“¡Tú siempre me respondes, naturaleza verde, toda llena de sol, de pájaros y flores!
Yo soy natural de la naturaleza. Y de mi madre la naturaleza he aprendido a cambiar constantemente”.
Juan Ramón Jiménez.
La editorial Okto de Moguer (Huelva) acaba de publicar Platero y otros. Antología de los animales en las obras de Juan Ramón Jiménez, de la mano de la especialista juanramoniana Rocío Fernández Berrocal. Se podría pensar que es una antología al uso, pero no es el caso, porque más que una selección de textos, que también lo es y hecha desde el conocimiento y la erudición en la obra del poeta, es un retrato exhaustivo de su pensamiento y de su personalidad, junto con un recorrido, que me atrevería a decir, esencial para conocer ese otro rostro del escritor, quizás todavía más verdadero porque en él se recrean su versatilidad y la multiplicidad de sus miradas. Aunque todas ellas convergen en el mismo sitio: en un grito optimista que bucea en lo inmediato, en la esencia de lo cotidiano, para encontrar el sentido exacto de la vida, los seres que nos rodean y lo comparten todo con nosotros, el “Espacio” que resume en poesía su concepción de la vida. Un grito que se propone como canto, como lo son los del ruiseñor o la oropéndola, que es esencia para quien “ya afirmó que sus «cuatro horizontes» eran «mar, colina, pino, sierra»” (p.178).
En Platero y otros se recrea la visión del poeta que piensa, la del observador que ya no se diluye en favor de la sentimentalidad y la abstracción, sino que emerge de la contemplación del universo que lo rodea, del amor y el aprecio a cuanto toca con sus ojos, con sus manos y con la varita mágica de los versos. La primorosa selección lo es a veces de pensamientos exactos, otras parecen sofismas o sentencias certeras y punzantes, y en ocasiones sugerentes aforismos que dejan en el aire la necesidad de repensar un tiempo lo leído.
Solo los títulos de los compartimentos en los que se divide este libro lindamente ilustrado como si fuera el bloc de un viejo naturalista son suficientes para hacer una parada: criaturas del aire, los amigos del hombre, animales silvestres, los amigos de Platero y jardín de fieras, además claro está, de una introducción y de un estudio final al modo de los buenos tratados, porque en este animalario, en este zoológico literario, tal como decíamos al principio, sobresalen el conocimiento y las muchísimas lecturas de quién se mueve por la obra literaria de Juan Ramón, no ya con el corazón en alza, sino con el valor exacto de su comprensión, esa que nace de la admiración y de la persistencia.
La autora se acerca con la intensidad de quien lo ama y admira. Sus múltiples lecturas dan como resultado una extensa y selecta colección de textos que trazan el perfil, sin duda tan cierto como original, de un personaje que no fue un ser aislado y ensimismado en una torre de marfil. La mirada atenta al universo en el que vive lo convierten en el ser capaz de interpretar la realidad y los muchos seres que nos acompañan, personajes secundarios con los que traspasa de más los incomparables ojos de azabache de Platero.
Juan Ramón, que de poder ser algo distinto a hombre hubiera querido ser faisán o lagarto, recorre el universo animal desde la conciencia de que tras cada ser siempre está la esencia misma. “Yo tengo tiempos de letargo, como los lagartos, generalmente entretiempos, pero después resucito como los árboles y me tomo el desquite” (p. 203), le dice por carta a su amigo y secretario Juan Guerrero Ruiz, al que algunos nombraron Notario Mayor de la Poesía.
El acercamiento al corazón juanramoniano que propone Fernández Berrocal conduce al lector por ese poeta esencial que sabe que “nada hay de oficio en su virtud” (p. 83) y que reivindica la poesía como un acto de altruismo que no espera nada, como nada espera la alondra que nos ilumina con su canto, o la brisa que nos regala suavidad y frescura. Como nada espera quien ahonda en las páginas de otro, como hace Rocío, más que la felicidad y regalar el entendimiento para los otros.


