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Únicamente de lo perdido canta el hombre. El resto, silencio. Escombros. Una bonita historia para contar.

A medida que crecemos tendemos a olvidarnos de nuestros héroes de infancia. Gran injusticia para con las leyendas. Pareciera que la distancia fuera, verdaderamente, el olvido y que en el pecho ya no albergáramos esa impresión brutal de sentir el estadio rugir un día de partido como bien cantaba Andrés Calamaro en Estadio Azteca. Imborrables aquellos versos escritos con sangre por Marcelo Scornik: "Cuando era niño y conocí el Estadio Azteca/ me quedé duro, me aplastó ver al gigante./ De grande me volvió a pasar lo mismo/ pero ya estaba duro mucho antes". Calamaro canta tocado por la mano de Dios, sin duda.

Sin ese sentimiento la vida pierde cierto sentido. Sin humildad, no somos nada. Escribía José Luis Borges que nadie es sustancialmente alguien pero cualquiera puede ser cualquier otro, en cualquier momento. Ya cantaba Javier Krahe: "Sé que no me necesita, conmigo y sin mí/lleva su marchita,/sé que no me tiene en un altar,/pero eso no quita/que en primer lugar/le gusta bailar,/bailar y bailar /conmigo y sin mí". Si Krahe le pedía a la canción su nutrición, Francisco Umbral afirmaba que él escribía columnas por dinero: "la prosa se paga; la poesía, no". Esto no impedía que Umbral se autoproclamara rojo. De hecho, el escritor presumía de rojazo. Hizo carrera de ello. Simplemente cabe echar un vistazo a títulos de buena parte de su obra: Carta abierta a una chica progreA la sombra de las muchachas rojas o El socialista sentimental. En nuestro país es muy natural que gente notoria de la farándula se autoproclame de izquierda. O, en plural castizo, de izquierdas. En esta misma publicación, Rafa Caballero me comentaba: "La verdadera izquierda no existe, la derecha en España, tenga el color que tenga, es una herencia que viene de muy lejos. Y el centro no existe".

Para Paul Éluard no había más vida que ésta; por lo tanto, es perfecta. El autor al escribir, a menudo, saca sus fantasmas. Cuando oscurece siempre necesitamos a alguien. Pero la oscuridad es el tema, no el modo. No obstante, la primera frase de este brevísimo primer párrafo no es un axioma sino un lugar común. ¿Acaso no suele ser así? Nuestra individualidad es radical. Nuestra actividad, artesanal. Originales, no transcendentales. Sin caer en la solemnidad.

Todos tenemos un verano que pasó y, recién ahora, aprendimos a echar de menos. Previsible e inevitable el comportamiento humano. Aún más, nuestra memoria. Tan selectiva como electiva. No olviden, que como nos enseñó el poeta, únicamente de lo perdido canta el hombre. El resto, silencio. Escombros. Una bonita historia para contar. 

Sobre el autor:

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Daniel Vila

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