Viena. Las tres secciones principales, todas en clave de Re menor (Allegro ma non troppo, Molto più moderato, Tempo primo tranquillo) fueron abordadas por Álvaro Albiach haciendo énfasis en el carácter atormentado y dramático de la pieza, como el propio adjetivo de la obra exige. La Orquesta de Extremadura ofreció una óptima interpretación bajo su cuidadosa dirección, con un esmerado juego dinámico y un sonido brillante. No obstante, a pesar del título de Trágico no se trata de una música programática propiamente dicha, sino que Brahms, no especialmente atraído por una narración concreta, centra sus esfuerzos en mostrar impresiones emocionales que terminaran transportándose al oyente, en una comunicación anímica muy interiorizada para la que la creación musical está especialmente dotada. Es algo que no debe extrañar si se tiene presente que uno de los posibles modelos formales y conceptuales de esta pieza es la Obertura Coriolano (1807) de Ludwig van Beethoven, que ya se planteó propósitos similares. Por otra parte, es fascinante comprobar el contraste de la Obertura Trágica con la chispeante, alegre y extrovertida Obertura para un Festival Académico escrita el mismo año. Según el compositor, la diferencia efectiva entre las dos oberturas estaba en "una que llora y otra que ríe".

El concierto para violonchelo de Robert Schumann (1810-1856) es una aportación importante en la historia de la música debido a que desde que Joseph Haydn compusiera en 1783 su segundo concierto para violonchelo, ningún otro compositor había escrito para este extraordinario instrumento. Schumann ya tuvo algunas ideas al respecto desde 1849, pero el proyecto cristalizó el 23 de marzo de 1851 en la primera audición privada de la obra, con Christian Reimers al violonchelo y con una reducción para piano del acompañamiento orquestal. La pieza fue inicialmente titulada como Konzertstück (pieza de concierto) y tuvo gran impacto al aportar  innovaciones que la diferenciaban del tradicional concierto clásico. En mayo de 1851 estaba previsto su estreno en Düsseldorf, pero Schumann y el solista Robert Emil Bockmühl tuvieron desencuentros por las propuestas de modificaciones en la obra del instrumentista que el compositor, naturalmente, no aceptó. Esto jugó en contra de la creación, que no fue publicada hasta 1854 por Breitkopf & Härtel. Las desventuras no terminaron aquí ya que el concierto no se interpretó en público hasta el 23 de abril de 1860, en Oldenburg, cuatro años después de la muerte de Schumann. No obstante, el estreno oficial tuvo lugar en el Konservatorium de Leipzig el 9 de junio de 1860, en un concierto en homenaje a Robert Schumann en el 50 aniversario de su nacimiento.

El joven violonchelista madrileño Pablo Ferrández ofreció una interpretación esmerada, logrando un sonido redondo y estable, especialmente en los dos primeros movimientos, en los que las frases de amplio arco melódico son más frecuentes, lo que se adapta mejor a las notables cualidades del músico. Su labor pudo ser desarrollada óptimamente gracias a la atenta dirección de Álvaro Albiach, enfocada a facilitar su prestación. Por otro lado, como buena parte de la obra establece alternancias entre pasajes del solista y la orquesta no se plantearon dificultades de balance sonoro.

La calurosa respuesta del público propició que Pablo Ferrández ofreciera dos piezas fuera de programa. En la primera, El Cant dels Ocells, se apartó del mítico referente interpretativo de Pau Casals al elegir un tempo inusualmente lento. En la segunda, la Sarabande de la Suite nº 3 de Bach, se mostró concentrado y expresivo.

En la última parte del programa se ha tenido el gran acierto, a juicio del que escribe, de incluir la Sinfonía nº 2 de Alexander von Zemlinsky (1872-1942), compuesta entre 1892 y 1893. Es una suerte que se haya decidido interpretarla porque esta pieza, como el conjunto de la producción de Zemlinsky, ha sido muy poco interpretada, especialmente por estas latitudes, y condenada a un largo e injusto olvido. Afortunadamente, desde hace pocas décadas se está concediendo la atención merecida a este autor, que es crucial para comprender el tránsito de las últimas etapas del Romanticismo (en su fase ya anacrónica) con las vanguardias del siglo XX. En definitiva es el puente de paso de Gustav Mahler y Richard Strauss a la Segunda Escuela de Viena.

En la segunda sinfonía escuchada en el concierto del Teatro Villamarta se pudo apreciar que no es una composición estrictamente dodecafónica, aunque oyendo con atención se pueda advertir una tendencia atonal que anticipan a Schönberg y Berg (no en vano Zemlinsky fue maestro del primero de ellos, además de su cuñado por el matrimonio con su hermana Mathilde). Pero, al mismo tiempo, también puede comprobarse que está presente la tonalidad tradicional heredada del romanticismo de Johannes Brahms y el cromatismo de Richard Wagner, esa misma tendencia que contiene la obra de otro de sus ilustres discípulos, Erich Wolfgang Korngold. La dirección de Álvaro Albiach logró poner en evidencia la intensidad expresiva de la composición, haciendo perceptible el genuino expresionista que es característico en Zemlinsky y logrando una gran interpretación global. Asimismo, orquesta y director demostraron gran flexibilidad al resolver correctamente el cambio de estilo con respecto al programa de la primera parte. En definitiva, un interesante concierto en el que se pudo escuchar una muestra de la producción musical alemana de la segunda mitad del siglo XIX, con unas obras reflexivas que constituyen para el oyente un auténtico viaje interior.

Sobre el autor:

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Joaquín Piñeiro Blanca

Profesor Titular de la Universidad de Cádiz. Departamento de Historia Moderna, Contemporánea, de América y del Arte.

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