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El Deastre marcará la explosión de una crisis ideológica que cambia el panorama social.

Tras la gran crisis que supuso para España la pérdida de las últimas colonias, el Desastre o quiebra de 1898, el país entra en el siglo XX con la proclamación de la mayoría de edad de Alfonso XIII. Este reinado mostrará el fracaso del sistema de la Restauración, que acabará desmoronándose en 1923 como consecuencia de diferentes crisis como el Desastre de Annual o el Trienio Bolchevique. Estos momentos demostraron la incapacidad de este sistema político, falsamente democrático, para buscar una solución modernizadora a los problemas de la España de la época.

Desde una perspectiva económica, no podemos decir que la crisis de 1898 diera lugar al colapso debido a que el fin de la guerra permitió al Gobierno abordar algunas reformas del sistema de impuestos y de la emisión de deuda, lo que permitió que el Estado obtuviera superávit. La pérdida de las colonias también supuso la repatriación de parte del capital invertido fuera de la economía peninsular. Sin embargo, la derrota frente a los Estados Unidos y la pérdida de más de 50.000 combatientes provocaron una intensa conmoción en la sociedad española que dio lugar a una profunda crisis de conciencia nacional. Esta crisis marcó la obra crítica de los autores de la generación del 98 y las propuestas de reforma y modernización del llamado Regeneracionismo. Estos movimientos surgieron en respuesta a este Desastre y plantearon una reforma política y educativa, pero, y de gran interés para el presente artículo, también marcó el auge de los nacionalismos periféricos ante la crisis de ideas y de valores que apareció en España.

La derrota de 1898 había puesto en escena todas las limitaciones de la Restauración y su falta de resolución a la hora de afrontar los problemas que aquejaban al país. El político más representativo de este sistema político fue el presidente Cánovas del Castillo y su muerte, en 1897, auspició el principio del fin de este sistema de gobierno. Pero, ya de por sí, la década de los 90 de este siglo está marcada por las huelgas y las revueltas, de entre ellas podríamos señalar la huelga general de Bilbao de 1890 o, en el caso andaluz, el asalto campesino de Jerez de 1892. Esta crisis irá generando grietas en el sistema hasta el seísmo de 1898, es decir, cuando el Estado español pasó por el trance de perder los restos de su imperio colonial. Crisis evidente para la alta sociedad debido a que buena parte de la aristocracia y de la burguesía española se amparaban en el sistema político colonial y, de repente, pierden parte de su sustento económico porque la pérdida de las colonias supuso un duro golpe, entre otras, para la industria textil catalana y para las harineras castellanas, que perdieron el monopolio que tenían hasta la fecha en estos mercados.

Esta crisis marca un punto de ruptura ideológica debido a que la monarquía y el propio Estado, así como todo el sistema canovista en su conjunto, son cuestionados. El modelo político se había sustentado en un sistema colonial que, al desaparecer, marcará la explosión de una crisis ideológica que cambia el panorama social. El 98 es crisis y ruptura de la hegemonía ideológica del bloque oligárquico, se rechaza incluso lo que hasta la fecha era una verdad establecida y se replantean todos los temas concernientes a la realidad sociopolítica de España. A nivel nacional, por ello, encontraremos el Regeneracionismo de Joaquín Costa, que llegaría a ser la principal expresión de una renovada conciencia que aspiraba a reformar el país a través de la crítica y la lucha contra el sistema caciquil, causante de los males del país y, por consiguiente, razón por la cual no se había modernizado ni económica ni socialmente.

El 98 es crisis y ruptura de la hegemonía ideológica del bloque oligárquico

La progresiva descomposición de los partidos del turnismo permitió en Andalucía el fortalecimiento de los poderes representados por los caciques locales y provinciales, que incrementaron su tendencia al fraude y a la alteración de los resultados electorales, en los que se ha llamado la edad de oro del caciquismo andaluz. Por lo tanto, Andalucía se mantuvo en estos años sin cambios significativos en lo que respecta a sus estructuras socioeconómicas y en cuanto a la situación heredada de las décadas anteriores, marcada por el predominio de la propiedad agraria latifundista y el atraso económico generalizado.

Esta situación explica el fuerte incremento de la conflictividad social en la región, que alcanzó una enorme dimensión tanto en las zonas agrarias como también en las urbanas, donde vemos conflictos obreros de gran magnitud, pero el cénit de esta situación se alcanzará entre los años 1918-1920 debido a los estímulos de la revolución comunista en Rusia.

Los conflictos sociales se desarrollaron en paralelo a la expansión de la influencia de las organizaciones obreras y campesinas. Durante esta etapa, se consolida la presencia del PSOE en Andalucía, que obtuvo su primer concejal en 1905 y su primer alcalde en 1909, en Torredonjimeno (Jaén). Por otro lado, el sindicato socialista UGT alcanzará una mayor implantación en los núcleos urbanos, especialmente en los espacios obreros vinculados a la producción minera y a la industria vitivinícola. Sin embargo, serán las organizaciones de ideología anarquista las que alcancen una mayor implantación en Andalucía durante las primeras décadas de este siglo, debido al desencanto producido entre las masas al ver frustradas sus aspiraciones tras el fracaso del modelo republicano en las décadas anteriores. Muchos de estos grupos terminaron en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), fundada a fines de 1910, y que será la organización que impulsará las movilizaciones de 1918 a 1920 y que, en este último año, sería declarada ilegal. Finalmente, estos son los años en los que se consolida por primera vez un movimiento andalucista de carácter político en torno a la figura de Blas Infante.

Este movimiento tiene sus orígenes en el siglo XIX, ya que durante este siglo se había extendido entre algunos intelectuales andaluces el interés por el conocimiento de la cultura y la historia de su región.

Este andalucismo cultural vio su continuación ya a comienzos del siglo XX, en el denominado andalucismo histórico, que, partiendo de reconocer las especificidades históricas y culturales de Andalucía, acabará por formular una reivindicación de carácter político: la capacidad de autogobierno de la región.

El movimiento andalucista se expande paulatinamente a lo largo del siglo XX, debido a que, aunque ya en el siglo XIX encontramos los elementos identitarios que podemos considerar como específicamente andaluces: el problema de la tierra, la reconstrucción de un pasado casi exclusivamente islámico, la fuerte presencia de los gitanos, el flamenco y las grandes festividades (Semana Santa, feria, carnavales, etc.). La formulación de estos elementos coincide con el intento de construcción nacional del Estado español que, tras sucesivas crisis coloniales y revueltas liberales, busca articular un discurso identitario que aglutine e identifique a la nación española.

Esta construcción estará dirigida por las clases dirigentes de la época y, por eso, los terratenientes andaluces desempeñaron un papel fundamental debido a su clara reacción frente al federalismo republicano y a la europeización del país, que defendían algunos sectores progresistas. De esta manera, con el apoyo de estos grupos, se estableció el protagonismo de lo andaluz como símbolo de lo español.

Para González de Molina, Andalucía reunía todas las características necesarias para tomarla como símbolo de esa nueva identidad nacionalista española: «inexistencia de un movimiento separatista o regionalista fuerte, una imagen orientalista y exótica, construida por el romanticismo europeo, un gran potencial cultural de producción simbólica, etc.». Ello llevará, según el autor, a una confusión en que lo andaluz pasará a ser el símbolo por antonomasia de la nación.

Esta síntesis que toma lo andaluz como español tendrá un efecto adormecedor de la conciencia diferencial de la identidad cultural andaluza. La identidad andaluza fue utilizada en otras regiones, como es el caso del País Vasco o Cataluña, pero en estos espacios pudieron reaccionar frente a esa identidad con la que, en determinados casos, había poco en común. En el caso de Andalucía, tal reacción no se llevó a cabo debido a esa confusión entre lo andaluz y lo español.

Esto no impide que a lo largo del siglo XIX ciertos grupos de intelectuales establezcan una crítica a este modelo identitario propio de la Restauración. Igualmente, en este período previo al Desastre de 1898, veremos el auge que cobra el flamenco o los toros como señas de identidad española y andaluza, y es significativo su posterior asentamiento durante las primeras décadas del nuevo siglo. La construcción de plazas de toros o la apertura de cafés cantantes flamencos por toda España lo es también. Uno de los primeros lugares de éxito de la Niña de los Peines fue la villa de Bilbao, aunque hoy en día eso pueda parecernos impensable. La literatura popular y el teatro se hicieron eco de esta identidad cultural, un buen ejemplo de ello lo tenemos en el teatro de los hermanos Álvarez Quintero o la aparición de las primeras síntesis entre el cuplé, de origen francés, y las coplas populares aflamencadas que darían lugar a la llamada canción española, que alcanzaría su máximo apogeo durante las décadas de los años cuarenta y cincuenta.

La consolidación de estos objetos identitarios se expresó en el apogeo del flamenco, en el intento de mestizaje entre la música clásica y la música popular andaluza por medio de Falla, Turina o Albéniz, receptores de las tendencias nacionalistas de la música europea de principios de siglo; o en la aparición de un urbanismo regionalista de recuerdos mudéjares, como es el caso de Aníbal González. Este movimiento del urbanismo regionalista llegará a definir el modelo de ciudad andaluza ideal y constituirá un marcador de identidad en sí mismo.

Las fiestas en este período se consolidarán tal como hoy las conocemos, tanto las grandes ferias como los carnavales o la Semana Santa, pero también se produce una paulatina reinterpretación de toda esta serie de elementos identitarios y de su consolidación por una corriente crítica que dará lugar a una identidad popular y, al mismo tiempo, rebelde, al ser casi revolucionaria tanto en el campo social como en el estético. Veremos figuras como la de Juan Ramón Jiménez, que construirá un andalucismo estético y popular alejado del españolismo decimonónico y del castellanismo de la generación del 98. De esas fuentes beberá la llamada generación del 27, que nacerá en Sevilla reivindicando la figura del poeta Luis de Góngora.

Esta síntesis que toma lo andaluz como español tendrá un efecto adormecedor de la conciencia diferencial de la identidad cultural andaluza

Lorca, Alberti y gran parte de la generación del 27 crearán una nueva mirada sobre el flamenco, los toros y los romances populares o la religiosidad andaluza, desde claves que ya no estaban vinculadas con la imagen nacionalista y reaccionaria del período anterior y, por ejemplo, observaremos como el cante jondo pasó a ser visto como una expresión del pueblo oprimido, como un grito de libertad y de autenticidad.

La posterior obra de Infante, por tanto, hay que enmarcarla dentro de este contexto de reinterpretación crítica de la identidad cultura andaluza. Las continuas revueltas, las huelgas y los levantamientos sociales del momento favorecieron esta vinculación entre identidad y rebeldía social.

Frente a esta reinterpretación de los objetivos identitarios, no faltaron los intentos de reconducir esa imagen y conciencia andaluza hacia un horizonte de indolencia oriental, donde lo andaluz sería sinónimo de una experiencia vegetativa del mundo. Nos estamos refiriendo a la Teoría de Andalucía de Ortega y Gasset. La visión de Andalucía que Ortega reflejó resulta interesante e invita a la reflexión pero, en ese contexto histórico, suponía un golpe directo contra la reconstrucción ideológica por su crítica acerca de la identidad cultural andaluza.

"Este ideal –la tierra andaluza como ideal– nos parece a nosotros, gentes más del Norte, demasiado sencillo, primitivo, vegetativo y pobre. Está bien. Pero es tan básico y elemental, tan previo a toda otra cosa que el resto de la vida, al producirse sobre él, nace ya ungido y saturado de idealidad. De aquí que toda la existencia andaluza, especialmente los actos más humildes y cotidianos –tan feos y sin espiritualizar en los otros pueblos–, posea ese divino aire de idealidad que la estiliza y recama de gracia. Mientras otros pueblos valen por los pisos altos de su vida, el andaluz es egregio en su piso bajo: lo que se hace y se dice en cada minuto, el gesto impremeditado, el uso trivial...

Pero también es verdad lo contrario: este pueblo, donde la base vegetativa de la existencia es más ideal que en ningún otro, apenas si tiene otra idealidad. Fuera de lo cotidiano, el andaluz es el hombre menos idealista que conozco».

José Ortega y Gasset, Teoría de Andalucía y otros ensayos, 1927

Madrid, Revista de Occidente, 1942

Mientras este autor ve una limitación en esa identidad cultural andaluza ligada a lo cotidiano, otros han visto en esta su fortaleza y por ello, autores como el reseñado anteriormente, González de Molina, dicen que "el carácter de clase de la identidad andaluza no hay que entenderlo en un sentido restrictivo tal como parece sugerir la teoría tradicional de las clases del marxismo, sino en un sentido más lato y amplio, más cercano al concepto de pueblo, entendiendo por tal todos aquellos sectores sociales que están al margen de los centros de decisión y de poder político y económico".

Por tanto, en el año 1898, tenemos el punto crítico de ruptura ideológica que marca el desarrollo de otros modelos políticos e ideales de pensamiento y es por esto que entre los años 1907 y 1915 asistimos a los comienzos de este movimiento andalucista, promovido desde el Ateneo de Sevilla y centrado en torno a la revista Bética. En el último de dichos años, Blas Infante publica su famosa obra El ideal andaluz y, a través de ella, muestra su visión de la historia y de la realidad andaluza y un acusado interés por la situación de los campesinos andaluces. Al mismo tiempo, en las principales ciudades de la zona, comienzan a crearse centros regionalistas andaluces.

En 1918, tiene lugar la Asamblea de Ronda, en la que el andalucismo se orienta ya hacia posiciones claramente nacionalistas, reivindicando la Constitución de Antequera (1883) y acordando los símbolos de Andalucía: bandera, himno y escudo. Un año después, el Manifiesto de Córdoba formula la reivindicación de un Estado libre de Andalucía, en un contexto ideológico de republicanismo federal. Sin embargo, en estos años, el andalucismo careció de apoyo popular y quedó circunscrito a grupos de intelectuales procedentes de la pequeña burguesía. Por otra parte, no se llegó a constituir ningún partido que permitiese su intervención en la política estatal, como ocurría en el caso catalán o en el vasco.

Quizás las razones de que encontremos en Andalucía esa carencia de apoyo popular debamos buscarla en esa identificación dada de lo andaluz como español y que marcará buena parte del devenir de la crítica elevada por el movimiento andalucista.

Señalar además que, en 1919, la Asamblea de Córdoba acordará El manifiesto andalucista de Córdoba que ya describió a Andalucía como una realidad nacional. En dicha declaración, vemos que se aboga por la abolición de los poderes centralista y por la creación de una Federación Hispánica.

"Desgárrese también la vieja España. Seamos fuerzas impetuosas, elaboradoras, en la interna agitación de una nueva vida hermana a la que va a triunfar en el mundo. Sean cuales fueren los procedimientos de que hubieren de valerse para mantener su dominio los Poderes Centralistas depredadores, estos Poderes deberán, con escarnio, ser abolidos.

Declaremos a los representantes del régimen actual y sus procedimientos, incompatibles en absoluto, por su inconsciencia e inaguantable contumacia con las aspiraciones generosas de renovación. Una barrera impenetrable de intereses políticos o partidistas y plutocráticos, consustancial de la conservación de dinastías arcaicas y de oligarquías inmundas, impide el advenimiento de las nuevas condiciones, contradictorias de absurdos privilegios.

Rechacemos la representación de un Estado que nos deshonra, sosteniendo regímenes arcaicos y feudales en todos los órdenes de la Administración: en la Hacienda, en la Enseñanza, en la Justicia; Poderes que mantienen Códigos sancionadores de bárbaras costumbres privadas, por los cuales la sociedad salvaje de este territorio ejerce una tiranía espiritual mil veces peor que la económica y que la política, sobre los hombres cultos que se preguntan si este país es una patria o un establo.

(…)

En todas las regiones o nacionalidades peninsulares, se observa un incontrastable movimiento de repulsión hacia el Estado centralista. Ya no le vale resguardar sus miserables intereses con el santo escudo de la solidaridad o unidad, que dicen nacional.

(…)

El Estado oligárquico las ataca, porque precisamente esas regiones quieren proceder a la reforma de su organización para hacer compatible la libertad y el derecho de todos y para estar representados todos dignamente. Del mismo modo calumniaron y vejaron también, esos Poderes, a Portugal, y Portugal huyó fuera del seno de la familia hispana. Esto hicieron con la América del Sur y la América del Sur repugnó la solidaridad, sustrayéndose a la tiranía de la metrópoli; esto hicieron con Cuba y Cuba buscó apoyo contra España en la libre Norte América; esto quieren hacer ahora con las regiones que llaman separatistas; enconando con respecto a ellas, odios y diferencias afectivas, antecedentes del disgregamiento.

(…)

Andaluces: Andalucía es una nacionalidad porque una común necesidad invita a todos sus hijos a luchar juntos por su común redención. Lo es también porque la Naturaleza y la historia hicieron de ella una distinción en el territorio hispánico. Lo es también porque, lo mismo en España que en el extranjero, se la señala como un territorio y un pueblo diferente. La degeneración de Andalucía será la de todos vosotros. Un pueblo abyecto y cobarde es un mero compuesto de individuos indignos y cobardes también».

Blas Infante, Manifiesto andalucista de Córdoba. 1919.

El Manifiesto andalucista de Córdoba es la culminación teórica de este movimiento crítico que ya arrancó a lo largo del siglo XIX y que tiene como punto de inflexión esa crisis de 1898 que establece el comienzo de la gran quiebra ideológica de España. A lo largo del manifiesto, vemos continuas alusiones a los malos usos, artes y prácticas llevadas a cabo por el poder de la época y cómo estos están sujetos no al interés general sino al suyo y propio particular de las élites. Las citas a Cuba, así como a las otras regiones independizadas o escindidas, denuncian una histórica tradición a este respecto y que supone, a lo largo de la historia española, la continua pérdida de territorios que se marchan por el continuo maltrato recibido, no sólo en el ámbito económico sino también, y aún más relevante para los autores del manifiesto, espiritualmente, porque, al final, dicha tradición centralista aboga por la pérdida de la identidad de cada una de las regiones periféricas.

Por tanto, aunque en Andalucía no veamos un movimiento o un partido político que aúne y mueva a las grandes masas populares de este momento histórico, sí podemos establecer de forma clara cómo aparece un nuevo discurso crítico, entre los intelectuales de la época, que terminará reivindicando la tradición política de la Constitución de Antequera, una identidad claramente andaluza y una postura nacionalista frente a ese discurso unitario emitido desde el poder central.

 

Bibliografía

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Tuñón de Lara, Manuel (1986). España: la quiebra de 1898. Madrid. Sarpe

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Emilio Ciprés

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