Eugenio Manuel Fernández Aguilar, en una imagen de archivo.
Eugenio Manuel Fernández Aguilar, en una imagen de archivo.

Eugenio Manuel Fernández Aguilar es el autor de un libro que debería ser imprescindible entre todos los estudiantes, ya sean de ciencias o no, qué más da. Se trata de Eso no estaba en mi libro de Historia de la Ciencia (Guadalmazán), y es una de las obras más luminosas que han caído en mis manos últimamente, a pesar de que mi amigo Eugenio se dedica en sus páginas a hablar de aquellos científicos que perdieron (entregaron) su vida para que la Ciencia avanzara de uno u otro modo, no es, como se describe en él, un libro de muerte, sino de vida.

Descubrir que si hemos llegado hasta aquí, sanos y salvos, es porque otros (y otras) se la han jugado. Virus letales, venenos mortales, serpientes traicioneras, mosquitos, osos… Para conocer los límites es preciso que valientes seres humanos los hayan delimitado. 

Y ese es el objetivo del autor en este libro: ofrecer al lector un cuidadísimo y bien hilado inventario de nombres ilustres que merecen todo el respeto y un lugar en la posteridad, a pesar de que alguno que otro haya estado un poco loco o nos llegue a asustar su actitud temeraria. Mejor no imitarlos, ¿verdad? Sobre todo a los suicidas.

Conocer la obra de Eugenio Manuel Fernández Aguilar es fascinante, sí, porque se atreve a responder a muchas cuestiones que no estaban ni siquiera planteadas. Su brillante trayectoria hablar por él, y no es baladí que tres de sus biografías científicas hayan sido traducidas al italiano, al francés o al ruso.

Mi favorita es La conspiración lunar ¡vaya timo! (Laetoli), y parece ser que nuestro astronauta Pedro Duque comparte los gustos de servidora. Si no me creen, vayan a Twitter y lo verán en una fotografía, libro en mano. Por eso es recomendable acercarse a todo lo que este roteño que, además de científico y profesor, se da buena maña como poeta. Aquí, unas preguntas que se ha dejado hacer.

La de rigor: ¿Quién es Eugenio? ¿Qué quiere?

Eugenio es un conjunto de varios billones de células luchando en comunidad por hacerse un hueco en el mundo del conocimiento y la cultura. 

¿Para qué escribe? ¿Por qué?

Para saber más, porque no puedo soportar tener la cabeza llena de cosas y no poder contarlas. De hecho, la pregunta debería ser "¿por qué no escribes?", a todo aquel que no lo haga.

¿Cómo calma su mente inquieta? ¿Con más inquietud?

Leyendo todo lo que puedo, abriendo los ojos y escuchando sin cesar. En definitiva, con más inquietud. Es agotador, pregúntale a mi esposa.

Me gusta su faceta de poeta, aunque sea menos conocida —barro para casa—, así que tengo que incluirla como sea, a ver: ¿Qué tiene de poesía la ciencia? ¿Y la ciencia de poesía? 

No toda la poesía es ciencia, pero toda la ciencia debería ser poesía. Al menos tienen un denominador común: el asombro. Si un poema puede hacernos abrir la boca y erizarnos el vello, ¿por qué no una teoría que explique cómo funciona el universo? Las partículas fundamentales tienen más de poesía que un soneto mal rimado.

Karma y justicia poética. Reflexiones.

Debería estar mejor repartida la justicia poética, aunque a veces hace de las suyas y, par qué te voy a mentir, me sonrío. Hace poco una periodista antivacunas murió de una enfermedad que se previene con una vacuna. Ya sé que está feo decirlo, pero eso es justicia poética en toda regla. Lo que me hace gracias es que mucha gente piensa que la expresión es muy moderna y viene del siglo XVII, la acuñó un historiador inglés. Ya entonces estábamos sedientos de que el bien quedase por encima del mal.

 Si le dieran a elegir, ¿qué héroe o qué mártir científico sería?

Arquímedes, sin duda. He estudiado a fondo su obra, incluso he escrito una biografía sobre él. Un hombre del siglo III a. C. que llega a los 75 años y se convierte en una leyenda, algo de genio debía tener. Y de héroes, pues defendió a capa y espada su pueblo. Y de mártir, pues murió en acto de servicio, mientras dibujaba en un terrario. "No me toques los círculos", le dijo al soldado. Fue una frase desafortunada, el militar lo confundiría con las gónadas. Yo habría dicho pentágonos.

Su libro es fascinante, y me ha gustado que en él hay varios nombres de mujer que contribuyeron a la historia de la ciencia que tampoco estaban en los libros. ¿Ha sido fácil dar con ellas?

Con algunas sí y con otras no. A medida que nos venimos a los siglos XX y XXI, es fácil encontrar mujeres. Tal vez la transición se produzca en el siglo XIX. De aquí para atrás, se ha apagado sistemáticamente la voz de la mujer.

¿Cómo surge la idea de escribir este libro? Háblanos un poco del proceso.

Curso de preparación al parto de mi mujer. Hora torera, cinco de la tarde. Eugenio cabecea, un día detrás de otro. Se entera por internet de que Fidel Pagés, un militar español, murió de un accidente de tráfico. Y había inventado la epidural. Aquí hay un libro, me dije. En realidad llevaba años recogiendo muertes macabras, este fue el pistoletazo de salida.

Referentes que inspiran su energía inagotable. ¿En qué está trabajando?

Siempre digo que debemos estar agradecidos con el pasado. Por eso mis referentes son los clásicos, pero clásicos al estilo Biblioteca Gredos. Por otra parte algunos buenos profesores que he tenido en el instituto y en la carrera. Y, por supuesto, grandes colegas de profesión que escriben maravillas. Mis proyectos... demasiados, si solo la décima parte se cumple, estaré contento. Por lo pronto, sigo escribiendo divulgación científica y, quién sabe, tal vez alguna novela. La poesía es más íntima, la aparco muy a menudo y me cuesta sacarla a pasear.

Una cita como fórmula científica aplicable a la vida.

"Dame un punto de apoyo y moveré el mundo", algo irrealizable en el sentido literal, pero idóneo en el sentido figurado. En política —por ejemplo— si la balanza (que es una palanca) se va por completo hacia un lado, el otro extremo se queda muy a la vista y ya alguien se encargará de subirse sobre él. No lo digo yo, es vox pópuli...

Sobre el autor:

Rosario Troncoso.

Rosario Troncoso

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