La serie de seis episodios puede verse íntegra desde hoy en Movistar +.

La Sevilla de finales del XVI donde se desarrolla La Peste es la Sevilla de finales de los 80 cuando en Grupo 7 se vislumbra el horizonte de la Expo. Solo hay más mugre y hollín. La sociedad que se retrata en esa época puede llegar a ser, salvando las obligadas distancias, igual de sórdida e infecta que la actual: corrupta, despiadada, extremadamente desigual, machista, homófoba, inquisidora y una donde el rey tuerto es el trilero que mejor domina la picaresca y la economía sumergida. Eso parece querer proclamar el cineasta Alberto Rodríguez, quien con 15 premios Goya a sus espaldas, casi sin salir de lo local, no deja de retratar aquellas unamunianas íntimas gangrenas del alma española (los fantasmas personales de La isla mínima; el todo vale por la ambición y la supervivencia de El hombre de las mil caras…). Nada ha cambiado pese a los siglos transcurridos. Los virus que nos acechan han mutado y hasta las ratas han podido cambiar de forma y color, pero las cloacas, las callejuelas y los prostíbulos que subyacen explícita o implícitamente en el discurso siguen siendo más o menos idénticos. Tenebrosos y, en demasiados casos, mortales.

En aquel instante en el que Rodríguez fija la panorámica de su ciudad, ésta aspiraba a ser capital económica de Occidente costase lo que costase, a ser la nueva Roma y a trazar un puente hecho con lingotes de oro hasta el Nuevo Mundo, según dicen sus protagonistas. En paralelo, a duras penas llegaban a las orillas del Guadalquivir barcazas con los refugiados de entonces, topándose con un paraíso pútrido y atestado de ratas por los arrabales. En aquella Sevilla preExpo de Grupo 7 también querían taparse a toda costa las vergüenzas y las lacras sociales para construir un enorme decorado cosmopolita que ofreciese al mundo una imagen abierta y universal de bonanza, progreso y prosperidad. Un objetivo político-financiero que tenía en Sevilla y en esa Expo las excusas, pero que, en realidad, no era más que la reconstrucción perpetua de eso que ahora llaman Marca España. Ahí siguen en esa misma Sevilla, casi sin remedio, las chabolas de El Vacie y los pisos patera de las 3.000 viviendas. Y ahí siguen en esa misma Andalucía los grandes terratenientes y poderes fácticos con sus fieles siervos en las poltronas. Todo era mentira, como casi todo es mentira en el contexto social y económico que rodea a La Peste.

La superproducción (10 millones de presupuesto) de seis episodios (habrá segunda temporada), creada por el propio director de cine sevillano y su guionista habitual, Rafael Cobos, para Movistar +, es rabiosamente actual. Aunque su trama y sus subtramas se desarrollen hace más de cuatro siglos, los mordiscos de esta serie, medidos pero efectivos para que la acción no decaiga, son incisivos y retratan la podredumbre del poder político, económico, judicial y eclesiástico de ese momento (que, insistimos, bien podría extrapolarse a día de hoy). Enfrente, sin soñar si quiera con catar las delicias que llegan de América, un populacho infectado y famélico que, o espera la extremaunción; o, sencillamente, solo quiere escapar de la epidemia viral. Aquejado de un mal cuyo remedio está lejos de sus manos.
Si la narración es sólida, el elenco de intérpretes que la defiende en pantalla la hacen creíble y vibrante, en una solvente mezcla de secundarios de lujo y actores y actrices desconocidos para el gran público. Aunque a veces cuesta creer en este rol de rico con pocos escrúpulos a Paco León (Luis de Zúñiga), que abandona por completo toda su vis cómica, el nivel de este reparto coral (con nombres como Sergio Castellanos, Patricia López Arnáiz, Paco Tous, Cecilia Gómez, Manuel Morón y José Manuel Poga) es compacto y altísimo. El personaje protagonista, Mateo Núñez, al que da vida Pablo Molinero, curtido en teatro con la compañía Los Corderos, es un hereje que busca no arder en la hoguera convirtiéndose, a instancias del clero, en investigador de un reguero de crímenes truculentos. Vuelve a la Sevilla de la que huyó para cumplir la promesa que hizo a un amigo, pero rápidamente se topará con Celso de Guevara, el maquiavélico inquisidor al que encarna Manolo Solo.

Con la Sevilla amurallada de las iconografías antiguas al fondo (impresionante recreación visual) y la perturbadora banda sonora de Julio de la Rosa (Goya al mejor score original por su colaboración con Rodríguez en La isla mínima), este thriller de época es un enorme espejo negro y quebrado, mugriento y pestilente, en el que cualquier similitud con la sociedad actual no es ni mucho menos mera coincidencia. Somos las enfermedades que fuimos heredando y no parece por ahora que haya cura. "Un brindis por Dios, que está en todas partes", enuncia el protagonista de La Peste. ¿Y quién es Dios todopoderoso antes y ahora?

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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