La música, como elemento fundamental de la producción cultural del ser humano, ha sufrido innumerables cambios en las últimas décadas. Transformaciones complejas y fugaces que nos han permitido un acceso ilimitado y casi inmediato a esta forma de arte que tanto amamos. Desde el folk al rock más salvaje, e incluso en la clásica, la producción ha virado desde la grabación verídica a una mucho más constructivista y radical. Porque si bien la música hasta mediados del siglo XIX se limitaba a una reproducción de las grandes obras tradicionales, garantizando un carácter plano y llanamente interpretativo, es en el siglo XX, cuando la expresión se extiende entre los jóvenes artistas que van abogando por la convivencia entre la reinterpretación de la música tradicional y sus propias creaciones. Desde entonces, el apogeo musical en occidente no ha conocido mayor estancamiento que el económico para un desarrollo inimaginable e indefinido. Todo ello en unos escasos 100 años. También el arte de la música ha conocido un auténtico desarrollo respecto al número de profesionales que militan en sus filas. De los pocos afortunados que podían presumir de poder vivir por y para la música, son miles o millones los que, de alguna u otra forma, obtienen hoy un rédito personal y económico gracias a este noble arte. En un contexto en el que es posible reconocer una profesionalización más que evidente, se ha presumido sin embargo de una aparente indiferencia o incluso desinterés por la capitalización del mercado de la música (al menos en la gloriosa década hippie), así como respecto a la industria de divisas en la que se ha llegado a convertir. La rebeldía que supuso la reconceptualización en la producción musical, ha ido acompañando a estos nuevos artistas a lo largo del cambio de paradigma. Al principio de forma muy comedida hasta las formas dementes y lunáticas que han caracterizado la década de los 70 u 80. Nos hemos aventurado por el sendero de la máxima expresión, sin apenas estructura o rigor, y además con la actitud de un adolescente castigado. ¿El resultado? Una muestra sería uno de los primeros discos en solitario del ex-guitarrista de los Red Hot Chili Peppers, John Frusciante y su Smile from the Streets You Hold.

Desde aquellos artistas enclaustrados en la interpretación de las obras clásicas que anhelaban la publicación de su primer cuarteto, pero que veían como ese talento artístico se iba mermando con la correcta presión mecánica de su tuba, hasta aquellos que divagaban durante cinco horas bajo los efectos de cualquier psicotrópico los mismos cinco acordes mal tocados, hay una distancia considerable. La extensión de la máxima expresión libre y lúdica del arte. Lo que a fin de cuentas no es más que una forma de entender la vida. Pero es que, además, esa "rebeldía" en la industria musical ha hecho más caja que los últimos 400 años de perfeccionismo ilustrado. Cuando la música realmente era consumida por una selecta minoría aristócrata de entendidos, que además gozaban de un nivel económico considerablemente superior a la media. Esa misma, aunque ahora mayoría snob, que pretende ver hoy en las composiciones modernas algo más que un fracaso compositivo. Esa misma que se esfuerza una y otra vez en resistir los chirridos del cantante y los excesos de sus artistas. Sin embargo, al igual que se divisa el hiperrealismo como horizonte al arte más abstracto, vemos el imperio de la electrónica en nuestro presente discotequero. Con el irremediable decaimiento de la música en "vivo". Vuelve la mecánica reproducción. Vayamos donde vayamos estamos seguros que escucharemos el mismo "track" de Sia, Shakira o Lady Gaga. Parece que no queremos más aventuras por ahora. A lo mejor el resultado nunca fue tan satisfactorio. O puede que todo esto se repita una y otra vez. Tócala otra vez Sam.

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Carlos Domínguez Rico

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