Underground Waters: La vida secreta de Roger (y II)

19 de agosto de 2016 a las 15:00h
Roger Waters contra el muro.
Roger Waters contra el muro.

Aunque todavía hay quien se jacta de que vivimos en un eterno presente post-histórico, lo cierto es que la crisis mundial que comenzó a notarse en 2009 y que seguimos padeciendo siete años después es uno de los hitos decisivos de la historia reciente de la humanidad. Cuando cayó el Muro fueron muchos los que proclamaron, en términos de Francis Fukuyama, “el fin de la historia”, la rendición de las ideologías a la lógica del liberalismo político y económico. A la larga, sostenían los nuevos profetas, desaparecerían las guerras, las persecuciones, las crisis, los funestos avatares del intervencionismo que han alimentado desde siempre los libros de historia.  

Decíamos ayer que Roger Waters regresó a su querido y odiado Muro cuando cayó el de Berlín, como fantaseábamos que habría jurado solemnemente. En aquella ocasión sólo ofreció un concierto, la mera idea de prolongarlo le parecía redundante. Una celebración gloriosa de la libertad que no tuvo mayor continuidad o proyección. Sin duda, cayó presa del neoliberalismo imperante sin saberlo.

En 2010 la cosa era bien distinta. El peso del capitalismo se había hecho notar de la peor de las maneras, el espectro político se empezaba a extremar, la depauperación parecía adueñarse de todo el orbe occidental.  El mundo volvía a trepidar y de algún modo Waters se había dado cuenta de que esto iba a ocurrir. Se dice que Roger llevaba varios años planeando su majestuosa gira de 2010. Desde cuándo es imposible de determinar, pero sin duda desde antes del estallido de las burbujas inmobiliarias (la idea tuvo que empezar a gestarse en su visita a Israel en 2006).  Quizá no supiera qué le condujo a poner en marcha toda la maquinaria de una gira que duraría varios años, pero algo había captado en el espíritu de los tiempos. La misma intuición que treinta años antes le habría llevado a ese precipitado juramento de que sólo en condición de avatar de la Historia volvería a exponer su obra maestra.  

Esta vez, como global era la catástrofe, tuvo que patearse el globo.  

Habían pasado 20 años justos desde que The Wall saliera a escena por última vez. De nuevo lo hacía por todo lo alto. Desde la avioneta que se estrellaba contra el escenario al principio hasta la lluvia final de pirotecnia y papel, el desmesurado presupuesto de The Wall Live (2010-2013) sólo se vio superado por los dividendos, oficialmente los mayores de la historia para un tour de un artista “en solitario”. El show no olvidaba las clásicas marionetas y la construcción y posterior demolición de un muro real en medio del escenario, pero las ramificaciones semánticas trascendían ya la crítica a la industria musical y la mortecina Inglaterra de posguerra en la que Waters se crió. El Muro era ya cualquier Muro. Su autor lo describía como “pensativo, vitalista, ecuménico, humano, amoroso, anti-guerra, anti-colonial, pro-acceso universal a la ley, pro-libertad, pro-colaboración, pro-diálogo, pro-paz, anti-autoritario, anti-fascista, anti-apartheid, anti-dogma, internacional en espíritu, musical y satírico”. Se proyectaban fotos sobre el Muro de víctimas de diversas guerras, se meneaba un coro local de niñas (siempre incluyendo alguna de color) en exaltación de la universalidad humana. En las entrevistas, el británico llamaba al boicot a Israel y a la soberanía de las Malvinas.

Al acabar la gira, que duró tres años, Waters declaró -acaso por tercera vez en su carrera- que no habría más conciertos de The Wall. En aplausos y lágrimas estalló la concurrencia. La pregunta era, más bien, qué le motivó a retomarlos. ¿Simplemente por el dinero y la gloria? ¿O no podía aguantar ver cómo el mundo a su alrededor se llenaba de Muros? Antes tenía una excusa histórica, la caída del bloque soviético... ¿Y ahora?

Se le pueden reprochar muchas cosas a Roger Waters (desde luego, no ser un mal letrista ni mal compositor). No va a inspirar la salvación del mundo. Descuiden, la pintada que lo cita en la célebre barrera de Gaza la grafiteó él (ver foto). Pero sin duda refleja a la perfección la paradójica condición humana, tanto en su obra como en su vida.

Ahora vivimos la sensación opuesta a esos felices noventa en los que el mundo se reunificó. Hoy nos parece que todo es cambio. No sabemos adónde vamos y el futuro se ha vuelto sumamente incierto. Para muchos fue consoladora, en los inicios de esta recesión, la imagen de un dinosaurio del rock que continuaba haciendo lo mismo de siempre. Construyendo su Muro cada mañana, derribándolo antes de acostarse. Como lo entendería Mircea Elíade, el eterno retorno del ritual ofreció solaz a la angustia del devenir. De ahí el tremendo éxito de su gira, sobrepasando a cualquier otro músico.

Los imperios nacen y mueren. Las crisis se suceden con terrorífica imprevisión. Pero, en el momento adecuado, Roger Waters aparecerá en el estadio de su ciudad, desgañitándose en las mismas melodías, erigiendo y demoliendo su pequeño Muro, símbolo de todos, arriba, abajo, abajo, arriba, una noche sí, la otra también.  

El nuevo Sísifo plasmó en su interminable quehacer las angustias de nuestra condición. Normal que los chistes se hagan sobre él donde antes se hacían sobre Nixon o Brezhnev:

"Los miembros actuales de Pink Floyd sufren un accidente de carretera y se encuentran a las puertas del cielo.  San Pedro se emociona al verles: "Pero si son Pink Floyd... ¡Qué ganas teníamos de que llegarais! El cielo es un lugar estupendo para los músicos. Incluso tenemos nuestra propia banda, con Elvis a la voz, Hendrix a la guitarra, Sinatra al piano y Roger Waters encargado de las letras".

Gilmour responde: "¿Pero Roger está aquí? ¿Cuándo murió?".

San Pedro se inclina y le susurra al oído: "En realidad sólo es Dios... Pero el pobre se cree que es Roger Waters".

 

 

 

Sobre el autor

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Óscar Carrera

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