Klaus Schulze y otros músicos de Tangerine en compañía de su sintetizador.
Klaus Schulze y otros músicos de Tangerine en compañía de su sintetizador.

Saben ustedes que Syd Barrett murió un 7 de Julio del 2006 a causa de una descuidada diabetes, apagándole a la edad de 60 años. Tras su muerte, y como resulta ser una tradición en estos casos, las muestras de afecto y condolencias se multiplicaron simultáneamente desde varios rincones del planeta. Su propia banda, aquella de la que fue miembro fundador, se encargó de celebrar algún que otro homenaje. No se escatimó en gastos. Flaming o Arnold Layne volvieron a sonar ante un público conmovido y agasajado por tal regalo. Sobrecogedores fueron los solos de guitarra de Gilmour, cuando hizo tronar su Fender sobre el alma del que siempre fue su amigo.

Un par de conciertos, más de un "after" y parece, que al menos desde Pink Floyd, la herida cicatrizó. Pero no debemos olvidar cómo desde la banda, Syd siempre fue una constante. Explícitamente, un álbum y un puñado de canciones fueron expresamente dirigidas para el ex miembro. ¿Y para qué hablar de ese Bob Geldof en el papel de "Pink"? Waters en lo bueno y Barrett en lo malo...

Un rédito a largo plazo, una especie de telón de fondo donde la banda parecía tener un aliento compositivo. Una fuente de inspiración perpetua que se definió tanto y, quizá tan pronto, para terminar por deformar la realidad de la trayectoria de la vida de nuestro protagonista.

Los chicos de Pink Floyd haciendo honor a su nombre.

Las diferencias entre la primera etapa de la banda progresiva y el resto son tan evidentes que nos hacen pensar en un absoluto cambio de modelo en lugar de una simple evolución sonora, tan frecuente en otros muchos conjuntos. Entre el The piper at the gates y el The dark side of the moon no existe una continuidad natural, más bien podríamos hablar de dos bandas diferentes. Del ritmo eléctrico, rítmico y juguetón, llegamos al espacio onírico, en apenas de cuatro discos. Un logro al alcance de muy pocos. Entendiendo como condición sine qua non la extraña e idiosincrásica historia sobre aquellos que terminaron por componer el "Brain damage".

Como no podía ser de otra forma. Pink Floyd adquirió fama internacional como estandarte del rock espacial, llegando a superar la barrera de los 300 millones de discos vendidos. El sonido quedó así definido para la posteridad. Waters y Gilmour terminaron por consolidar su genuina posición en el Olimpo de los maestros de la música popular.

Tanto reconocimiento y superventas hizo olvidar a Syd. Si bien es cierto que cualquier entusiasta del conjunto podía acercarse a la figura del miembro iniciático, su memoria quedó condenada prácticamente a la sombra de sus excompañeros. Tanto que, después del 1972, cualquier experiencia Barrett de la que disponemos tiene tal reminiscencia space que nos confunde sobre su propia esencia original. De hecho una banda como los Tangerine Dream, pioneros en el Kraut y los secuenciadores, se atrevieron en 2007 a dedicarle una disco por completo a la memoria de su admirado compañero. Pero, si los Floyd ya pusieron el listón bien alto con el Wish you were here, ¿cómo iban a ser menos los alemanes? Dicho y hecho, en una sentada ya tenían su disco (hasta el 2016 la banda ha referenciado más de 100 grabaciones) El homenaje estaba servido. Y para más emoción, Tangerine incluyó un vocalista, Chris Haus, algo que no es nuevo para los germanos, aunque sí poco usual. Todo estaba listo. ¿El nombre? Madcap's Flaming Duty, en homenaje al The Madcap Laughs de Syd. ¿El sonido? Mejor escúchelo usted mismo.

Una obra en la línea de los anteriores trabajos de Tangerine. Aunque ellos mismos, en diversas entrevistas, reconocieron haberse esforzado por conseguir un sonido intacto y puro. Sintiéndose cerca del artista en cada uno de los doce temas que componen el disco. Los instrumentos típicos del folclore irlandés y la música celta, como el bouzouki, el bodhrán o la gaita fueron incluidos en la grabación, junto a la guitarra acústica, la guitarra dobro o la armónica. Todo muy natural y minimalista...

Sin atrevernos a entrar en valoraciones respecto a la calidad de la obra, el aspecto final de la misma dista mucho de lo que en un día Barret pudo concebir como su creación. Un espectáculo musical. Un mapa arquitectónico del sonido. Un aluvión de sensaciones envolventes... En fin, ya sabe, todo aquello que no refleja en absoluto el espíritu quinceañero, cómico y tontorrón del primer Syd. Y es que todos parecen buscar en él la confirmación de su ambición cultural, de su carrera, de su inspiración. Y si nos lo permite, del triunfo de la capitalización del rock que, en ciertas ocasiones, deja tiempo para los amiguetes. Sobre todo si hay un R.I.P. de por medio.

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Carlos Domínguez Rico

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