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El pasado viernes 10 de marzo se publicaba oficialmente el último álbum de Joaquín Sabina, 'Lo niego todo'. El disco es un éxito rotundo.

El pasado viernes 10 de marzo se publicaba oficialmente el último álbum de Joaquín Sabina, Lo niego todo. El disco es un éxito rotundo. Siempre hay hambre de Sabina y, tras ocho años de giras interminables y trabajos con Serrat, con este trabajo mucho más. A estas alturas ya sabemos todos que los discos más exitosos y celebrados de Joaquín Sabina son Juez y parte (1985), Física y Química (1992) y 19 días y 500 noches (1999). El primero consolidaba al fotógrafo urbano con un pie en Lou Reed y otro en Bob Dylan. El segundo encumbraba al trovador y ampliaba su abanico; ahora, además de cronista y punzante versador, atesoraba baladas arrebatadoras y exploraba en el cancionero latinoamericano. Y, en el tercero, barrería al resto de su generación y cosecharía números unos a tutiplén.

Cuando redacto estas breves líneas el disco ya es un nuevo incontestable éxito comercial. Cada entrega sabiniana lo es. La gira será interminable y agotará todos los tickets. Sus acólitos pagarán encantados el galáctico caché de su héroe. El viejo bardo ubetense lleva dos décadas con estatus de mito y eso, señoras y señores, se paga en tiempos de esclavitud y de cadenas. Es inevitable preguntarse qué lugar ocupará este trabajo en su discografía y establecer paralelismos. Extrapolándolo al inevitable símil dylaniano, más que con Time out of mind estamos ante su particular Love and Theft. Existe cierta comicidad en tratar de relatar los últimos hitos de este mujeriego impenitente, dechado de dudosa reputación presumiendo de viejo verde. En eso también imita a los últimos Cohen y Dylan. Como ellos, sus más recientes canciones transitan no sólo por el amor y la muerte, también por el existencialismo.  Sin embargo, sobrevuelan versos cómicos y libidinosos. Focalizo la intención definitiva del disco en Lágrimas de mármol: "Dejé de hacerle selfies a mi ombligo / cuando el ictus lanzó su globo sonda / me duele más la muerte de un amigo / que la que a mí me ronda./ Con la imaginación, cuando se atreve / sigo mordiendo manzanas amargas / pero el futuro es cada vez más breve/y la resaca, larga".

El poeta Benjamín Prado ejerce de coautor de nueve de las doce nuevas canciones. La producción, arreglos y coautoría musical de nueve canciones corren por cuenta del músico español de moda, Leiva. El principal cometido de Leiva como productor es el de hacer del sonido de Sabina algo más contemporáneo. Este álbum es un tratado sobre cómo debe sonar un disco de rock: fresco, claro, variado y austero. Directo a la esencia. La voz de Sabina suena con una maleabilidad extrañamente sorprendente. Sin lugar a duda, la legión de músicos reclutados por el jefe y comandado por el simpar Carlos Raya, insuflan de energía a las resentidas cañerías de Sabina. El lifting musical es total. Es decir, durante este libro sonoro de amor y robo, de reivindicación personal y fin crepuscular, podríamos afirmar sin temor al yerro que Lo niego todo podría confirmarse como el rock según Sabina. Tanto es así que huyendo de medios tiempos y el cancionero latinoamericano, que los hay, Lo niego todo vuelve a traernos al Sabina más musicalmente nervioso en 17 años. Y, ojo, al más divertido. Algunas noches de domingo acaban mal podría ser, musicalmente hablando, una pista más del lejano Ruleta rusa (1984).

Acudo a dos reputados sabinólogos. El primero en pronunciarse es el poeta y novelista Rafael Sarmentero: "Me parecen buenas canciones Lo niego todo, que habla de la distancia que existe entre persona y personaje, Lágrimas de mármol, que trata el tema del marichalazo, sus secuelas y sus ganas de vivir, Leningrado, que habla de su desencanto con el comunismo y la distancia entre lo que pensaba que iba a ser y lo que terminó siendo. Razonablemente buena Churumbelas, que si no es mejor es porque lo cómico dificilmente puede optar a las categorías superiores". Por su parte, otro sabinólogo observa: "En Lo niego todo veo la farsa de negar la mayor. Ser más personaje matando al personaje. Marcándose un Adanowsky. Me pareció muy subido; la mitad de los atributos se los ha robado a Dios —el de verdad, el de Minnesota—. Yo tengo una regla de oro: si no lleva bombín ridículo, es Joaquín; si lo lleva, es Sabina. Para mí que Sabina se pierde en el ripio fácil y la complacencia con el tipo del bombín en sus últimos tiempos. Este single sólo me lo corroboró. Después de 'González era un ángel menos dos alas' se quedaría con las ganas de hacer otra pícara elegía".

Así pues, Lo niego todo ya es un éxito de crítica y público. El estado de gracia ha sorprendido a propios y a extraños. Pareciera que Sabina se guardaba esta bala en la recámara. Tal es el estado de efervescencia que el cantautor ubetense desearía repetir la experiencia compositiva con Leiva. Álbum redondo. ¿Mi favorita? Sin pena ni gloria. Imposible resistirse a esas guitarras punzantes y a esa melodía tan efectiva. Tal vez contenga la mejor estrofa del álbum: "El corazón mientras late / sueña con amanecer / abrazado a una mujer / que lo bese y lo rescate / y aunque pierda la fe / nunca da por perdido el combate". Joaquín Sabina está de vuelta y anda suelto. La próxima gira recalará en Jerez el día 1 de septiembre. Yo que usted no me lo perdería. 

Sobre el autor:

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Daniel Vila

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