Se ha puesto en evidencia la involución de la música rock en los últimos 20 o 30 años. No son pocos los especializados que se han acogido al famoso "Rock is dead", y la verdad es que no les falta razón. Al menos en cuanto a la producción musical, la actividad desenfrenada de los 70 u 80 se ha visto reducida de forma tajante, a un monopolio de ciertas grandes bandas que, sin sacar más de un disco al año, extienden hasta la saciedad sus canciones generación tras generación. Entre el Stadium Arcadium (2006) y The Getaway (2016) de los Red Hot Chili Peppers, han pasado más de diez años. O lo que es lo mismo, tres trabajos en una década. Tiempo suficiente para que los Beatles publicaran sus 13 discos y numerosos sencillos, en una de las carreras musicales más provechosas y rentables que se conocen. ¿Qué ha ocurrido?

Probablemente, el cambio de sistema se debe en primer lugar a una masificación en la industria del entretenimiento, nuevas y variadas formas de ocio se han abierto paso en un mercado donde el cine y la música se habían erigido como los grandes estandartes de la cultura popular. Hoy compiten contra la industria del videojuego, la televisión y otras formas de diversión en pleno auge. Reconozcámoslo, si en la actualidad se escucha menos música que en los 70, ya podrá figurarse la situación de un género menor como el progresivo.

Cuando el mercado flaquea la industria se vuelve reacia a asumir riesgos incensarios, a la vez que exprime hasta límites insospechados aquello que funciona. A día de hoy funciona la música de pista. La música ha vuelto a ser un instrumento fuertemente ligado al baile, y si durante las décadas de los 60 y 70 intentó alejarse de la norma, no le ha quedado más remedio que volver al origen para seguir siendo industria de divisas.

Sin embargo existen excepciones. Las décadas doradas del rock no resultaron en vano, no son pocas las bandas que continúan sin acogerse a los estándares musicales, aunque algunas de ellas no sean sino copias de otra generación. También es cierto que la dificultad que entraña la producción alternativa, no es la que implicaba hace años (ya de por sí complicada). Resulta por lo tanto injusto condenar satíricamente a muchas de las nuevas agrupaciones al movimiento hipster. Puesto que, a menudo, la veracidad de su carrera trasciende a todas aquellas que se subieron al carro de Woodstock en los 60. A dos de ellas le dedicamos el Gypsy de hoy, Flyte y The Lemon Twigs. Una inglesa y la otra americana.

Flyte (2014) es una banda londinense de rock alternativo que aún no ha publicado ningún disco y cuya producción musical se limita a cuatro o cinco prometedoras maquetas. Liderada por el carismático Will Taylor (cantante y guitarra), le acompañan Sam Berridge (guitarra y teclados), Jon Supran (batería) y Nick Hill (bajista). Ejemplos de nostalgia en la canción moderna, Flyte supone un soplo de aire fresco para un género últimamente caracterizado por una sobreproducción que llega a resultar fastidiosa, como en el caso de los internacionales Tame Impala. Todo su trabajo se puede encontrar de forma libre en internet, así como numerosos "covers" con los que se dan a conocer. En todos ellos, vemos sus gustos e influencias por los clásicos, Bowie, Beatles, The Who entre otros... Su single "Light me up" su tema más comercial y pegajoso no hace mérito a una halagüeña carrera. Por temas como "Close Together" o este "Where Nobody Knows Your Name" sin duda seguiremos expectantes.

The Lemon Twigs, la sorpresa de este 2016, son una banda de hermanos (Brian y Michael D’Addario) de Long Island, New York. Hijos de un famoso músico americano cuyo nombre no ha trascendido aún, se han visto rodeado de un aura de mística y ostracismo que no hará sino reforzar la que puede ser una de las carreras más interesantes de los últimos años. Desbordan un carisma añejo y su estilo, en esencia nostálgico, parece encontrar su propio camino y género. Multinstrumentistas, son conocidos por sus constantes cambios de roles en los directos, así como por una actitud desbordante y unas canciones a la altura de los grandes clásicos. Además incluyen elementos progresivos en muchas de sus canciones que llegan a alcanzar los seis minutos. Una osadía en los tiempos que corren. una mezcla de Bowie y Supertramp. No queda duda que aún tienen que explorar las sendas de su producción, que de momento ya cuenta con un LP: Do Hollywood. Mejor que lo escuche usted mismo.

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Carlos Domínguez Rico

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