Gabriel García Márquez, promoción de Cien años de soledad
Gabriel García Márquez, promoción de Cien años de soledad

Semana tumultuosa para la ciudadanía. Y ya llevamos unas cuantas. La guinda, las efemérides de revolucionarios de los corolarios más inverosímiles. La revolución, como la involución, siempre tiene algo de abstracto, de inexplicable. Y de inútil en el mundo de las ideas. No tanto en el material. ¿Y qué debemos hacer los ciudadanos? La revolución. ¿Y cómo? Siendo sublimes sin interrupción. No obstante, es un deseo o una pose más que un deber. Para Gabriel García Márquez el deber revolucionario de un escritor es escribir bien. Mi buen amigo el escritor y caballero Rafael Sarmentero me comenta siempre que escribe poemas del mismo modo que los miércoles juego al fútbol. Que su estado natural es la prosa. Que la novela ha muerto como la poesía, la música. Que cada vez le resulta más difícil crear algo original. No obstante, él seguirá persistiendo con la fe del carbonero: "Por si acaso sólo estuviera moribunda, habrá que seguir intentándolo". Toda actividad puede ser tediosa y repetitiva. Para crecer, para innovar y para seguir avanzando hay que introducir cambios.

Semana de aúpa. Los medios están que trinan. La sociedad civil, crispada. La semana anterior os hablaba de la batalla del relato. Y en esta ya se han rodado un documental y una película va de camino. El terror siempre disfruta de la complacencia. La víctima estorba, es incómoda. El historiador israelí Yuval Noah Harari decía en Homo Deus que el ser humano necesita del relato para sobrevivir. Comentaba Humberto Eco que el drama de internet es que ha promovido al tonto del pueblo como el portavoz de la verdad. Ya lo decía Luther King: "Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda".

La peor lucha es la que no se hace. San Juan de la Cruz escribió que donde hay amor, pon amor y sacarás amor. Nada se opone a la noche. Ni siquiera el amor. El amor frecuenta ciertos lugares nocturnos con la cadencia de un amante sollozando por las esquinas. Pero igual, todo se arregla. Hasta a peor. Hay discos de Serrat de los setenta que suenan igual a los de Julio Iglesias. No obstante, si nos señalan la luna no miremos el dedo. Al fin y al cabo, las obras como los hombres son hijas de su tiempo. La ironía de esto es que un productor sediento de éxito o un editor ladrón son capaces de igualar por lo bajo el talento desigual de dos autores. Esto también es democracia.

Mayo y pascua para los creyentes como canta Gonzalo de Cos. No hay retiro definitivo ni solución final. El ciudadano descansa los domingos y vuelve a trabajar los lunes. Paga el heraldo público. Paga la hipoteca. Paga su manutención. Y, si sobra, cien gramitos de jamón para el bocadillo del descanso del partido a vida o muerte de su equipo. La libertad, otro siglo será. Mientras tanto, habrá que seguir intentándolo.

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Daniel Vila

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