Este nunca fue un Belén normal. Los pastores son tan de “Cadi Cadi” que dicen “aro illo”, vociferan con fervor el himno de las Brigadas Amarillas, leen lavozdelsur.es y no hace falta jalearles mucho para que canten cuplés de Carnaval. La mula y el buey ni están ni se les espera. San José se queda dormido a la mínima y una pastora salta y brinca con espasmódicos bailes propios de una posesión infernal. Pero, ante todo, estos Autos de Navidad se salen de lo habitual porque son un trozo del pasado decimonónico de Cádiz traído a la actualidad.

No es de extrañar que los 16 integrantes de la Compañía de Títeres de la Tía Norica se sientan como piezas vivas de arqueología. En este presente hipermediatizado, mantienen el arte del títere con antiguas e intactas técnicas que ya se empleaban hace más de 200 años y con textos recuperados, directamente, de un pasado en el que las marionetas eran uno de los pasatiempos más populares de la burguesía comercial gaditana. Justo en estos días, en el teatro que lleva por nombre a la reconocida Norica, la compañía se afana en ese difícil cometido con sus funciones diarias de los Autos, que se extenderán hasta el próximo 4 de enero.

“Hay un espectáculo delante del escenario y otro detrás de él”, afirma Eduardo Bablé, presentador y actor de la Tía Norica. Y no le falta razón. Mientras que la sala, repleta de adultos y niños, ríe con hilarantes escenas que mezclan lo popular y lo culto, lo sacro y lo profano; entre bastidores, sus actores se mueven como un engranaje perfecto que da movimiento y voz a los títeres. “Es un verdadero honor dales vida”, añade Bablé, tercera generación familiar de titiriteros.

Lo cierto es que la Tía Norica y los suyos por poco no lo cuentan. Aunque las primeras constancias históricas de su existencia vienen de 1815 (cuando se establecen en un teatro de la calle Compañía), se sospecha que esta compañía hunde sus raíces en el siglo XVIII. Tras idas y venidas marcando a generaciones de gaditanos, la popular anciana acabó en un baúl en los 70, hasta que, en 1978, el Ministerio de Cultura compra los títeres y los deposita en el Museo de Cádiz. Allí siguen, en la tercera planta de la institución, recientemente renovada, tras una intensa restauración de Pilar Morillo.En 1983, Norica, Batillo y sus compañeros de reparto de los Autos de Navidad resucitan, gracias a unas copias exactas realizadas por el Ayuntamiento para reiniciar la compañía. Fue entonces cuando encomendaron la tarea a los Bablé, concretamente a su padre. “Mis abuelos eran titiriteros. Se conocieron con 14 años en la compañía anterior”, añade Eduardo Bablé. A su lado, su hermano y director del actual grupo, añade: “Mi padre era actor y manipulador. Fue el que nos lo enseñó todo y nos inculcó el amor por el teatro”.

El oficio de titiritero en la Tía Norica ni se enseña canónicamente, ni es sencillo. Se mueve entre dos artes esenciales: la ilusión del movimiento y la actuación, en base a textos y altas dosis de improvisación. El primer talento se dirime en un cubículo de hierros de ocho toneladas, insertado como un miniteatro en el gran escenario de la sala. Allí, parte de los integrantes de la compañía se sientan en el suelo, de espaldas o cara al público, para manipular a las marionetas de peana (sin hilos). Otra parte, se coloca en la parte alta de la escenografía para manejar a los títeres de percha.

El show no para

Cuando el telón se iza, el ritmo se vuelve frenético. En silencio, todos actúan con movimientos coordinados. “Si un títere tiene que entrar en la escena por un lado y salir por otro, —ejemplifica Pepe Bablé—, pasa de mano en mano de los que estén arriba si hay más de un manipulador”. A su vez, pero independientemente de esta escena, los actores ponen voz a los personajes. Los hermanos Bablé son dos de los que prestan su boca a las marionetas. Manuel Malines también. Es técnico sanitario en Castellón y ha venido expresamente desde su ciudad de trabajo para actuar en la compañía y ejercer las funciones de regidor. “Esto es una joya. Desde fuera, soy consciente de la importancia de la compañía, pero aquí tiene poco ayuda. Supongo que nadie es profeta en su tierra”, añade el regidor.No le sobra razón a Malines. Desde 1983, la compañía ha sido capaz de superar en número de títeres a los originales conservados en el Museo. Ya suman más de 300 recuperados, todos con las mismas técnicas de antaño. Eso hace que tengan pocos hilos y que recrear movimientos realistas sea aún más complicado. “Esto es una compañía de recuperación así que miramos mucho esos detalles”, reconoce el director.

Y no solo eso, desde su creación, el grupo ha apostado por ir recuperando y adaptando los textos originales conservados. Es el caso del famoso sainete de La Tía Norica, representado cada mes de mayo o los Autos de Navidad en estos días, entre otros. “En su origen, los Autos tenían más de 20 cuadros porque se representaban uno cada día. Yo los he resumido y dejado en siete”, explica Pepe Bablé. En los diálogos, la historia discurre en dos líneas: la religiosa, fiel a los textos originales, y la profana, salpicada de improvisaciones y giros de humor.

Justo ahí radica el arte de la compañía, ser capaces de imbricar las dos como un todo que sea capaz de enganchar y divertir al público de hoy, con textos de más de 200 años. Lo consiguen con altas dosis de la improvisación más canalla y carnavalesca. En el Nacimiento de Jesus se cuelan las urnas del ‘procés’ catalán, las escasas luces de Navidad de Kichi e incluso a la hilarante contradicción de hablar de la Semana Santa. “No todo el mundo puede improvisar. Hay quien lleva seis años en la compañía y todavía no ha tocado un títere”, matiza Pepe Bablé.Tan buen hacer, ya incluso les llevó a ser reconocidos con la Medalla al Mérito en Bellas Artes del Ministerio de Cultura en 2002. Pero distinto es el trato que el grupo recibe en su propia tierra. Aunque el teatro donde realizan sus representaciones lleva su nombre, no es su espacio escénico estable. Ni siquiera aún han podido materializar un espacio expositivo en el Teatro del Títere de las Puertas de Tierra, aunque mantienen un convenio suscrito con el Ayuntamiento.

Tan solos están en su labor que hoy en día ya han perdido todas las subvenciones municipales y solo conservan el pago por las funciones de Navidad y mayo. Sin embargo, el amor por su arte y la Norica es mayor que cualquier traba. “Esto está hecho por teatreros, no lo podemos evitar. Ya somos cuatro generaciones dedicados a esto”, remacha Pepe Bablé con una amplia sonrisa mientras su nieta corretea entre las marionetas.

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Jorge Miró

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