Seamos dignos y vivamos cada día con honor. Sigamos el ejemplo de El Salmón. 

Admirado lector, ¿por qué sigo con esta columna sin fin? ¿Por vanidad? Ese no es mi mayor pecado capital. ¿Por amor al arte? Tampoco. ¿Influencia? No me hagan reír. A estas alturas de la película, como dijo el bardo de Minnesota, no busco nada en los ojos de nadie. ¿Acaso no tengo mejor entretenimiento para matar las tardes? Hombre, llevo más de trece años juntando palabras (y algo más). La pasión, el rigor y la profesionalidad se me debieran reconocer. Tan mal no me ha ido. 

Entonces, amigo lector, ¿por qué estoy aquí? Por ti que ocupas una parte de tu tiempo en mí. Por ti y por los jóvenes que me leen. Pongamos que más de diez años atrás alguien me abrazara y me dijera en mitad de la calle Larga: "Eh, chico, todo va ir bien". Hace más de diez años, en alguna ocasión dramática, hubiera agradecido que algún ángel de la guarda me guiara. Hallé amigos estupendos, maestros de los que aprender. Pero, igual, nunca es suficiente. Recuerdo con especial emoción mis conversaciones con el músico argentino Manuel Ricardes. Mi corazón, allá donde esté, irá siempre con él.

Los seres humanos somos poliédricos. En nosotros, una amalgama de claroscuros nos distorsiona el retrato propio frente al espejo cóncavo del oficialismo hipócrita. Blanco o negro. Doble o nada. En definitiva, ying y yang. Inexorablemente, siempre predomina uno de esos dos polos. Con nuestro carácter lidiamos con el personal lo mejor que podemos (y sabemos). Nuestra sociedad es manifiestamente mejorable, sí. Empero, compañero, ¿no crees que para cambiarla a mejor somos nosotros mismos quienes deberíamos progresar? 

Conocer al enemigo es un modo de vencerlo. La verdad absoluta queda lejos pero abandonar nuestro afán por hallarla es condenarnos al proselitismo. Quizá no halle consonante. Quizá no logre hilar mis ideas más genuinas y servirlas en bandejas de plata. No obstante, sé que viviré insobornable y satisfecho por no caer en la tentación de malbaratar mis maravedíes en el comercio negro. 

La ira resplandece allá donde palidece la temperancia. Con elegancia tratamos de saber llevar nuestro mejor traje. No obstante, en el fondo, todos vamos desnudos. Es crudo pero es así: la fragancia del abandono nos impulsa, desde algún andén de la Estación de Francia, a tomar el primer tren hacia ninguna parte.

La noche del 2 de mayo del 2009 Andrés Calamaro tocó en Jerez con motivo de la celebración del Campeonato Mundial de Motociclismo en nuestro circuito. Aquella noche no me separé de la primera fila. Me abracé a varios amigos y desconocidos. No se me olvidará jamás los comentarios juiciosos de mi amigo Gonzalo de Cos, ilustre conocedor del rocanrol de verdad. Fue una velada redentora. Banda perfectamente engrasada, repertorio exquisito y un Calamaro inspirado. Aquella noche, Dios fue consciente de la existencia de su canto.

Seamos dignos y vivamos cada día con honor. Sigamos el ejemplo de El Salmón. 

Sobre el autor:

seccion_negro_sobre_blanco

Daniel Vila

...saber más sobre el autor

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído