Pisamos ya, por fin, la cuarta edición del Festival Primavera Trompetera. “La evolución de esto es brutal”, señalan Cintia Arriaza y Jaime Rodríguez, una pareja jerezana de 31 años. Llevan asistiendo al Trompetera desde que este comenzara su andadura en la discoteca La Galería en 2014. Ambos contemplan el arte y la magia que desprende la Mari de Chambao. Por el recinto algunos corren a escucharla. El público no está apelotonado. Es más, danzan como si tuvieran cuatro o seis losas en las que bailar. Chambao desprende serenidad y garra. Un grito visceral a la libertad, como momentos antes hizo Rozalén. El viento da un pequeño respiro y no aprieta.

Entre los espectadores también se encuentran Daniel del Río, madrileño de 39 años y su hijo Mateo, de siete meses. El pequeño ni se inmuta con el rugido de los altavoces. Su madre, Vanesa Aragón, de 34, cuenta que su bebé ha mamado la música desde su vientre. “Estando embarazada he recorrido varios festivales: Cabo de Plata, el Trompetera del año pasado y conciertos de Chambao, Muchachito, Tomasito y Miguel Campello”. Y por lo que dice el padre, el pequeño tiene especial devoción por este último. “El niño es chatarrero. Tiene un body de Miguel Campello”. Tiene sus ojos azules bien abiertos. No se asusta. Cuando tiene hambre Vanesa se sienta en el suelo y le da la teta. “Recuerdo que cuando él tenía dos meses, lo que más vi durante el concierto de Muchachito, fue a mujeres dando el pecho”.

Mientras la Mari de Chambao se despide: “¡Gracias familia, mucha salud y mucha alegría para vosotros!”, El Chojin canta su oda particular al sexo en el escenario Libertad: “Todos salimos del mismo sitio… Lo que quiero enseñarles ahora es mi sexo”. Silbidos entre el público. El ambiente se calienta. Alzan el puño, le señalan y mecen la mano al ritmo de Únete a mi bando. La cultura del hip hop está presente en Jerez. Una joven pareja aguarda en la primera fila del escenario Primavera con dos horas de antelación solo para escuchar a Nach. Incluso traen un libro suyo para intentar que se lo firmen. Marina Ramírez, de 18 años y Manuel Jesús Vázquez, de 21, están locos por ver de cerca al rapero. Pero antes, tuvieron que presenciar el show del pájaro loco. Loquillo arrasó como un divo, un dandi de la música de los que ya no quedan. Engalanado en una chaqueta de cuero negra y plateada, y gafas de aviador, la leyenda del rock español entra en escena interpretando sus míticos movimientos de cadera, sus mini saltos laterales y sus continuos espasmos. “¡Loco, loco!”, chilla el público. La gente lo vive. El Loco retiene la fuerza en su puño, esta le recorre el cuerpo y luego la desprende con una vuelta o una patada. El sol se esconde y la humedad llega. El frío penetra, hiela.

“Mi patria son sus caderas, sus labios rojos mi bandera”, canta, mientras sube un pie a un altavoz y marca entrepierna. “¡Vaya ídolo!”. Apenas hay pausas entre las canciones. Los artistas interpretan un repertorio escueto, tienen algo menos de una hora. Pero el Loco se permite el lujo de bajar del escenario y saludar a su público chocando manos. Este le recibe con gracia y algunos se derriten con su gesto. “¡Sois los primeros del año!”, expresa. “¡Artista!”, le gritan. Momentos antes de acabar, se enciende un pitillo. Posa. Le da pequeñas caladas y al rato lo tira. Artistas, público, agentes de seguridad y técnicos contribuyen a crear la atmósfera de humo característica de los festivales. Vicente Torres, alicantino de 56 años, asegura que el Loco hizo la mili con él en Cartagena. “Éramos los dos igualicos”. Viene al Trompetera para verlo expresamente a él. “Tiene una personalidad única, por eso lleva tantos años en esto. Su banda es buena, pero no son los Trogloditas”. Son más de las once de la noche. La gente cena en el parking o en el suelo del circuito. “Esto es como la feria pero con conciertos, es la pre-feria”, murmura una.

Las Gypsy Rock empiezan su repertorio con La Leyenda del Tiempo, de Camarón, luego Caramelo de Los Amaya… todo con el sonido de la banda del Ratón. En el centro de la pista se encuentra un jerezano de 40 años que lo está dando todo. Iván Llanza, director de comunicación de la bodega Osborne, confiesa que no conocía a las gitanas rockeras. “Esto es lo bueno de los festivales. Hay que venir con la mente abierta”. Ha ido a varios: Low Festival, Monkey Week y al International Festival de Benicassim. “Aquí en Jerez se hacía el Espárrago Rock, hace casi 20 años, y ahora ha surgido el Trompetera, algo que me parece genial para la ciudad”. Confiesa que iba a ver Asian Dub Foundation, pero que se encontró con Las Gypsy en el escenario Jerez es Música. El reggae y el dub de la banda británica conquista a una gran marea de espectadores. Quizá uno de los grupos más internacionales junto con al grupo cubano Orishas. La masa llega casi al puente de la zona vip y de prensa.

Algo parecido ocurre cuando llega Fuel Fandango. Un espectáculo que transmite alegría, energía y mucha positividad, según dos mujeres de la primera fila. Nita, con mallas plateadas con la cara de Frida Kahlo taconea en un pequeño tablao improvisado mientras Ale Acosta aporta la base electrónica para crear un mejunje de música brillante que levanta a toda la afición. “¡Espero que disfrutéis del concierto tanto como yo disfruto de vuestra tierra!”, saluda ella, al rato que se desgañita con quejíos. La unión de ambos artistas produce chispas. “De puta madre, es el mejor concierto”, suelta uno. La gente está apelotonada, apenas hay espacio para bailar, pero lo consiguen. Danzan, la imitan. “¡Viva Andalucía entera!”. La Pompa Jonda se escucha al fondo, en el escenario Libertad. Mucha distancia entre uno y otro, pero permite que las voces no se pisen. Luego, en la madrugada, llega la alegría de Muchachito, Gordo Master y Tomasito, entre otros. Queda mucho festival, mucho que contar.

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Claudia González Romero

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