Cartel de la película 'Sor ye-yé' (1968).
Cartel de la película 'Sor ye-yé' (1968).
Todo el mundo conoce a Conchita Velasco como La chica ye-yé en recuerdo de su éxito de 1965. Pero si nos vamos a las letras del popular single (también interpretado por Rosalía, Los Botines, Los Marshalls…) nos daremos cuenta de que Conchita no es para nada una chica ye-yé con "el pelo atolondrado y las medias de color", sino su némesis: la española de pura raza, con voz quebrada y mangas remangadas, que no entiende a qué viene todo esto. Que no se explica cómo te pueden gustar unas frescas con esas pintas. No, no, tú ve y prueba, bonito,

"búscate una chica, una chica ye-yé, que tenga mucho ritmo, y que cante en inglés".

Porque Conchita sabe que lo que quieres es renegar de tus raíces. Que ninguna chica ye-yé, por muy moderna y atrevida que parezca, te va a comprender como lo hago yo... Lo mismo que expresaba nuestra otra gran Concha (Bautista), en una canción de título más claro que el agua: "Déjate de tonterías" (1969).

"Hace tiempo que en España sólo triunfa lo ye-yé, una cosa muy extraña, yo se lo aseguro a usted. Pero cuando suena una guitarra y unas faldas a compás en el mundo no hay quien pueda a nuestro cante igualar y por eso, vida mía, yo te digo en mi canción: déjate de tonterías, que lo bueno es lo español"

Para muchos españoles esos ye-yés, esos jipis, esos guanshinguons que seguían las modas del extranjero no eran más que unos esnobs que se las querían dar de lo que no eran. Venga, búscate una “chica ye-yé”. Pero, ojo, “que hable en inglés”. ¡A ver si se atreve! Que estos van por ahí fardando de idiomas pero luego no entienden ni lo que están cantando... Y es que, como añadía la Bautista, aquello era lo más frustrante de semejante invasión:

"Tiene la cosa su guasa: todos cantan en inglés, ¡defendiendo que a la fuerza los tengamos que entender!"

Ya repasamos el atormentado mundo interior de los rebeldes españoles, pero no son los grandes incomprendidos de esta historia. No, amigos. Porque aquí no todo el mundo tenía esa facilidad para echarlo todo por la borda y convertirse a un ritmillo funkie o un peinado glam. Hablamos de quien se adaptó parcialmente, porque no tenía el tiempo o las ganas de más. Los artistas señeros de la época recogieron su lucha, y su sufrimiento por no encajar del todo. Empezamos, como siempre, con Manolo Escobar, el primer ejemplar conocido de la especie del viejoven, que nos ofreció uno de sus finos retratos del alma hispana en "Moderno, pero español" (1970):

“Señores, yo soy un hombre del siglo XX, pero español, que es tanto como reírse del mundo entero menos de Dios.

Me gusta oír la campana de mi parroquia arrebatá, pero a mí también me gusta cantar un ritmo ye-yé y hasta protestar si algo no está bien”.

¡Hasta protestar! Pero con clase, porque

“a mí me enseñó mi abuelo que lo primero es ser formal”.

¿El veredicto?

“Que vengan los modernismos si sólo son para mejorar”.

La difícil síntesis de modernidad y tradición, de novedad y eternidad, que invocaba Andrés Pajares en su “Drácula ye-yé” (1968):

"Soy moderno, soy eterno y lo estoy pasando bien. Soy vampiro con melena, soy un Drácula ye-yé".

Y es que por aquel entonces todo en España tenía un puntillo ye-yé, hasta sus monstruos: "Bruja ye-yé" (Pepe Aragón, 1967), "Fantasma ye-yé" (Cecilia, 1967), "Mosquito ye-yé" (La Chiquillada, 1973),  "Suegra ye-yé" (Torrebruno, 1972)… De la populachera "Gitana ye-yé" (Lola Flores, 1965) al adinerado "Snob ye-yé" (Laura, 1965), se contaminaron todos los estratos de la sociedad. Kinita nos hablaba, incluso, de "El yo-yó  ye-yé" (1969):

“No se puede ser ye-yé sin jugar con el yoyó: el yoyó de los ye-yés, los ye-yés de los yoyós”.

La fiebre se infiltró en las más venerables instituciones: la "Caperucita ye-yé" (Marta Baizan, 1966), el "ABC ye-yé" (Alicia Granados, 1966) y sí, chicos, Navidad ye-yé (Los Sayonaras, 1965). El ye-yé supuso una inyección controlada de lo exótico en nuestras venas. Un filtro tenue con el que teñir las capas superficiales de nuestro mundo. Los resultados pueden parecer cómicos, pero son producto de un espíritu de apertura, de superación. Cada hijo de vecino se esforzaba por sonar un poco menos rancio sin perder sus raíces. Como cantaría El Príncipe Gitano en su deliciosa "Beatnik" (1968):

"Binni [beatnik], yo sé que no eres binni y quiero que me sigas, y me hables, y me mires y me trates como un binni" "Porque yo quiero ser binni".

Y no dice nada más en toda la canción, porque tampoco él sabe qué es un binni.  ¿Y quién es capaz de tirar la primera stone? Quizá Andrés Pajares ("Yo quiero ser Beatle", 1966):

"No me lleves al barbero, mamá, mamá, que quiero ser bitle [Beatle], no me corto más el pelo, mamá, mamá, como los bitle".

Si estos eran los urbanitas… ¿Qué se cocería en lo profundo de las tierras, las tierras, las tierras de España? La hibridación alcanzaba el punto de fisión cuando sacábamos al paisano de uno de nuestros infinitos pueblos blancos y lo colocábamos en plena noche madrileña. ¿Qué represión de milenios no se esfumaría tras un par de cubatas?

Y no, en aquel entonces no había tanto miedo a que nos metieran droja en los bolsillos. O eso sugiere el inefable Fernando Esteso...

"Con traje de pana y mi boina puesta soy el más bonito que llega a la fiesta, y bailo con Juana y bailo con Pepa y me "desbelloto" en las discotecas".

("Bellotero pop", 1975)

Intensidad que retrata, con característica finura, la Charanga del Tío Honorio ("Boina roz", 1976):

“La hijael’ boticario se ha puesto a bailar y todos la miramos con sensualidad. Estoy alborotao’ y me se van las manos… Jesús, José y María... ¡Si seré marrano!

Con esta me despido y vamos pa’ Logroño, porque con tanto ritmo me huele el aliento. Me sudan los refajos, una cosa mala, me marcho pa’ la era, que está condenada!”

¿Pecadillos de “la era”? Parece que no. Veinte años después, Albert Pla todavía invoca el arquetipo en uno de sus himnos generacionales ("El lado más bestia de la vida", 1995)

“Aurelio se fue del pueblo: “voy a comerme el mundo”. Era un poquito palurdo, campechano y aburrido, y si ahora lo vieras en la discoteca ¡qué marcha lleva, venga, venga, venga...!"

Formas, todas estas, de encontrarle un poco de sentido a lo que era, en definitiva, un proceso inevitable: el que hoy llamamos globalización. Nos gustara o no, nos íbamos a tragar, más tarde o más temprano, a los Beatles y al Michael Jackson. ¡Al final hasta nos tragamos el topless y la democracia! ¿Qué menos que amortiguar la caída? Sentir que llevamos las riendas de nuestro destino. Reconocer de una vez por todas que aquí nadie dice /ˈbiːtnɪk/, sino binni. La vida es una obra escrita entre todos. Y si España no participa, pues pierde bastante gracia. Resuena a través de los tiempos el vozarrón de don Manolo:

“Señores, yo soy un hombre del siglo XX, pero español, que es tanto como reírse del mundo entero menos de Dios”…

Amén.  

Sobre el autor:

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Óscar Carrera

Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

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