Imagen de la película Crash, de David Cronenberg (1996).
Imagen de la película Crash, de David Cronenberg (1996).

Tal vez dieron un viraje o dos en la dirección incorrecta, pero el resultado fue un imprudente derrape al cabo del cual el vehículo quedó torpemente aparcado e inutilizado en la cuneta. Aquella era una calurosa tarde de Agosto de 2035. Cuarenta y cinco grados.

Lo que se anticipaba como un fin de semana familiar en la playa onubense de Matalascañas comenzó de forma fatídica para la joven ralea de los González. Madre, padre e hijo hacinados en un diminuto utilitario, a la altura de Bollullos, bajo el sol imponente de la autovía sevillana. Sólo podían esperar el  auxilio de un remolque, aunque para su desgracia no tardaron en confirmar que éste se demoraría algunas horas. No había duda: una pequeña discusión terminó por originar tal desastre.

Juan, apodado el Pellizco, y su hijo Mario venían discutiendo la deriva musical de su tiempo. El Pellizco, un arduo coleccionista de los grandes éxitos de su generación, intentaba hacer entrar en razón a su vástago, que, con la insolencia de la preadolescencia, no hacía más que quejarse una y otra vez ante la ingente cantidad de canciones almacenadas en una sola carpeta del mp3 de papá. El pobre muchacho suplicaba un cambio de tercio en la semántica sonora. Pero el Pellizco, aterrado por los extraños gustos de Mario, no hacía sino insistir en su top 50. “Vaya a ser que el chaval le salgan los hits por sus orejas de soplillo, si con eso consigo que este me entre en verea”, pensaba.

Y es que, como cualquier otro padre, Juan ha subrayado la importancia que tiene la exquisitez musical en el progreso personal. Ya lo hizo antes su progenitor (Carlos, difunto abuelo de Mario), cuando le despertaba a diario con algún tema de los antiguos Bowie, Pink Floyd o The Beatles. La nimia variedad  de menú de colegio mayor. Al final resultó que el pequeño Juan relacionó sus legañas e, incluso sabañones, al “Yellow Submarine”, cogiéndole tal asco la criatura, que terminó por hundir esa cabeza pelada en el abismo de su almohada. Al menos hasta que llegó a sus manos, gracias a un amigo millennial, un tema de la guapísima Katy Perry. Gracias a  ella no solo descubrió de forma precoz su sexualidad, sino que además encontró aquel género que siempre estuvo buscando. Ese del cachondeo, la juerga o el buen rollito que profetizó algún torero. Así se hizo persona Juanito, mientras coleccionaba de forma impetuosa casi cualquier tema de su palo favorito. Ya fuera dubstep, drum and bass, electro-gypsy… La razón es que Juan, como la mayoría de sus coetáneos, encontró su voz y estilo.

Siempre sintió especial predilección por Skrillex, un genio de su tiempo. Un aguerrido nadador a contracorriente, de una genuina versatilidad. Juan se refiere así: “Skrillex… Un monstro, un adelantao del cante. Un auténtico talento er chavea. Cúchame, que no se va a vé otro iguá, eh. Un clásico. ¡Un respeto illo, que no sabe tú de quién está hablando! Este es de lo que te taladraba la cabeza ¡PAM! y ¡PAM! y ¡PAM!.. Los muchachito de hoy lo intentan asé lo mejó que pueden, pero es que no hay comparasión. Es que el Skrillex es mucho Skrillex”.

Juan ha sido siempre todo un experto. Un aficionado de pura cepa. Por las noches emite un programita en una radio streaming de electro-rarezas y todos los sábados publica un artículo en el periódico digital local. La vida le sonríe. Una fonoteca de más de diez mil canciones avala su recorrido por las sendas de la electrónica. Se enorgullece con sus amigos del pádel de cómo una vez Radio Hit le hizo una entrevista: “Le da a los chavale por hacerme foto, y yo le digo ¿pa qué? Y ahora va y no sale entera la foto… ¡Aro, que no había Dios que lo cuadrara con to la colección! Si tú lo viera ahí, tirao en el suelo con la cámara…”, dice con aspavientos.

Como venimos diciendo, a Juan no le ha ido mal la vida. Estudió una ingeniería de provecho, encontró relativamente pronto un trabajo en esta España negra. Y se casó con su cuarta novia, Marta, conocida en su juventud como La Teta. Teniendo juntos al pequeño Mario, hace apenas doce veranos. Con su mujer comparte, además de sus excelentes gustos musicales, un estilo de vida muy parejo, que les lleva de cuando en cuando a alguna velada nostálgica en honor a Avicii:

-Elena me pregunta si vamo a la fiesta Nostalgia Kiss FM en plan parejita. ¿Qué le digo?

-Dile que ya veremo esta noche.

- Ahora me pregunta si vamo en plan lote o cada uno paga lo suyo en la sala.

- Pues lote, ¿no? Apunta una de ginebra pa nosotro.

- Entonce vamo en plan parejita, ¿sí o no?

- Pa el lote y los hielos, sí.

Autovía A-49.

A una de esas fiestas pomposas tenían previsto asistir esta noche en Matalascañas, de no ser por aquel fatídico acontecimiento que ha terminado con su coche en la cuneta, y la familia González sudando la gota gorda y esperando a esa grúa que se demora ya demasiado.

Para complicar las cosas, el bueno de Mario, creyéndose culpable de tal inevitable infortunio, no hace más que gimotear y lloriquear, quejumbrado por tal temible consecuencia, pues sabía lo mucho que anhelaban tanto papá como mamá ir esa noche a la disco. Sin faltar a la justicia, sabemos que lo gemidos del pequeño están justificados, pues fue él quien, en pleno éxtasis soporífero, se revolvió en su sillita para golpear tremendos mamporros en el radiocasete de la pequeña berlina. Ahora sabemos que motivado por el agotamiento de la batería de su nuevo audiopop  y los consecuentes ciento veintitrés minutos de la susodicha playlist paterna. Y claro está, Juan, atorado por la situación, acabó desviando la atención de la carretera para terminar por dar sendos volantazos y un derrape, que a una velocidad inadecuada ocasionaron un auténtico desastre.

“Me viene er Mario disiendo que Ke$ha suena como la Lady Gaga esa. Flipa con er niño. Pero por Dios, si la Lady Gaga es una fresca, que no tiene estilo, ni voz ni salsa. Anda que no es fea la carapán. ¿Tú la has visto? Y na, que lo tuve que dejá otra semana sin paga. Que me da hasta pena, pero uno tiene que poné unos límite…”

Gracias a Dios, pese al susto, toda la familia está sana y salva. Eso sí, en pleno agosto, a media tarde y sin señales de vida en los alrededores. Para más infortunios el casete sigue funcionando incluso con el motor parado. Se ve que los puñetazos del chico tuvieron que desbarajustar el aparato, pues es Ke$ha la que no deja de clamar su genial “Tik Tok” en el interior del vehículo. Mario no deja de llorar, por lo que él entiende como una auténtica tortura. Mamá describe al grupo de whatsapp “Mis patatitas” la aventura. Mientras, Juan, sin expresar su incomodidad, intenta racionalizar, al contrario que su padre, los motivos de la conducta de su querido hijo. “Anda que no me lo he pasado bien yo con Ke$ha… Coño, si es un mito. A ver, pero ¿qué puede está mal en la canción pa que no le guste a Mario? Si suena de maravilla… Tik Tok… Esto fue un himno. ¿Me estaré haciendo viejo? ¿Me pareceré a mi pare? Mírale al pobre que no para de llorar... Ya lo he intentado con Ke$ha, Katy Perry, Skrillex, Avicii, Carlos Jean y David Guetta… Es que no hay ni uno que le guste. A vé si se me espabila pronto y se va de botellona”. Todo ello lo piensa Juan al volante de su coche inmovilizado, con cincuenta grados a la sombra.

- Mario, hijo mío, perdóname. A ti lo que te pasa es que todavía no te has echao amigo en Matalascaña. Esta noche te presento al hijo del Seba, os doy veinte eurito y os vai de fiesta.

Sobre el autor:

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Óscar Carrera y Carlos Domínguez Rico

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