Los ejércitos de la noche acechan al enemigo público número uno. ¡Albricias! Los señoritos quieren cerrar hasta la canción del verdugo. Tenemos contenidos hasta el mediodía. Con todos los honores podríamos albergar letraheridos hasta que el Real de la Feria nos invite a disfrutar de mayo bajo el alumbrado. ¡Alegría! Así pues, que la melancolía no nos ciegue. Pocos comentarios que hacer a los asuntos turbios con los que nos embauque la rutina más feroz y relevante.
En esta Iberia Sumergida tan nuestra, ciertas costumbres se están convirtiendo en extravagancias tales como cuentan los usuarios de los fumadores de opio a principio del siglo pasado que procurase su actividad les redujo a un colectivo marginal y viciado. Sean los dados tirados y desabrochados los botones de la camisa. Esbocemos una sonrisa y cursemos nuestro discurso de hoy domingo. Pareciera absurdo llevar a la clandestinidad pasiones infantiles como el fútbol o la política por tal de no ofender a la vecina del quinto o al tabernero del barrio húmedo.
No quisiera hacer chistes y, por ello, he de regatear para que el duro fajador no me reviente la tibia y el peroné. Mientras sigo con mis gambetas el respetable aplaude o desespera. Sería fetén usar el román paladino mas, si mi padrino no me banca el tiro, por cobardía u osadía contengo en mi multitudes de frases hechas o aforismos de todo a cien. También, recurriré a dos autores para ilustrar la siguiente, e inconfesable, metáfora más terrenal que simbólica.
El primero, el fenomenal músico escocés Mark Knopfler. El célebre compositor natural de Glasgow fue capaz de atesorar un cancionero espectacular a lo largo de cuatro décadas (si atendemos a 1977 como el año en el que, junto a su hermano David, graba su primera maqueta de cinco temas) y aún hoy exhibe músculo creativo por aquí y por allá. Músico respetado y admirado por sus iguales. En 1991, a la sazón año del último álbum de estudio de su afamada banda Dire Straits, publica On every street. En las doce pistas que componen el disco se destila el mejor licor condensado de la banda.
Ya por entonces Mark Knopfler era santo y seña de la legendaria formación; como diría Ariel Rot, hablaba solo. Y su discurso emocionaba tanto o más como el primer día. Os invito a deteneros en la canción que da título al trabajo, On every street. La descripción de los personajes es sobrecogedora. Por supuesto, trata de esos héroes anónimos de la clase obrera que recorren su discografía. En este caso, el narrador admite desesperado que rastrea las huellas de un antiguo amor. No es un amor frívolo, no. Más bien, uno cortés. A la manera de Dylan y otros bardos.
La primera estrofa dice así: "Tiene que haber una evidencia tuya en alguna parte,/tienes que estar inscrita en algún sitio,/ un informe confidencial, una foto de tu cara./ Tu aspecto vulnerable,/ lo sagrado y lo profano,/ el placer y el dolor./ En algún lugar permanecen tus huellas dactilares.../ Y es tu rostro lo que estoy buscando en cada calle". El final es desesperante y contemporáneo: "Una sinfonía de tres acordes estalla en el espacio,/la luna cuelga cabeza abajo./ No sé por qué estoy todavía con este asunto/en una ciudad tan feroz/y tú sigues empeñada en pasar desapercibida./Me parece una pérdida de tiempo,/cada victoria tiene un sabor que es agridulce/y es tu rostro lo que estoy buscando en cada calle". Escúchenla, no se dejen vencer por las lágrimas.
El segundo (y con este terminamos por hoy domingo, no nos vayamos a atorar), Dámaso Alonso. El poeta publicaría en 1944 su poemario Hijos de la ira. Os invito, en este folclore popular que aspira a ser esta columna dominical, a leer el poema Mujer con alcuza. Pertinentes y agudísimos versos que nos arrojan luz al ditirambo que esbozamos. Abro paréntesis. Como bien sabe el sagaz lector, la alcuza es, según reza el diccionario de María Moliner, una "vasija, muy frecuentemente de hojadelata y de forma cónica, en donde se tiene el aceite que se está gastando".
Cierro paréntesis. Resumiendo, el tiempo es oro y los domingos pasan de largo como un taxi o una ambulancia, os sugiero pasearos por la última estrofa de este mágico poema: "Ella,/ en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más,/ se inclina,/ va curvada como un signo de interrogación,/ con la espina dorsal arqueada/ sobre el suelo./ ¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera,/ como si se asomara por la ventanilla/ de un tren,/ al ver alejarse la estación anónima/ en que se debía haber quedado?/ ¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro/ sus recuerdos de tierra en putrefacción,/ y se le tensan tirantes cables invisibles/ de sus tumbas diseminadas?/ ¿O es que como esos almendros/ que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta,/ conserva aún en el invierno el tierno vicio,/ guarda aún el dulce álabe/ de la cargazón y de la compañía,/ en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?".
Magnífico, ¿no creen? Me admira tanta belleza. Y, por supuesto, la carga simbólica de ésta. Espero, compañeros del alma, que, tanto van el cántaro a la fuente y a la porra, con calma hayan disfrutado de esta humilde columna. Yo, servidor de nadie, continuaré esta semana aquí y allá con mi mala letra. Sean felices.
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