Son las 16:15 horas. Estoy en el sofá, a punto de terminar un reportaje cuando suena el teléfono. Es Raúl. “Niña, que la Renfe no tiene billetes”, dice. Me pregunta si puedo ir en coche a Sevilla a recogerles. A él, a Silvia Reyes y Miryam Amaya, dos de las protagonistas de su primer libro, La doble transición. Así es Raúl Solís (Mérida, 1982), caótico, porculero y mu andalú. Jamás sabrás por dónde viene o cuál será el nuevo tema sobre el que discutirá. Pero sí hacia dónde va y que el componente de la clase social siempre imperará. 

Raúl llega tarde a la presentación de su ópera prima en Jerez. Finalmente, Carmen, una amiga de la capital andaluza le ha hecho el favor y les ha traído en coche hasta el centro jerezano, concretamente hasta la librería La Luna Nueva. Unos 15 minutos de retraso. Raúl se agobia, pero actúa rápido. Ordena los tiempos de presentación y deja que su sorna calme a un público impaciente por conocer a los autores de una historia que jamás ha sido narrada.

Paco Sánchez Múgica, director de lavozdelsur.es, presentó a su compañero y artífice de La doble transición, como un periodista que “defiende las causas perdidas”, de “mirada valiente” y con un “punto provocador y muy libre”. Y es que cualquiera intenta comprar a Raúl, un activista social que hace más política con su pluma que muchos desde sus despachos. Susana Domínguez, presidenta de Jerelesgay, también intervino en la presentación, haciendo autocrítica por cómo se ha portado el colectivo LGTBI con las personas trans, en especial, con las mujeres trans. “Nos apropiamos del movimiento que ellas empezaron hace ya 50 años”, manifestó Domínguez. Y sobre todo, dijo “gracias por abrirnos el camino a las mujeres que venimos después”. 

“Yo creo que tenemos una deuda impagable con estas mujeres”, enlazó Solís. En su obra, el periodista cuenta la historia de ocho mujeres trans que se burlaron del franquismo en su cara, mujeres que “han sido las grandes castigadas de la dictadura” y “las grandes olvidadas de la democracia”. Raúl Solís las califica como personas que han sufrido un apartheid social, laboral, afectivo, político y médico”, evocadas a la exclusión social, cobrando 400 euros de pensión, y a las que “no se les ha permitido otra cosa que vivir de la prostitución o el espectáculo”. 

Un momento de la presentación. FOTO: Manu García

“Siempre digo que ellas han entrado en la democracia 29 años después”, señaló Solís, refiriéndose a la Ley 3/2007 del 15 de marzo, una ley que permitía que las personas trans cambiaran de nombre y sexo en el DNI, sin necesidad de operarse los genitales. Eso sí, debían pasar una consulta médica que las diagnosticara disforia de género, además de recibir tratamiento hormonal durante al menos dos años. "Pero es una Ley que no las integra nada en la sociedad", continuó. ¿Por qué? Solís, como de costumbre, lo explica en base a la estructura social y económica: "El sistema capitalista integra a todo el colectivo que tiene capacidad de consumo. Pero las personas trans son pobres, por lo que no les interesa que estén integradas. La pobreza degenera en todas las demás desigualdades", sentencia. Así de sencillo.

Silvia Reyes (Las Palmas de Gran Canaria, 1953) destacó la importancia de La doble transición para que las nuevas generaciones "se enteren de lo que nos pasó a nosotras". Sufrieron palizas y humillaciones en público. Fueron encarceladas; rechazadas por sus familias y el mercado laboral. A Silvia le apena que las mujeres trans de ahora no quieran participar en entrevistas y contar su situación de pobreza. Dar la cara, como ella misma hizo al frente de la primera manifestación del Orgullo que se celebró en Barcelona, en el año 1977.

Dos de las protagonistas del libro de Solís. FOTO: MANU GARCÍA

"La lucha por la libertad sexual fue periférica y se hizo con símbolos andaluces: trajes de flamenca, peinetas y a través de las folclóricas. Andalucía siempre ha estado muy presente", asegura Solís, quien reseña que la despenalización de la homosexualidad en España en 1978, fue gracias a la andaluza Mar Cambrollé (Sevilla, 1957), otra de las voces narradas en su libro. "Ella se merece una medalla de Andalucía", indica el periodista.

Miryam Amaya, natural de Logroño y de raza gitana "con solera", estuvo cinco años en prisión despué de tirarle un bocao en el cuello a un Policía, después de que este entrase en su casa y tirase al suelo a su madre. Ella también estuvo junto a Silvia en la primera marcha del Orgullo, y contó cómo un alemán del cual se enamoró, le hizo amarse a sí misma, sin necesidad de cambiar su cuerpo para verse a ella a través del espejo. "Me pidió de rodillas que no me cambiara, que el se enamoró de mí tal y como yo era. Eso me marcó. Fue entonces cuando me dije que a mí ningún documento me dice cómo soy. Yo soy Miryam y punto", terminó.

"Sus vidas fueron muy duras, pero también heróicas y divertidas. Son mujeres que se burlaron del franquismo en su cara con falda y con tacones", finalizó Solís. Una presentación de tragicomedia, donde no faltaron las risas y el nudo en la gargante ante las injusticias sociales que sufrió el colectivo de mujeres trans durnate el franquismo, la transición, y por supuesto, hoy todavía sufre en democracia.

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Claudia González Romero

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